APUNTES PARA UNA MINI-BIOGRAFÍA
A propósito de Antonio Machado y Soria
Durante el Curso 2003-2004, la Escuela Oficial de Idiomas de
Soria invitaba, por segunda vez, a Julián Antonio Ramírez a participar en sus Jornadas de Idiomas. Aceptó
inmediatamente. Sus 88 años de edad no le impidieron trasladarse desde Alicante
para contarnos una parte muy pequeña de todo lo que sabe, de todos los
personajes a los que ha conocido a lo largo de sus 25 de periodista en la Radio
Televisión Francesa (emisiones en castellano). Acababa de publicar un libro, ICI PARIS, cuya lectura nos acerca a
una parte de la Historia de España más trascendental. Con un lenguaje sencillo,
claro, ameno, desprovisto de cualquier tipo de apasionamiento, Julián Antonio
Ramírez aporta una visión rigurosa, personal, simpática, de una experiencia
vital de 88 años. Nada más terminar su charla, en los locales de CAJA DUERO, le
pedimos una entrevista para esta revista, IDIOMAS. Aceptó encantado. Su
conocimiento del francés, sus 25 años como periodista exiliado en la Radio y
Televisión pública francesa, convierten este relato suyo – escrito en exclusiva
para esta Revista IDIOMAS 2005 - en un
documento de indudable valor cultural y lingüístico. Jesús Bozal Alfaro
“Nunca encontré en mis visitas a Soria sino
motivos de complacencia, ambientes de
serenidad, de bienestar”
Yo,
Julián-Antonio Ramírez, nací el 28 de enero de 1916, en San Sebastián, Donostia
como hoy llaman muchos a la Bella Easo, y nací en un barrio anodino, calle de
San Bartolomé número 15. Al calificarlo de anodino indico que no tiene de qué
vanagloriarse: calles pocas y pequeñas, corrientes y molientes, sin el menor
detalle de qué hacer gala. No sé cómo denominar ese barrio, ni si tiene un
nombre.
Hay
en Donosti otros barrios con indiscutible enjundia: La Parte Vieja con el chiquiteo en la calle 31 de agosto; Amara con la “punta de la Muralla”; Zorroaga con el moderno ensanche; Gros con el Palacio Kursaal, hoy el de
Moneo; Ondarreta, tras el viejo
Palacio Real de Mirarmar sobre el Pico
del Loro, y otros que se van sumando. Cada uno de ellos puede estar
orgulloso de sí mismo. Pero el de mi nacimiento era eso, un barrio anodino. Me
pregunto por qué nací allí. Nunca he sabido que aquel fuese el domicilio de mi
familia. Por razones laborales mis padres vivían en Astigarraga, un pueblecito
situado a menos de 10 kilómetros de la capital donostiarra donde estaban las
cocheras del tranvía de Hernani, de uno de los cuales fue conductor mi padre.
Por lo visto, la casa de la donostiarra calle de San Bartolomé, donde vine al mundo,
no era de mi familia. O sea, que aquello sucedió en un barrio anodino y, sin
duda, sobre un lecho de prestado. La cosa tiene su importancia porque al
transcurrir mi primera infancia en Astigarraga, pueblo minúsculo, de estructura
y ambiente netamente euskaldunes, en aquellos años tiernos de mi vida me
amamanté claramente con vasquismo, sobre todo en lo que al lenguaje se refiere.
Según me dijeron algunos allegados míos, en los juegos de niños yo me expresaba
en euskera. En realidad, yo no lo recuerdo. Tampoco sé hasta qué punto es
verdad que un día, jugando en el balcón metí la cabeza entre dos barrotes de la
baranda y no podía sacarla. Menos mal que los barrotes eran de madera; pero
hubo que llamar a un profesional del ramo para serrarlos y liberarme. No sé
porqué me viene esto a la memoria.
