Julián Antonio Ramírez

APUNTES PARA UNA MINI-BIOGRAFÍA

 

A propósito de Antonio Machado y Soria

Por Julián Antonio Ramírez



Durante el Curso 2003-2004, la Escuela Oficial de Idiomas de Soria invitaba, por segunda vez, a Julián Antonio Ramírez a participar en sus Jornadas de Idiomas. Aceptó inmediatamente. Sus 88 años de edad no le impidieron trasladarse desde Alicante para contarnos una parte muy pequeña de todo lo que sabe, de todos los personajes a los que ha conocido a lo largo de sus 25 de periodista en la Radio Televisión Francesa (emisiones en castellano). Acababa de publicar un libro, ICI PARIS, cuya lectura nos acerca a una parte de la Historia de España más trascendental. Con un lenguaje sencillo, claro, ameno, desprovisto de cualquier tipo de apasionamiento, Julián Antonio Ramírez aporta una visión rigurosa, personal, simpática, de una experiencia vital de 88 años. Nada más terminar su charla, en los locales de CAJA DUERO, le pedimos una entrevista para esta revista, IDIOMAS. Aceptó encantado. Su conocimiento del francés, sus 25 años como periodista exiliado en la Radio y Televisión pública francesa, convierten este relato suyo – escrito en exclusiva para esta Revista IDIOMAS 2005 - en un documento de indudable valor cultural y lingüístico. Jesús Bozal Alfaro 

 

“Nunca encontré en mis visitas a Soria sino

motivos de complacencia, ambientes de 

serenidad, de bienestar”


Yo, Julián-Antonio Ramírez, nací el 28 de enero de 1916, en San Sebastián, Donostia como hoy llaman muchos a la Bella Easo, y nací en un barrio anodino, calle de San Bartolomé número 15. Al calificarlo de anodino indico que no tiene de qué vanagloriarse: calles pocas y pequeñas, corrientes y molientes, sin el menor detalle de qué hacer gala. No sé cómo denominar ese barrio, ni si tiene un nombre.

Hay en Donosti otros barrios con indiscutible enjundia: La Parte Vieja con el chiquiteo en la calle 31 de agosto; Amara con la “punta de la Muralla”; Zorroaga con el moderno ensanche; Gros con el Palacio Kursaal, hoy el de Moneo; Ondarreta, tras el viejo Palacio Real de Mirarmar sobre el Pico del Loro, y otros que se van sumando. Cada uno de ellos puede estar orgulloso de sí mismo. Pero el de mi nacimiento era eso, un barrio anodino. Me pregunto por qué nací allí. Nunca he sabido que aquel fuese el domicilio de mi familia. Por razones laborales mis padres vivían en Astigarraga, un pueblecito situado a menos de 10 kilómetros de la capital donostiarra donde estaban las cocheras del tranvía de Hernani, de uno de los cuales fue conductor mi padre. Por lo visto, la casa de la donostiarra calle de San Bartolomé, donde vine al mundo, no era de mi familia. O sea, que aquello sucedió en un barrio anodino y, sin duda, sobre un lecho de prestado. La cosa tiene su importancia porque al transcurrir mi primera infancia en Astigarraga, pueblo minúsculo, de estructura y ambiente netamente euskaldunes, en aquellos años tiernos de mi vida me amamanté claramente con vasquismo, sobre todo en lo que al lenguaje se refiere. Según me dijeron algunos allegados míos, en los juegos de niños yo me expresaba en euskera. En realidad, yo no lo recuerdo. Tampoco sé hasta qué punto es verdad que un día, jugando en el balcón metí la cabeza entre dos barrotes de la baranda y no podía sacarla. Menos mal que los barrotes eran de madera; pero hubo que llamar a un profesional del ramo para serrarlos y liberarme. No sé porqué me viene esto a la memoria.

