Javier Martínez Romera


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DE GAULLE EN LA SACA[1]

Premio Certamen Literario

“Toro de Plata”, Soria 2023

 

Por Javier Martínez Romera

 

Nada más entrar en casa, Gerardo se dio cuenta de que Adela tenía algo importante que contarle. Sin darle tiempo a nada le explicó apresuradamente que tenía que presentarse de inmediato en el Ayuntamiento. Habían enviado a un policía municipal a buscarle, pero, como siempre, no estaba en casa. La pequeña bronca tapó casi por completo las escasas explicaciones. El chofer de la alcaldía estaba enfermo y él, como otras veces, tenía que ocuparse de sustituirlo, en esta ocasión con especial urgencia puesto que se esperaba la visita de alguien muy importante. 

Adela, siempre vigilante de la pulcritud de su esposo, le había preparado ya la camisa blanca y el uniforme, gorra incluida, que debería utilizar durante el imprevisto servicio. Ya cambiado y en la calle pensó por primera vez en la inoportuna indisposición del chofer titular que lo ponía a trabajar justo cuando había aparcado por fin el veterano camión Ford del almacén municipal. Quería empezar a disfrutar del ocio y el relajo casi festivo de la víspera de uno de los días que más le gustaban del año en Soria: el Jueves la Saca. 

Acompañado por estos pensamientos y por una mezcla cambiante de enfado y curiosidad, no tardó en llegar a la Plaza Mayor, enfilar la estrecha y vetusta escalera de madera del edificio del ayuntamiento y llegar a la oficina de alcaldía. No tardó en percibir más alboroto del que normalmente generan las fiestas en las dependencias municipales. Enseguida le comunicaron cuál era el motivo de tanto ajetreo. Nada menos que la llegada a Soria del general De Gaulle, vencedor de la Segunda Guerra Mundial y presidente de la República Francesa durante diez años, hasta abril del año anterior, para estar presente en los festejos de la Saca del día siguiente. 

Ni por un momento pensó Gerardo que pudiese tratarse de una broma, visto el tono, entre nervioso e imperativo, en el que le comunicaron la noticia y la agitación reinante en el consistorio. Pero, ¿qué papel tendría que desempeñar él en aquella ilustre visita? Por el momento, hacerse cargo del coche oficial de la alcaldía, cuidar de que estuviese impecable, ponerle el banderín con el escudo de la ciudad y recoger al alcalde, que, aunque se encontraba de viaje, había vuelto a la ciudad a toda prisa para recibir a la encarnación misma de la grandeur francesa. 

Con la sorpresa en proceso de asimilación, pasó por el cuerpo de guardia, recogió el llavero numerado con las llaves del vehículo y se dirigió a él, aparcado a la sombra de la imponente fachada del edificio de la Audiencia. El Seat 1500 negro de la alcaldía relucía impecable bajo el sol inclemente y sanjuanero de un mediodía de finales de junio. Abrió el maletero, colocó el banderín en la tuerca de la aleta delantera y repasó algunas motas de polvo sobre la carrocería hasta dejar el coche impoluto. Acababa de terminar cuando un policía municipal le avisó de que el alcalde ya se encontraba en su domicilio y podía pasar a recogerlo. De inmediato se atusó chaqueta y peinado, recordando las indicaciones de Adela para ir siempre impecable cuando estaba de servicio. 

En nada ya estaba Gerardo frente al domicilio del alcalde, que bajó en pocos minutos. Serio en la primera impresión, pero afable y comunicativo en cuanto se acomodó en el asiento trasero del coche. 

Por fin se fueron despejando las dudas de Gerardo. Había que dirigirse al parador, en el Parque del Castillo. Allí acudirían también las restantes autoridades y los Jurados de Cuadrilla que saludarían al general, antes de dirigirse a las ocho de la tarde al Ayuntamiento donde se celebraría el acostumbrado acto de Homenaje a la Mujer Soriana, representada por las señoras de los Jurados de Cuadrilla. La llegada de De Gaulle estaba prevista en torno a las cinco de la tarde. 