El
caso es que cuando mi padre fue destinado a otro puesto de trabajo el de
guarda-agujas en la línea del “Topo” (había una vía de “aparcamiento” en la
Plaza de Guipúzcoa, ante el Palacio de la Diputación Provincial) él se encargó
de atender a dicha vía y dependía de las oficinas instaladas en la calle de
Peñaflorida. Mi familia hubo de salir de Astigarraga para instalarse en un
apartamento asotanado en la donostiarra calle de Urbieta. Así se rompieron mis
lazos lingüísticos con el euskera y me vi plenamente incorporado a un ambiente
familiar castellano-parlante.
En esas condiciones recorrí las etapas de mi formación: instrucción primera en diversos establecimientos laicos o religiosos; segunda enseñanza, especialmente el “Certificat d´Etudes” en la Escuela Francesa de San Sebastián, y el Bachillerato español en el Colegio de los Marianistas con exámenes en el Instituto de Peñaflorida. Hasta que obtuve una de las cinco primeras becas que instituyó el Gobierno de la República para estudios técnicos superiores y ello me llevó a Madrid. Yo aspiraba a ser ingeniero industrial.
MADRID
Allí
en Madrid me encontraba cuando estalló la llamada Guerra Civil. Más
exactamente, el 18 de julio de 1936, camino de mis vacaciones yo, junto a mi
hermanastro Carlos que conducía, iba en el coche que llevaba al Director
General del Servicio del Cultivo en España, Don Horacio Torres. Este era un
Ingeniero Agrónomo de nacionalidad argentina.
Todo
ello es muy complejo y nada fácil de resumir para que se comprenda. Lo
intentaré. Al iniciar mis estudios de carrera en Madrid pronto me percaté de
que la cuantía de la beca obtenida era insuficiente. Entonces, con la ayuda de
Carlos, conseguí un empleo a tiempo parcial como funcionario público en el
mencionado Servicio Nacional del Cultivo del Tabaco. En un examen que se
convocó para estabilizar la plantilla del mismo, yo alcancé uno de los primeros
puestos lo cual me facilitó la modulación de mi empleo parcial y además me
procuró el suplemento del cobro de unas clases particulares de matemáticas
elementales para los dos hijos del Director General que abordaban sus estudios
de bachillerato.
Podría
ser interesante detallar cómo fue evolucionado mi actividad digamos profesional
que desde las clases particulares hasta las colaboraciones periodísticas
cobradas me permitió al cabo de dos años renunciar a la beca por razones
digamos éticas.
El
caso es que el 18 de julio de 1936 iba yo en el coche conducido por Carlos con
el citado Director, don Horacio, que también iniciaba sus vacaciones. Salimos
de Madrid bastante temprano. Don Horacio nos dijo que en ciertos círculos
oficiales le habían advertido de cierta agitación en el ambiente político.
Efectivamente; pasado Somosierra pronto empezamos a topar con patrullas de
hasta quince o veinte guardias civiles que nos detenían. Don Horacio presentaba
enseguida su título de identidad argentino y nos dejaban continuar. Luego
supimos que en la provincia de Burgos se había impuesto ya el “levantamiento”
faccioso.
Y
así, al caer la tarde llegamos a San Sebastián donde se advertía ya la amenaza
de combates callejeros que pronto se concentraron en torno al Hotel María
Cristina y a los cuarteles de Loyola.
Mi
primera reacción ante el alzamiento militar fue de estupor. Mucho estupor lo
que no podía ser una gran sorpresa. Porque recordaba aquella reunión del
claustro de profesores de la Universidad Popular de la FUE en Madrid, cuando
después de asistir desde lo alto de la calle de la Montera al incendio de la
iglesia del Carmen, regresamos rápidamente al claustro universitario donde uno
de los profesores exclamó: “No cabe duda de que vivimos momentos
pre-revolucionarios”.