El caso es que cuando mi padre fue destinado a otro puesto de trabajo el de guarda-agujas en la línea del “Topo” (había una vía de “aparcamiento” en la Plaza de Guipúzcoa, ante el Palacio de la Diputación Provincial) él se encargó de atender a dicha vía y dependía de las oficinas instaladas en la calle de Peñaflorida. Mi familia hubo de salir de Astigarraga para instalarse en un apartamento asotanado en la donostiarra calle de Urbieta. Así se rompieron mis lazos lingüísticos con el euskera y me vi plenamente incorporado a un ambiente familiar castellano-parlante.

En esas condiciones recorrí las etapas de mi formación: instrucción primera en diversos establecimientos laicos o religiosos; segunda enseñanza, especialmente el “Certificat d´Etudes” en la Escuela Francesa de San Sebastián, y el Bachillerato español en el Colegio de los Marianistas con exámenes en el Instituto de Peñaflorida. Hasta que obtuve una de las cinco primeras becas que instituyó el Gobierno de la República para estudios técnicos superiores y ello me llevó a Madrid. Yo aspiraba a ser ingeniero industrial.

Texto original del propio Julián Antonio Ramírez

MADRID

 

Allí en Madrid me encontraba cuando estalló la llamada Guerra Civil. Más exactamente, el 18 de julio de 1936, camino de mis vacaciones yo, junto a mi hermanastro Carlos que conducía, iba en el coche que llevaba al Director General del Servicio del Cultivo en España, Don Horacio Torres. Este era un Ingeniero Agrónomo de nacionalidad argentina.

Todo ello es muy complejo y nada fácil de resumir para que se comprenda. Lo intentaré. Al iniciar mis estudios de carrera en Madrid pronto me percaté de que la cuantía de la beca obtenida era insuficiente. Entonces, con la ayuda de Carlos, conseguí un empleo a tiempo parcial como funcionario público en el mencionado Servicio Nacional del Cultivo del Tabaco. En un examen que se convocó para estabilizar la plantilla del mismo, yo alcancé uno de los primeros puestos lo cual me facilitó la modulación de mi empleo parcial y además me procuró el suplemento del cobro de unas clases particulares de matemáticas elementales para los dos hijos del Director General que abordaban sus estudios de bachillerato.

Podría ser interesante detallar cómo fue evolucionado mi actividad digamos profesional que desde las clases particulares hasta las colaboraciones periodísticas cobradas me permitió al cabo de dos años renunciar a la beca por razones digamos éticas.

El caso es que el 18 de julio de 1936 iba yo en el coche conducido por Carlos con el citado Director, don Horacio, que también iniciaba sus vacaciones. Salimos de Madrid bastante temprano. Don Horacio nos dijo que en ciertos círculos oficiales le habían advertido de cierta agitación en el ambiente político. Efectivamente; pasado Somosierra pronto empezamos a topar con patrullas de hasta quince o veinte guardias civiles que nos detenían. Don Horacio presentaba enseguida su título de identidad argentino y nos dejaban continuar. Luego supimos que en la provincia de Burgos se había impuesto ya el “levantamiento” faccioso.

Y así, al caer la tarde llegamos a San Sebastián donde se advertía ya la amenaza de combates callejeros que pronto se concentraron en torno al Hotel María Cristina y a los cuarteles de Loyola.

Mi primera reacción ante el alzamiento militar fue de estupor. Mucho estupor lo que no podía ser una gran sorpresa. Porque recordaba aquella reunión del claustro de profesores de la Universidad Popular de la FUE en Madrid, cuando después de asistir desde lo alto de la calle de la Montera al incendio de la iglesia del Carmen, regresamos rápidamente al claustro universitario donde uno de los profesores exclamó: “No cabe duda de que vivimos momentos pre-revolucionarios”.

