León Felipe
Homenaje a Antonio Machado, 1959
Discurso publicado en la Revista TRIUNFO, Año XXXII, nº 816, 16 de septiembre de 1978, pp. 52-55.
El próximo día 17 de Septiembre se conmemora el décimo aniversario de la muerte de León Felipe, en Almonacid de Zorita, provincia de Guadalajara, donde escribió su primer libro, "Versos y oraciones de caminante". Por especial deferencia de Alejandro Finisterre, albacea testamentario del poeta, TRIUNFO puede ofrecer hoy a sus lectores un texto inédito: el trabajo leído por León Felipe en México el 14 de abril de 1949, con ocasión de celebrarse el décimo aniversario de la muerte de Antonio Machado.
"La paz nace cuando la Justicia abre la puerta, las
entrañas, sus entrañas amorosas, como la madre, para que nazca el hijo.
La paz es un acto de amor
de la Justicia. La Justicia es amor. Y nada existe que tenga más valor sobre la
Tierra. La Justicia es amor. ¡Amor! Lo que origina, organiza, y hace caminar al
mundo. La esencia primera que está en el corazón del hombre, y que nos dice
siempre cuál es lo tuyo y lo mío. En forma de Justicia está contenido en las
más rígidas pragmáticas, lo mismo que en el Decálogo. Por amor se hacen las
revoluciones y se establece la política. Lo llamamos Justicia, pero no es más
que amor. Es la luz que gobierna el espíritu, como la gravedad gobierna la
materia. Si esta ley se rompe, se descompone o se debilita, no puede haber paz
entre los hombres, aunque se llenen las audiencias de magistrados y las calles
de policías. La paz no se pide. Viene, llega sola, como la luz, cuando la
Justicia se cumple.
Sólo en días tenebrosos
como éstos, en que el sol de la Justicia no sale en ninguna latitud de la
Tierra... ¡se pide la paz!
Y la pide el ladrón y el
asesino para que a él -¡claro!- no le pidan, no le pidan cuentas ni la Justicia
de los hombres ni la Justicia de Dios.
La paz no la puede pedir nadie..., menos el criminal. Ni imponerla nada..., menos la bomba atómica. Ni impetrarla un Pontífice cuando se le antoje... y se le puede antojar cuando aún tiene sus vestiduras llenas de sangre.
Os he defraudado... os he engañado... ¿verdad? ¿Creíais que venía yo
aquí esta noche a hablar de Antonio Machado, con un discurso de ocasión, y que
me iba a comportar como un mantenedor de juegos funerales?
Machado, que está ahí en efigie... y su espíritu invade el ámbito de
este templo, porque todos ahora pensamos en él, sabe que todo cuanto he dicho
de los poetas muertos y de la Poesía asesinada, lo he dicho por él y para él.
Machado fue un gran hombre... uno de los pocos poetas españoles
ungidos con aceite puro y sagrado de olivos. Y un mártir –algo forzado ya- del
ensueño y de la esperanza. Quiso creer, pero no pudo, como don Miguel de
Unamuno.
Su nombre queda escrito en el santoral trágico y poético español, que
no sabemos la suerte que correrá “en la muerte, el silencio y el olvido” de
España, de este pueblo extraño que nació para que sus poetas cantasen el
triunfo de la Justicia... y no pudieron cantar más que la envidia, la traición
y la desventura.
¡España... España! ¿Por qué tú que viniste al mundo a defender la
Justicia “con una lanza rota y con una visera de papel”, acabaste siendo madre
de traidores y te has deshecho en polvo rencoroso?
Cuando dentro de algunos siglos, si el mundo sigue caminando, los eruditos y los paleógrafos venideros encuentren los libros de Machado, en algún rincón defendido por el viento, se quedarán absortos y ceñudos ante versos como éstos, que no podrán transcribir:
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta.
No fue por estos campos el bíblico jardín...
Son tierra para el águila... un trozo del planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
¿Qué querría decir aquí el poeta?... ¿Y aquí? ¿Qué quiere decir?
Tiene el padre entre las cejas un ceño que le aborrasca
el rostro un tachón sombrío como la huella de un hacha.
Los hijos de Alvar González ya tienen huerta y majada.
Y otra vez aquí la palabra Caín, que se repite tanto:
Mucha sangre de Caín
tiene la gente labriega...
Y este soneto..., ¿por qué terminaría así este soneto el poeta Machado?
Hoy que es espalda el lomo de tu fiera
y es el milagro de no ser cumplido,
brinda, poeta, un canto de frontera
a la muerte, al silencio y al olvido
Ya no es más que un símbolo. Ahora Machado ya no es más que un
símbolo... un símbolo y una acusación, como García Lorca y como don Miguel de
Unamuno.
Ayer... hace ahora poco más de diez años, todavía era un hombre. Lo
conocí. Fuimos amigos apretados por la tragedia y el desvelo. Podría contar
hechos y palabras suyas que yo sólo sé. Pero no es ésa, la hora de las
anécdotas ni de la historia puntual tampoco.
Subimos y bajamos muchas escaleras juntos en los días oscuros de la
guerra. ¿De qué guerra? ¿De qué guerra de España? No ha habido nunca más que
una guerra en el mundo... ¡la del hombre! Como no ha habido nunca más que una
sola Poesía... y un solo poeta: el viento... el viento cantando su vieja y
monótona canción por el gran embudo de la Tierra.
Y este viento, que es la voz de Dios, ha enmudecido ahora. Y la Tierra
que antes nos mostraba signos misteriosos que esperaban la fecundación – la
interpretación del viento-, se ha vuelto hoy estéril, opaca y enemiga. Porque
el mundo está ganado por una ráfaga sorda y acusadora del hombre. Aquella
ciudad ideal que queríais levantar los filósofos y los santos, es ahora una
Babel dirigida por la codicia, por el fraude y por el miedo, y donde la voz
misma de Isaías quedaría aplastada bajo el pregón mecánico del mercader.
El poeta y el profeta no tienen silla ni lugar hoy en esta ciudad...,
donde los ladrones del pan y del espíritu se han apoderado de todas las
tribunas.
Y la piedra... aquella piedra que había en el ejido, a la puerta de la
ciudad, donde el poeta extraviado y el profeta vagabundo se levantaban con los
pies descalzos, a pedir perdón y hospitalidad, y desde donde decían la palabra
de Dios, con la espada del verbo en la boca ya ha derribado la piqueta del odio
y del terror. Porque tienen miedo de todo y piensan que hasta el poeta puede
ser un espía enmascarado.
Yo no soy un espía enmascarado.
Tal vez soy el último poeta del mundo. Podéis subrayar la palabra último para significar que soy el último en méritos y el último en la gran causa de los poetas condenados de España, que sólo han sabido cantar desesperadamente la muerte:
¡España...España! todos pensaban...
el hombre, la historia y la fábula...
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama
y has terminado en una charca.
¡Mirad! Allí no queda nada.
Al borde de las aguas cenagosas:
una sotana negra... una gran calavera...
y una espada...
Sí, yo soy el último poeta condenado de España, ya próximo a
enloquecer y enmudecer. Y he venido aquí esta noche a dejar esas palabras
acusadoras, esta corona de rosas negras, a los pies de un poeta muerto, de El
Poeta Muerto... de la Poesía asesinada".
LEÓN FELIPE