Así
empecé a vivir lo que con más o menos asombro por mi parte se llamó “guerra
civil”. Lo claro para mí era que yo no podía estar de acuerdo con tamaña
agresión contra la República a la que estimaba como enderezadora de mi senda
vital. Por consiguiente, pasados los tres o cuatro primeros días digamos de
pasmo ante lo que sucedía, busqué cómo ser útil a la defensa del régimen
agredido. Se impuso en mí una continuidad con las experiencias vividas en la
etapa de Madrid. De ahí la decisión de buscar el contracto con una organización
estudiantil democrática.
Existía
una Asociación de la FUE donostiarra. A ella me dirigí. Sus principales
animadores eran: González Jerez, José María, entonces recién graduado con el
título de “profesor mercantil” y Vázquez Sarasola estudiante ya muy avanzado de
medicina en Valladolid. Con ellos me entendí bien. Rápidamente encarrilamos la
acción colectiva que en el momento nos pareció más eficaz. Organizamos la
distribución gratuita y el mejor aprovechamiento de la Prensa cotidiana, sin
distinción de títulos, en los frentes que tras la caída de Irún y San Sebastián
se habían estabilizado a lo largo de la muga entre Guipúzcoa y Vizcaya,. Había
un tramo particularmente peligroso entre Eibar y Elgoibar, un trecho de
carretera que debíamos cubrir con el paquete de periódicos a cuestas corriendo
a toda velocidad para sortear los disparos del otro lado. Se intentó igualmente
que las chicas de la organización estudiantil animaran “rincones de lectura” en
los hospitales de sangre.
No
duró mucho tiempo aquella actividad. Rápidamente derivó hacia una creciente
participación en la acción militar. En mi caso, a lo largo de toda la campaña
del Norte fui haciéndome reporter-corresponsal de guerra alternando a veces tal
misión con el quehacer de redactor de cierre que ejercí en Torrelavega montando
el “Boletín” durante unos pocos días del verano de 1937.
Antes
se había producido la caída de Bilbao con una pena de muerte para mí, según
creo saber. Yo no la oí esa condena a muerte. Me lo dijeron las mujeres que se
encargaban de las faenas domésticas en Somorrostro, la base donde confluíamos
por la noche quienes nos dedicábamos a recomponer las líneas de resistencia de
las fuerzas republicanas en la orilla izquierda del Nervión. Como solían
hacerlo tras entrar las tropas insurrectas en una ciudad importante, se habían
difundido por Radio listas de condenados a muerte por ellos, sin formación de
causa. En una de esas listas, la del cuarto o quinto día, figuraba mi nombre y
yo estaba destinado a ser fusilado, según se me dijo después, “por haber
organizado un acto de homenaje a Federico García Lorca”. Ciertamente creo que
todo fue así.
Luego
vino la evacuación de Asturias cuando los republicanos perdimos en octubre de
1937 la campaña del Norte. Salí del Musel, puerto de Gijón, en un barquichuelo
– “cáscara de nuez”, el “Toñín”, interceptado de él y tras una navegación
errante llegar el cuarto día al puerto militar francés de Lorient, en Bretaña.
Y
tras diez días de descanso, el retorno a la guerra en Cataluña. Ni yo mismo me
he preguntado por qué. Y poco después, en febrero de 1939, otra evacuación, la
de Cataluña, rumbo al destierro, un exilio que se iba a prolongar durante más
de treinta años.
FRANCIA
De
tal modo, la contienda en España (que fue una primera gran batalla de la
Segunda Guerra Mundial), puedo asegurar que aquella contienda la viví
escapando. Sí, escapando. Es lo más neto que se advierte en mi peregrinar.
Fue
un exilio largo, una ausencia ininterrumpida de más de treinta años durante los
cuales pude ejercer una gran diversidad de profesiones. En lo esencial seguí
siendo periodista. Con el exministro Angel Galarza y con una firma notable,
Jesús Izcaray, fui promotor de una “Agrupación de Periodistas Españoles
Republicanos en Exilio”. Un periodista a veces clandestino y por lo tanto muy
mal remunerado.