Así empecé a vivir lo que con más o menos asombro por mi parte se llamó “guerra civil”. Lo claro para mí era que yo no podía estar de acuerdo con tamaña agresión contra la República a la que estimaba como enderezadora de mi senda vital. Por consiguiente, pasados los tres o cuatro primeros días digamos de pasmo ante lo que sucedía, busqué cómo ser útil a la defensa del régimen agredido. Se impuso en mí una continuidad con las experiencias vividas en la etapa de Madrid. De ahí la decisión de buscar el contracto con una organización estudiantil democrática.

Existía una Asociación de la FUE donostiarra. A ella me dirigí. Sus principales animadores eran: González Jerez, José María, entonces recién graduado con el título de “profesor mercantil” y Vázquez Sarasola estudiante ya muy avanzado de medicina en Valladolid. Con ellos me entendí bien. Rápidamente encarrilamos la acción colectiva que en el momento nos pareció más eficaz. Organizamos la distribución gratuita y el mejor aprovechamiento de la Prensa cotidiana, sin distinción de títulos, en los frentes que tras la caída de Irún y San Sebastián se habían estabilizado a lo largo de la muga entre Guipúzcoa y Vizcaya,. Había un tramo particularmente peligroso entre Eibar y Elgoibar, un trecho de carretera que debíamos cubrir con el paquete de periódicos a cuestas corriendo a toda velocidad para sortear los disparos del otro lado. Se intentó igualmente que las chicas de la organización estudiantil animaran “rincones de lectura” en los hospitales de sangre.

No duró mucho tiempo aquella actividad. Rápidamente derivó hacia una creciente participación en la acción militar. En mi caso, a lo largo de toda la campaña del Norte fui haciéndome reporter-corresponsal de guerra alternando a veces tal misión con el quehacer de redactor de cierre que ejercí en Torrelavega montando el “Boletín” durante unos pocos días del verano de 1937.

Antes se había producido la caída de Bilbao con una pena de muerte para mí, según creo saber. Yo no la oí esa condena a muerte. Me lo dijeron las mujeres que se encargaban de las faenas domésticas en Somorrostro, la base donde confluíamos por la noche quienes nos dedicábamos a recomponer las líneas de resistencia de las fuerzas republicanas en la orilla izquierda del Nervión. Como solían hacerlo tras entrar las tropas insurrectas en una ciudad importante, se habían difundido por Radio listas de condenados a muerte por ellos, sin formación de causa. En una de esas listas, la del cuarto o quinto día, figuraba mi nombre y yo estaba destinado a ser fusilado, según se me dijo después, “por haber organizado un acto de homenaje a Federico García Lorca”. Ciertamente creo que todo fue así.

Luego vino la evacuación de Asturias cuando los republicanos perdimos en octubre de 1937 la campaña del Norte. Salí del Musel, puerto de Gijón, en un barquichuelo – “cáscara de nuez”, el “Toñín”, interceptado de él y tras una navegación errante llegar el cuarto día al puerto militar francés de Lorient, en Bretaña.

Y tras diez días de descanso, el retorno a la guerra en Cataluña. Ni yo mismo me he preguntado por qué. Y poco después, en febrero de 1939, otra evacuación, la de Cataluña, rumbo al destierro, un exilio que se iba a prolongar durante más de treinta años.

 


FRANCIA

 

De tal modo, la contienda en España (que fue una primera gran batalla de la Segunda Guerra Mundial), puedo asegurar que aquella contienda la viví escapando. Sí, escapando. Es lo más neto que se advierte en mi peregrinar.

Fue un exilio largo, una ausencia ininterrumpida de más de treinta años durante los cuales pude ejercer una gran diversidad de profesiones. En lo esencial seguí siendo periodista. Con el exministro Angel Galarza y con una firma notable, Jesús Izcaray, fui promotor de una “Agrupación de Periodistas Españoles Republicanos en Exilio”. Un periodista a veces clandestino y por lo tanto muy mal remunerado.

Sin embargo debo señalar un importante paréntesis de trabajador manual que hube de vivir a causa de ciertas peripecias intempestivas en mi documentación de identidad. ES un poco largo y abrupto. Pero intentaré explicarlo: Yo había participado activamente en la Resistencia francesa. Después de los Campos de Concentración en Francia, después de las Compañías de Trabajadores militarizadas, yo estimé que cualquier acción en pro de la Libertad en España confluía imprescriptiblemente con la ducha universal contra el fascismo, contra los nazis. Por eso me hice “maquisard” en Francia, me alisté en el 1er Batallón FFI – Fuerzas Francesas del Interior – en el departamento del Indre. Contribuí cuanto pude a la derrota de los fascistas invasores.

Con esa participación en la Resistencia francesa yo creía que los protagonistas en ella habíamos conquistado ya el derecho a vivir normalmente en nuestro país, en libertad, al amparo de la Democracia. Estimaba que los papeles obtenidos con tal motivo (Certificados de Combate y Desmovilización entre otros) me bastarían para lograr algún empleo en Francia cuando hube de dejar en Praga el consejo Mundial de Partidarios de la Paz en el que actuaba como empleado-administrativo. Pues no.

Era imposible y más aún, contraproducente. En las Altas Esferas de la Administración Francesa se había producido un gran cambio, una regresión hacia la Derecha. Los representantes de las fuerzas que ganaron la Liberación habían sido sustituidas en el Poder por los de la reacción más conservadora. No era conveniente en ningún trámite más o menos oficial esgrimir ningún documento de identidad nacido de aquella participación en la acción libertadora.

Para colmo, yo había perdido un “Título” de viaje de carácter apátrida que me permitió desplazarme hasta entonces por diferentes países. Pude regresar de Praga a París, pasando por Rotterdam, con una diputada socialista belga de gran prestigio internacional, Isabèle Blume, una gran señora que me acompañaba por si acaso.

Pero ya en Francia, salvados todos esos obstáculos, me encontraba totalmente desprovisto de documentos de identidad que me permitieran acceder a cualquier empleo normal. Una vez más me tocaba improvisar. Gracias al apoyo de la potente sindical CGT, sin presentar ningún papel entré a trabajar en unos talleres de construcciones metálicas de Gennevilliers, al Norte de París, la fábrica Schmid, Bruneton, Morin, SBM (donde, entre otras cosas, se habían montado los tirantes de la Torre Eiffel). Allí había un solo sindicato, la CGT; el ingeniero director era comunista. Empecé de peón (reconstruíamos puentes de los muchos destruidos durante la guerra); era un trabajo muy penoso. Salí de allí como jefe de equipo montador, porque el responsable sindical que gozaba de gran autoridad se dio cuenta de que yo sabía “leer en el dibujo”, es decir interpretar los planos. Pasé a intervenir en la Radiodifusión Televisión Francesa (R.T.F.) – Emisiones en Lengua Española – lo que aquí se llamó “Radio París”.

Actualmente ocupo mi tiempo en el intento de ordenar, como sea posible, el recuerdo de esta barahúnda de vivencias personales, insertándolo en la recuperación de la memoria histórica general, más o menos extraviada en el pasado. No es muy fácil.


SORIA

 

De mis eventuales relaciones familiares con Soria únicamente puedo decir que alguna vez en mi juventud oí hablar de Ribota (si es que cabe situar aquel término en tierras de algún modo sorianas). Así escuché, muy de vez en cuando, que mis antecesores por vía paterna, “los Ribota”, eran segadores ambulantes de aquellos que por estipendios de miseria – una docena de pesetas y un par de alpargatas (¿será posible?) – trabajaban en la cosecha de trigo de Peñaranda de Duero y su burgalesa comarca donde moraban mis parientes maternos.