Sin
embargo debo señalar un importante paréntesis de trabajador manual que hube de
vivir a causa de ciertas peripecias intempestivas en mi documentación de
identidad. ES un poco largo y abrupto. Pero intentaré explicarlo: Yo había
participado activamente en la Resistencia francesa. Después de los Campos de
Concentración en Francia, después de las Compañías de Trabajadores
militarizadas, yo estimé que cualquier acción en pro de la Libertad en España
confluía imprescriptiblemente con la ducha universal contra el fascismo, contra
los nazis. Por eso me hice “maquisard” en Francia, me alisté en el 1er Batallón
FFI – Fuerzas Francesas del Interior – en el departamento del Indre. Contribuí
cuanto pude a la derrota de los fascistas invasores.
Con
esa participación en la Resistencia francesa yo creía que los protagonistas en
ella habíamos conquistado ya el derecho a vivir normalmente en nuestro país, en
libertad, al amparo de la Democracia. Estimaba que los papeles obtenidos con
tal motivo (Certificados de Combate y Desmovilización entre otros) me bastarían
para lograr algún empleo en Francia cuando hube de dejar en Praga el consejo
Mundial de Partidarios de la Paz en el que actuaba como
empleado-administrativo. Pues no.
Era
imposible y más aún, contraproducente. En las Altas Esferas de la
Administración Francesa se había producido un gran cambio, una regresión hacia
la Derecha. Los representantes de las fuerzas que ganaron la Liberación habían
sido sustituidas en el Poder por los de la reacción más conservadora. No era
conveniente en ningún trámite más o menos oficial esgrimir ningún documento de
identidad nacido de aquella participación en la acción libertadora.
Para
colmo, yo había perdido un “Título” de viaje de carácter apátrida que me
permitió desplazarme hasta entonces por diferentes países. Pude regresar de
Praga a París, pasando por Rotterdam, con una diputada socialista belga de gran
prestigio internacional, Isabèle Blume, una gran señora que me acompañaba por
si acaso.
Pero
ya en Francia, salvados todos esos obstáculos, me encontraba totalmente
desprovisto de documentos de identidad que me permitieran acceder a cualquier
empleo normal. Una vez más me tocaba improvisar. Gracias al apoyo de la potente
sindical CGT, sin presentar ningún papel entré a trabajar en unos talleres de
construcciones metálicas de Gennevilliers, al Norte de París, la fábrica
Schmid, Bruneton, Morin, SBM (donde, entre otras cosas, se habían montado los
tirantes de la Torre Eiffel). Allí había un solo sindicato, la CGT; el
ingeniero director era comunista. Empecé de peón (reconstruíamos puentes de los
muchos destruidos durante la guerra); era un trabajo muy penoso. Salí de allí
como jefe de equipo montador, porque el responsable sindical que gozaba de gran
autoridad se dio cuenta de que yo sabía “leer en el dibujo”, es decir
interpretar los planos. Pasé a intervenir en la Radiodifusión Televisión
Francesa (R.T.F.) – Emisiones en Lengua Española – lo que aquí se llamó “Radio
París”.
Actualmente
ocupo mi tiempo en el intento de ordenar, como sea posible, el recuerdo de esta
barahúnda de vivencias personales, insertándolo en la recuperación de la
memoria histórica general, más o menos extraviada en el pasado. No es muy
fácil.
SORIA
De
mis eventuales relaciones familiares con Soria únicamente puedo decir que
alguna vez en mi juventud oí hablar de Ribota (si es que cabe situar aquel
término en tierras de algún modo sorianas). Así escuché, muy de vez en cuando,
que mis antecesores por vía paterna, “los Ribota”, eran segadores ambulantes de
aquellos que por estipendios de miseria – una docena de pesetas y un par de
alpargatas (¿será posible?) – trabajaban en la cosecha de trigo de Peñaranda de
Duero y su burgalesa comarca donde moraban mis parientes maternos.