No sé por qué la evocación de Soria me prendó desde muy temprano. Tal vez la proximidad de Numancia, mito indiscutible que encandila enseguida. Una de las primeras cosas que aprecié en Soria fue la visita de un Museo Numantino. Si mis recuerdos no me traicionan creo que uno de sus primeros directores en la post-guerra fue un vasco represaliado que después de purgar alguna pena en su país natal fue “castigado” al destierro en Soria, aunque algo mitigado con el cargo director de dicho Museo. Sería eso lo único que pudiera haberme chocado. Por lo demás nunca encontré en mis visitas a dicha ciudad sino motivos de complacencia, ambientes de serenidad, de bienestar. Podría hablar de paseos por las orillas del Duero hacia las ermitas de San Saturio o San Polo, los arcos en ruinas de San Juan, o la serena belleza del pórtico de Santo Domingo:

 

“En Santo Domingo

la misa mayor.

Aunque me decían

hereje y masón,

rezando contigo,

cuánta devoción”

 

(XII “Nuevas Canciones” de Antonio Machado).

 

Está claro: para admirar la ballesta del Duero lo mejor en Soria es hacerlo desde el Parador Antonio Machado. Un establecimiento éste que junto a una posición ciertamente estratégica en el mejor sentido de esta inquietante palabra, goza de un relumbrante título. Nadie que lo sepa puede olvidar que Antonio Machado fue durante cinco años, desde 1907, catedrático de francés del Instituto de Segunda Enseñanza de Soria. Conservo firme la imagen de aquella aula austera, sombría, severa, del antiguo centro docente donde profesó...

No olvido que en la modesta pensión familiar donde residía, el profesor-poeta conoció a la joven Leonor Izquierdo de la que se enamoró y con quien se casó. Ni creo que puedan olvidarlo cuantos, sabiéndolo, y muchos desde el exterior de España, evocan así su imagen de Soria.

Cuando el poeta murió en Collioure (Francia) el 22 de febrero de 1939, se iniciaba para mí el que se me anunciaba como tremendo exilio y la infausta noticia tardó algún tiempo en llegar hasta nosotros, los internados en los Campos de Concentración de la Cataluña francesa. Estaba yo entonces, con los restos de nuestro Ejército del Ebro, en el de Saint-Cyprien, junto al de Argelès, tratado de acomodarme a la inhóspita situación. La información e su fallecimiento que de manera muy escueta nos llegaba, no pudo sino añadirse al asuma de sinsabores que, uno tras otro, nos agobiaban.

Poco a poco, el nombre de Antonio Machado fue adquiriendo en nuestra mente el valor de símbolo cultural del exilio republicano español. Yo conocía bastante bien, creo, su obra, principalmente desde los primeros días de la guerra en España, cuando el asesinato de que fue víctima García Lorca le inspiró la elegía titulada: “El crimen fue en Granada”.

El nombre de Soria siempre me lleva a la evocación de poemas machadianos como ejemplo aquel en el que el autor dice que de lejos divisaba

 

“las serrezuelas calvas

por donde tuerce el Duero

para formar la corva

ballesta de un arquero

en torno a Soria.

Soria es una barbacana

hacia Aragón, que tiene

la tierra castellana.”

 

¿Cómo olvidar estrofas de tal sonoridad?

 

¡Soria fría, Soria pura!,

cabeza de Extremadura,

con su castillo guerrero

arruinado sobre el Duero;

con sus murallas roídas

y sus casas denegridas

...

¡Soria fría! La campana

de la Audiencia da la una.

Soria, ciudad castellana,

¡tan bella!, bajo la luna.

 

¿Cómo podría yo resistir a, por ejemplo, sacar alguna “parida” mía con pretensiones de poema, tal que aquel:

 

“Con Soria me acuesto

y con Soria me levanto.

 

Hay a mi vera en la cama

un deslumbrante almohadón

de raso blanco, impoluto,

y un escudo en el rincón;

un torreón en su centro

orlado en gris sobre rojo

con una proclamación:

 

“Soria, en tierra castellana

barbacana

hacia Aragón”.