No
sé por qué la evocación de Soria me prendó desde muy temprano. Tal vez la
proximidad de Numancia, mito indiscutible que encandila enseguida. Una de las
primeras cosas que aprecié en Soria fue la visita de un Museo Numantino. Si mis
recuerdos no me traicionan creo que uno de sus primeros directores en la
post-guerra fue un vasco represaliado que después de purgar alguna pena en su
país natal fue “castigado” al destierro en Soria, aunque algo mitigado con el
cargo director de dicho Museo. Sería eso lo único que pudiera haberme chocado.
Por lo demás nunca encontré en mis visitas a dicha ciudad sino motivos de
complacencia, ambientes de serenidad, de bienestar. Podría hablar de paseos por
las orillas del Duero hacia las ermitas de San Saturio o San Polo, los arcos en
ruinas de San Juan, o la serena belleza del pórtico de Santo Domingo:
“En
Santo Domingo
la
misa mayor.
Aunque
me decían
hereje
y masón,
rezando
contigo,
cuánta
devoción”
(XII
“Nuevas Canciones” de Antonio Machado).
Está
claro: para admirar la ballesta del Duero lo mejor en Soria es hacerlo desde el
Parador Antonio Machado. Un establecimiento éste que junto a una posición
ciertamente estratégica en el mejor sentido de esta inquietante palabra, goza
de un relumbrante título. Nadie que lo sepa puede olvidar que Antonio Machado
fue durante cinco años, desde 1907, catedrático de francés del Instituto de
Segunda Enseñanza de Soria. Conservo firme la imagen de aquella aula austera,
sombría, severa, del antiguo centro docente donde profesó...
No
olvido que en la modesta pensión familiar donde residía, el profesor-poeta
conoció a la joven Leonor Izquierdo de la que se enamoró y con quien se casó.
Ni creo que puedan olvidarlo cuantos, sabiéndolo, y muchos desde el exterior de
España, evocan así su imagen de Soria.
Cuando
el poeta murió en Collioure (Francia) el 22 de febrero de 1939, se iniciaba
para mí el que se me anunciaba como tremendo exilio y la infausta noticia tardó
algún tiempo en llegar hasta nosotros, los internados en los Campos de
Concentración de la Cataluña francesa. Estaba yo entonces, con los restos de
nuestro Ejército del Ebro, en el de Saint-Cyprien, junto al de Argelès, tratado
de acomodarme a la inhóspita situación. La información e su fallecimiento que
de manera muy escueta nos llegaba, no pudo sino añadirse al asuma de sinsabores
que, uno tras otro, nos agobiaban.
Poco
a poco, el nombre de Antonio Machado fue adquiriendo en nuestra mente el valor
de símbolo cultural del exilio republicano español. Yo conocía bastante bien,
creo, su obra, principalmente desde los primeros días de la guerra en España,
cuando el asesinato de que fue víctima García Lorca le inspiró la elegía
titulada: “El crimen fue en Granada”.
El
nombre de Soria siempre me lleva a la evocación de poemas machadianos como
ejemplo aquel en el que el autor dice que de lejos divisaba
“las
serrezuelas calvas
por
donde tuerce el Duero
para
formar la corva
ballesta
de un arquero
en
torno a Soria.
Soria
es una barbacana
hacia
Aragón, que tiene
la
tierra castellana.”
¿Cómo
olvidar estrofas de tal sonoridad?
¡Soria
fría, Soria pura!,
cabeza
de Extremadura,
con
su castillo guerrero
arruinado
sobre el Duero;
con
sus murallas roídas
y
sus casas denegridas
...
¡Soria
fría! La campana
de
la Audiencia da la una.
Soria,
ciudad castellana,
¡tan
bella!, bajo la luna.
¿Cómo
podría yo resistir a, por ejemplo, sacar alguna “parida” mía con pretensiones
de poema, tal que aquel:
“Con
Soria me acuesto
y
con Soria me levanto.
Hay
a mi vera en la cama
un
deslumbrante almohadón
de
raso blanco, impoluto,
y
un escudo en el rincón;
un
torreón en su centro
orlado
en gris sobre rojo
con
una proclamación:
“Soria,
en tierra castellana
barbacana
hacia
Aragón”.
Antonio
Machado murió “casi desnudo, como los hijos de la mar” en Collioure,
puertecito, de la Cataluña francesa. Y allí en Collioure está enterrado hoy,
bajo un sencillo monumento; junto a su madre que falleció casi al mismo tiempo
que él. Temprano se iniciaron las visitas ante la tumba y siguen
multiplicándose no sólo en los aniversarios. Por mi parte lo hago desde que me
fue posible tras la Liberación, al final de la Segunda Guerra Mundial.
Sé
que algunos hablaron de trasladar sus restos a España. No lo considero
oportuno. No sólo porque ello equivaldría a destruir ese carácter simbólico del
que hablamos, sino también porque plantearía problemas no fáciles de resolver.
¿Dónde se acogerían esos restos en España? Al menos siete ciudades se los
disputarían con ahinco; y cada una de ellas con razones indudablemente
poderosas para pretenderlo. Bien están los restos de Antonio Machado donde
están mientras no caigan en ninguna especie de olvido.
RADIO
PARÍS
Sí.
Lo he sido durante más de treinta años. Es una cuestión que no puedo olvidar.
Difícil de olvidar también, por ejemplo, que fue para mí un segundo exilio.
Antes había sufrido otro de una decena de días al terminar la campaña del Norte
con la pérdida de Asturias y la salida rocambolesca en aquel barquito llamado
“Toñín”. Tras las vacaciones que me procuró tan breve exilio volví a la guerra
en Cataluña. ¿Por qué volví? No losé. Es difícil explicarlo.
Debe
tenerse en cuenta que antes de ir a Madrid yo hacía frecuentes visitas
relámpagos a Francia. Todo lo cual contribuyó a consolidar mi conocimiento del
idioma francés. Sin olvidar que dominé el Certificado de Estudios en la Escuela
Francesa de San Sebastián. No puedo hablar de dificultades en el aprendizaje de
este idioma. En dicha Escuela yo era el primero en Composición Francesa lo cual
denota una cierta brillantez en los ejercicios de redacción. El dominio del
francés fue para mí el fruto de un proceso sereno, sin agudas aristas. Es el
único lenguaje no castellano que conozco. Del euskera apenas conservo algunos
rudimentos. Conocer bien el francés me ha sido muy útil en la vida. Sería
larguísimo enumerar todas las ocasiones en que lo he comprobado. Sin duda, la
mayoría de tales ocasiones se sitúa en el transcurrir del largo exilio sufrido.
“El exilio se vive como se puede.
Depende de la propia idiosincrasia y de las circunstancias. Por ambas razones,
el mío fue sin duda bastante enriquecedor.”
Para
mejor entendimiento he de precisar enseguida que el mío ha sido un exilio de a
pie, es decir el situado entre las más bajas capas sociales. Porque hubo
también exiliados de alta categoría; por ejemplo, los que se pagaban buenas
comidas de restaurante en París, mientras nosotros (pienso en el inolvidable
pedagogo Arturo Acebez y yo) en el campo de Concentración de Saint Cyprien
soñábamos con la llegada de un ”maná” (en esos términos lo comentábamos), un
“maná” más o menos bíblico que nos resarciera de la hambruna de cuatro días sin
pan ni agua que habíamos padecido.
El
exilio se vive como se puede. Depende de la propia idiosincrasia y de las
circunstancias. Por ambas razones, el mío fue sin duda bastante enriquecedor.