 

Antonio Machado murió “casi desnudo, como los hijos de la mar” en Collioure, puertecito, de la Cataluña francesa. Y allí en Collioure está enterrado hoy, bajo un sencillo monumento; junto a su madre que falleció casi al mismo tiempo que él. Temprano se iniciaron las visitas ante la tumba y siguen multiplicándose no sólo en los aniversarios. Por mi parte lo hago desde que me fue posible tras la Liberación, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Sé que algunos hablaron de trasladar sus restos a España. No lo considero oportuno. No sólo porque ello equivaldría a destruir ese carácter simbólico del que hablamos, sino también porque plantearía problemas no fáciles de resolver. ¿Dónde se acogerían esos restos en España? Al menos siete ciudades se los disputarían con ahinco; y cada una de ellas con razones indudablemente poderosas para pretenderlo. Bien están los restos de Antonio Machado donde están mientras no caigan en ninguna especie de olvido.

 

RADIO PARÍS

 

Sí. Lo he sido durante más de treinta años. Es una cuestión que no puedo olvidar. Difícil de olvidar también, por ejemplo, que fue para mí un segundo exilio. Antes había sufrido otro de una decena de días al terminar la campaña del Norte con la pérdida de Asturias y la salida rocambolesca en aquel barquito llamado “Toñín”. Tras las vacaciones que me procuró tan breve exilio volví a la guerra en Cataluña. ¿Por qué volví? No losé. Es difícil explicarlo.

Debe tenerse en cuenta que antes de ir a Madrid yo hacía frecuentes visitas relámpagos a Francia. Todo lo cual contribuyó a consolidar mi conocimiento del idioma francés. Sin olvidar que dominé el Certificado de Estudios en la Escuela Francesa de San Sebastián. No puedo hablar de dificultades en el aprendizaje de este idioma. En dicha Escuela yo era el primero en Composición Francesa lo cual denota una cierta brillantez en los ejercicios de redacción. El dominio del francés fue para mí el fruto de un proceso sereno, sin agudas aristas. Es el único lenguaje no castellano que conozco. Del euskera apenas conservo algunos rudimentos. Conocer bien el francés me ha sido muy útil en la vida. Sería larguísimo enumerar todas las ocasiones en que lo he comprobado. Sin duda, la mayoría de tales ocasiones se sitúa en el transcurrir del largo exilio sufrido.

 

“El exilio se vive como se puede. Depende de la propia idiosincrasia y de las circunstancias. Por ambas razones, el mío fue sin duda bastante enriquecedor.”

 

Para mejor entendimiento he de precisar enseguida que el mío ha sido un exilio de a pie, es decir el situado entre las más bajas capas sociales. Porque hubo también exiliados de alta categoría; por ejemplo, los que se pagaban buenas comidas de restaurante en París, mientras nosotros (pienso en el inolvidable pedagogo Arturo Acebez y yo) en el campo de Concentración de Saint Cyprien soñábamos con la llegada de un ”maná” (en esos términos lo comentábamos), un “maná” más o menos bíblico que nos resarciera de la hambruna de cuatro días sin pan ni agua que habíamos padecido.