Creo que las difíciles circunstancias en que lo viví no lograron entorpecer la
obra cultural que era lo esencial de mi actuación. Desde que muchos miles de
españoles fuimos internados en Campos ese fue el principal objetivo de nuestras
organizaciones estudiantiles y de profesionales de la Enseñanza. Un ejemplo: En
el campo de Gurs, construido en la región del Béarn para internar allí a los
refugiados militares vascos, se erigió desde el principio en cada Islote una
Barraca Cultural donde se impartían enseñanzas, se pronunciaban conferencias y
se presentaban recitales o conciertos. En Gurs eran catorce los islotes,
contando el “paddock” o campo de castigo. Fueron trece los Barracones
Culturales. El tema del campo de Gurs me daría pie para una larga digresión. Me
limitaré a recordar la dedicatoria de un libro publicado en 1993: “Pau, 21 de
octubre de 2001. A Julián Antonio Ramírez”. Fue uno de los primeros internados
en el Campo de Gurs. Fue el representante de todos los “gursianos” en la
ceremonia del 14 de julio de 1939 en el Campo. Que me excuse por los olvidos y
las aproximaciones d este libro. Con mis sentimientos más amistosos y los más
modestos ante su incesante combate en pro de la libertad y la democracia.”
Firmado: Claude Laharie. Un historiador. No dudo en afirmar que la acción
cultural en los Campos de Concentración fue lo que más fuerzas me dio para
sortear los obstáculos.
Claro
que participe en la Resistencia francesa. Fue la mía siempre, desde el
principio, entiéndase bien, una resistencia española, que al final se fundió
con la del país de albergue, contra el nacismo, contra el fascismo
internacional. Con ello me gané una condecoración, la Medalla de la Guerra
39-45 otorgada en nombre del ministro de la Defensa por la Federación francesa
de los Consejos de la Resistencia.
Creo
que fue una brillante culminación para mi experiencia del exilio. Temo que ésta
sea una cuestión no demasiado buen considerada aún hoy en España. Sería un
error garrafal el no darle la importancia que tiene. El Exilio español,
especialmente, configura una parte muy importante de la Historia de España. Por
su propia enjundia, por la talla de muchos de sus protagonistas, por las
circunstancias irrepetibles en que se produce, por los resultados que con él se
alcanza. Yo, al menos, hago cuanto puedo por mantener su memoria
Al
evocar mi pasado no debo olvidar que trabajé durante veinticinco años en las
Emisiones en lengua española de la Radio Televisión Francesa. ¿Cómo entre allí?
No es fácil reseñarlo brevemente. Yo formaba parte, desde su creación, de una
Agrupación Profesional de Periodistas Republicanos Españoles Exiliados. Pero
por razones de documentación de identidad trabajaba manualmente, como ya he
dicho, en unos talleres de construcciones metálicas, S. B. M. En Genevilliers.
Un día, en las citadas Emisiones en español de la RTF se produjo una emergencia,
no sé cuál; posiblemente una indisposición del poderosos mandamás, Francisco
Díaz Roncero. Entonces acudieron a mí para una sustitución de urgencia. Estuve
quince días trasnochando hasta horas muy tardías y madrugando para ir a la
fábrica. Hasta que tuve que abandonar las construcciones metálicas aunque en la
Radio no me dieron más que una ocupación provisional sin contrato fijo. Mi
trabajo en la Radio lo propuso Adelita, mi esposa compañera que actuaba ya en
las emisiones dramáticas de un Cuadro teatral. Fue en suma una sustitución
urgente que por diversas circunstancias se fue transformando en una carrera de
veinticinco años durante los cuales escalé todos los puestos posibles hasta mi
jubilación.
A
lo largo de esa carrera he actuado totalmente como un periodista francés. Poseo
el título oficial, la Carta de Prensa. Sigo militando ahora como miembro
honorario, en el SNJ, Sindicato Nacional de Periodistas. Sección de la Región
Parisiense. De modo que mis relaciones con los periodistas franceses son, en
general, las mejores. Como uno más.
Conocí,
naturalmente, a muchísimos personajes. Una lista que inicié amenaza con ser
interminable. ¿Entrevistas? Ni las cuento. Podría sintetizarlo mencionando la
que hice a Maurice Schumann, el que fue durante la Segunda Guerra Mundial
portavoz de la Resistencia francesa en las Emisiones de la BBC de Londres
tituladas “Los franceses hablan a los franceses”. Luego fue Ministro de Asuntos
Exteriores en Francia cuando tras una fuerte ruptura, se restablecieron las relaciones
de las cancillerías occidentales con el régimen franquista. Fue uno de los que
entonces visitaron a Franco. Y yo fui con él al Palacio del Pardo. Lo cuento en
mi primer libro de Memorias. Como político francés posiblemente le destacaría a
él, Maurice Schumann, por esas razones personales mías.
Como
intelectual destacaría a Joliot-Curie que con su esposa Irene recibió el Premio
Noble por descubrir la radiactividad artificial y a quien conocí personalmente
trabajando a su lado hacia 1950 cuando él era Presidente del Consejo Mundial de
Partidarios de la Paz.
MARIO
VARGAS LLOSA
“Mario Vargas Llosa ocupaba mi mesa
de despacho cuando era Redactor-Jefe de las Emisiones RTF hacia América Latina
y yo lo era de las Emisiones hacia España, Europa y Norte de Africa”
En
esta labor de introspección ha surgido como digo muchísimos personajes. Uno de
ellos es Mario Vargas Llosa. Recientemente me encontré con él en una calle de
Alicante. El abrazo que nos dimos duró más de dos minutos. El ocupaba mi mesa
de despacho cuando era Redactor-Jefe de las Emisiones RTF hacia América Latina
y yo lo era de las Emisiones hacia España, Europa y Norte de Africa. Mario
Vargas Llosa es impresionante. De muy buen parecer físico, seductor,
inteligente, brillante en su proyección literaria, autor de varias obras,
novelas en su mayoría, de las que sientan cátedra. Es un virtuoso del idioma
que domina la técnica del narrador. Se le veía venir desde que publicó en 1962
“La ciudad y los perros” y poco después “Pantaleón
y las visitadoras” así como “La tía
Julia y el escribidor”, etc.: A esa Tía Julia la conocimos personalmente
Adelita y yo cuando unos y otros trabajábamos juntos en la Radio de Paris entre
los años 50 y finales de los 70. Julia Urquidi, tía política a la vez que la
primera esposa de Mario Vargas Llosa. Hace algunos años nos mandó recuerdos
desde Bolivia donde se encontraba.
ADELITA
DEL CAMPO
¿Es posible tal amor en tales
circunstancias, campos de concentración, exilio, cárcel incluso?
En
este ya prolijo relato ha surgido naturalmente el recuerdo de Adelita del Campo
que siendo mi compañera, mi esposa, colaboró tanto conmigo a lo largo de todas
esas vivencias. En la Radio Televisión Francesa ella estaba antes que yo y me
ayudó a entrar. Nos habíamos conocido en el Campo de Argelès donde ella cantaba
después de mi conferencia sobre García Lorca. Se escapó del Campo de Bram para
ser la figura estelar del Grupo Artístico que yo había logrado formar cuando
estábamos cerca de Vichy bajo el régimen de Petain. Nos casamos en 1942, bajo
la plena y dura ocupación de Francia por los nazis alemanes y sus acólitos.
Aquel
amor que maravilló a quienes lo conocieron, podrá inspirar innumerables y
enjundiosas preguntas, por ejemplo: ¿Es posible tal amor en tales
circunstancias, campos de concentración, exilio, cárcel incluso? Prácticamente,
en casi todas las vivencias que he relatado se advierte la impronta de Adelita
que me ayudó a superarlas. Así surgen otros muchos interesantes temas, por
ejemplo: Amor y Exilio, Amor y Campos de Concentración. Desviaciones de la
sexualidad, Papel de las mujeres en el Exilio, Tratamiento que se le ha dado a
dicho papel. Estoy persuadido que no se ha valorado suficientemente la labor de
mujeres como Adelita del Campo.
Podría
aliviar en cierto modo el desasosiego que todo ello me produce pensando que se
han multiplicado y dignificado, si cabe, las relaciones en este caso, con los
casorios entre francesas y franceses con españoles y españolas. Si todo ello
sugiere, como sería de rigor, un desarrollo más importante... Otra vez será.