El exilio se vive como se puede. Depende de la propia idiosincrasia y de las circunstancias. Por ambas razones, el mío fue sin duda bastante enriquecedor. Creo que las difíciles circunstancias en que lo viví no lograron entorpecer la obra cultural que era lo esencial de mi actuación. Desde que muchos miles de españoles fuimos internados en Campos ese fue el principal objetivo de nuestras organizaciones estudiantiles y de profesionales de la Enseñanza. Un ejemplo: En el campo de Gurs, construido en la región del Béarn para internar allí a los refugiados militares vascos, se erigió desde el principio en cada Islote una Barraca Cultural donde se impartían enseñanzas, se pronunciaban conferencias y se presentaban recitales o conciertos. En Gurs eran catorce los islotes, contando el “paddock” o campo de castigo. Fueron trece los Barracones Culturales. El tema del campo de Gurs me daría pie para una larga digresión. Me limitaré a recordar la dedicatoria de un libro publicado en 1993: “Pau, 21 de octubre de 2001. A Julián Antonio Ramírez”. Fue uno de los primeros internados en el Campo de Gurs. Fue el representante de todos los “gursianos” en la ceremonia del 14 de julio de 1939 en el Campo. Que me excuse por los olvidos y las aproximaciones d este libro. Con mis sentimientos más amistosos y los más modestos ante su incesante combate en pro de la libertad y la democracia.” Firmado: Claude Laharie. Un historiador. No dudo en afirmar que la acción cultural en los Campos de Concentración fue lo que más fuerzas me dio para sortear los obstáculos.

Claro que participe en la Resistencia francesa. Fue la mía siempre, desde el principio, entiéndase bien, una resistencia española, que al final se fundió con la del país de albergue, contra el nacismo, contra el fascismo internacional. Con ello me gané una condecoración, la Medalla de la Guerra 39-45 otorgada en nombre del ministro de la Defensa por la Federación francesa de los Consejos de la Resistencia.

Creo que fue una brillante culminación para mi experiencia del exilio. Temo que ésta sea una cuestión no demasiado buen considerada aún hoy en España. Sería un error garrafal el no darle la importancia que tiene. El Exilio español, especialmente, configura una parte muy importante de la Historia de España. Por su propia enjundia, por la talla de muchos de sus protagonistas, por las circunstancias irrepetibles en que se produce, por los resultados que con él se alcanza. Yo, al menos, hago cuanto puedo por mantener su memoria

Al evocar mi pasado no debo olvidar que trabajé durante veinticinco años en las Emisiones en lengua española de la Radio Televisión Francesa. ¿Cómo entre allí? No es fácil reseñarlo brevemente. Yo formaba parte, desde su creación, de una Agrupación Profesional de Periodistas Republicanos Españoles Exiliados. Pero por razones de documentación de identidad trabajaba manualmente, como ya he dicho, en unos talleres de construcciones metálicas, S. B. M. En Genevilliers. Un día, en las citadas Emisiones en español de la RTF se produjo una emergencia, no sé cuál; posiblemente una indisposición del poderosos mandamás, Francisco Díaz Roncero. Entonces acudieron a mí para una sustitución de urgencia. Estuve quince días trasnochando hasta horas muy tardías y madrugando para ir a la fábrica. Hasta que tuve que abandonar las construcciones metálicas aunque en la Radio no me dieron más que una ocupación provisional sin contrato fijo. Mi trabajo en la Radio lo propuso Adelita, mi esposa compañera que actuaba ya en las emisiones dramáticas de un Cuadro teatral. Fue en suma una sustitución urgente que por diversas circunstancias se fue transformando en una carrera de veinticinco años durante los cuales escalé todos los puestos posibles hasta mi jubilación.

A lo largo de esa carrera he actuado totalmente como un periodista francés. Poseo el título oficial, la Carta de Prensa. Sigo militando ahora como miembro honorario, en el SNJ, Sindicato Nacional de Periodistas. Sección de la Región Parisiense. De modo que mis relaciones con los periodistas franceses son, en general, las mejores. Como uno más.

Conocí, naturalmente, a muchísimos personajes. Una lista que inicié amenaza con ser interminable. ¿Entrevistas? Ni las cuento. Podría sintetizarlo mencionando la que hice a Maurice Schumann, el que fue durante la Segunda Guerra Mundial portavoz de la Resistencia francesa en las Emisiones de la BBC de Londres tituladas “Los franceses hablan a los franceses”. Luego fue Ministro de Asuntos Exteriores en Francia cuando tras una fuerte ruptura, se restablecieron las relaciones de las cancillerías occidentales con el régimen franquista. Fue uno de los que entonces visitaron a Franco. Y yo fui con él al Palacio del Pardo. Lo cuento en mi primer libro de Memorias. Como político francés posiblemente le destacaría a él, Maurice Schumann, por esas razones personales mías.

Como intelectual destacaría a Joliot-Curie que con su esposa Irene recibió el Premio Noble por descubrir la radiactividad artificial y a quien conocí personalmente trabajando a su lado hacia 1950 cuando él era Presidente del Consejo Mundial de Partidarios de la Paz.

 

MARIO VARGAS LLOSA

 

“Mario Vargas Llosa ocupaba mi mesa de despacho cuando era Redactor-Jefe de las Emisiones RTF hacia América Latina y yo lo era de las Emisiones hacia España, Europa y Norte de Africa”

 

En esta labor de introspección ha surgido como digo muchísimos personajes. Uno de ellos es Mario Vargas Llosa. Recientemente me encontré con él en una calle de Alicante. El abrazo que nos dimos duró más de dos minutos. El ocupaba mi mesa de despacho cuando era Redactor-Jefe de las Emisiones RTF hacia América Latina y yo lo era de las Emisiones hacia España, Europa y Norte de Africa. Mario Vargas Llosa es impresionante. De muy buen parecer físico, seductor, inteligente, brillante en su proyección literaria, autor de varias obras, novelas en su mayoría, de las que sientan cátedra. Es un virtuoso del idioma que domina la técnica del narrador. Se le veía venir desde que publicó en 1962 “La ciudad y los perros” y poco después “Pantaleón y las visitadoras” así como “La tía Julia y el escribidor”, etc.: A esa Tía Julia la conocimos personalmente Adelita y yo cuando unos y otros trabajábamos juntos en la Radio de Paris entre los años 50 y finales de los 70. Julia Urquidi, tía política a la vez que la primera esposa de Mario Vargas Llosa. Hace algunos años nos mandó recuerdos desde Bolivia donde se encontraba.

 

ADELITA DEL CAMPO

 

¿Es posible tal amor en tales circunstancias, campos de concentración, exilio, cárcel incluso?

 

En este ya prolijo relato ha surgido naturalmente el recuerdo de Adelita del Campo que siendo mi compañera, mi esposa, colaboró tanto conmigo a lo largo de todas esas vivencias. En la Radio Televisión Francesa ella estaba antes que yo y me ayudó a entrar. Nos habíamos conocido en el Campo de Argelès donde ella cantaba después de mi conferencia sobre García Lorca. Se escapó del Campo de Bram para ser la figura estelar del Grupo Artístico que yo había logrado formar cuando estábamos cerca de Vichy bajo el régimen de Petain. Nos casamos en 1942, bajo la plena y dura ocupación de Francia por los nazis alemanes y sus acólitos.

Aquel amor que maravilló a quienes lo conocieron, podrá inspirar innumerables y enjundiosas preguntas, por ejemplo: ¿Es posible tal amor en tales circunstancias, campos de concentración, exilio, cárcel incluso? Prácticamente, en casi todas las vivencias que he relatado se advierte la impronta de Adelita que me ayudó a superarlas. Así surgen otros muchos interesantes temas, por ejemplo: Amor y Exilio, Amor y Campos de Concentración. Desviaciones de la sexualidad, Papel de las mujeres en el Exilio, Tratamiento que se le ha dado a dicho papel. Estoy persuadido que no se ha valorado suficientemente la labor de mujeres como Adelita del Campo.

Podría aliviar en cierto modo el desasosiego que todo ello me produce pensando que se han multiplicado y dignificado, si cabe, las relaciones en este caso, con los casorios entre francesas y franceses con españoles y españolas. Si todo ello sugiere, como sería de rigor, un desarrollo más importante... Otra vez será.