Gerardo, y más el alcalde, había ido siguiendo la visita del general a España durante todo el mes. La prensa había dado amplia información sobre el viaje, en Cambados y Santiago de Compostela, en la audiencia oficial y almuerzo con Franco en el Pardo y luego en Toledo, Córdoba, Jaén, Cádiz, Sevilla, en el parador de Jarandilla y en Valladolid, desde donde el general había partido hacia Soria. 

A los dos les sorprendía mucho su interés por visitar Soria. Había sido un cambio de último momento. Según explicó el alcalde, el abuelo de De Gaulle y su tío Charles, con el que el general compartía el nombre, habían sido destacados expertos en la cultura celta, interés que De Gaulle había heredado y quería seguramente satisfacer visitando las ruinas de Numancia. Además, alguien le había comentado en su ya largo viaje por España, la singularidad plástica del monte Valonsadero y de su ritual sanjuanero por excelencia, La Saca, alguno de esos muchos y buenos embajadores que nuestra tierra tiene por todas partes, según explicaba el alcalde. Quizás el general quisiera matar dos pájaros de un tiro y comprobar la raigambre celtíbera de montes y toros antes de contemplar los parajes que vieron cómo una pequeña ciudad nunca se doblegó ante la formidable potencia de Roma, algo con lo que quizás se identificase De Gaulle en sus denodados esfuerzos de resistir a los alemanes en junio de 1940 cuando todo parecía perdido. 

El alcalde descendió rápidamente del coche al llegar al parador y Gerardo aparcó entre otros coches oficiales, algún Dodge Dart y bastantes Seat 1500, no con la matrícula local SO como el de la alcaldía, sino con placas oficiales PMM, lo que, en muchos casos, indicaba la presencia de autoridades de rango superior, muchas foráneas. 

En los jardines aledaños al parador se encontraba toda la representación política y social de la provincia luciendo sus mejores galas. En un grupo más o menos compacto estaban los Jurados de Cuadrilla, seguramente nerviosos por lo inusitado del acto y por tener que añadir una complicación más a la cargada agenda de eventos, obligaciones y preocupaciones propias del cargo. 

Gerardo se dirigió al grupo de sus homólogos, los chóferes de la Diputación, el Gobierno Civil y otros organismos oficiales, con los que ya había coincidido en otras ocasiones por su trabajo de chofer suplente o de conductor del almacén municipal. La conversación general, entre cigarrillo y cigarrillo, era la expectación generada por la visita y el comentario sobre las inminentes fiestas. Los más taurinos, como el conductor de la presidencia de la Diputación, mostraban gran interés por la corrida del Domingo de Calderas, con cartel de postín, con los “Curros”, Girón y Vázquez, acompañados de “Paquirri”. 

En efecto, y según lo previsto, poco después de las cinco, llegaba la comitiva del general De Gaulle, formada por dos flamantes Citroën DS Tiburón negros. En el primero, conducido por su chofer de confianza Paul Fontennie, viajaban el general y su esposa Yvonne, acompañados de su ayudante personal el coronel Desgree, que se ocupó de abrir la puerta al general. El segundo transportaba a su cocinero personal, compañía indispensable en sus viajes, un médico y un guardaespaldas. Otros dos vehículos más repletos de periodistas franceses continuaban acompañando al general, cómo lo habían hecho durante todo el mes, en la que iba a ser su última etapa española. 

Gerardo quedó impresionado por la figura y el porte de De Gaulle, a pesar de que lo había visto muchas veces en el No-Do y en la televisión. Al no llevar puesto el quepis característico de la oficialidad militar francesa perdía unos centímetros, pero seguía pareciendo una figura imponente. Vestido con un discreto traje azul oscuro, saludó a la concurrencia con ademán serio y enérgico. Su esposa Yvonne era mucho más menuda y parecía más desenfadada. Nada más bajar del coche recibió un ramo de flores de una pareja de niñas ataviadas con el traje típico de piñorra, detalle que agradeció con una cariñosa sonrisa. Tras ellos, autoridades, Jurados y otros invitados entraron al refrigerio que se había organizado en el comedor principal. 

Los conductores aguardaron fuera y no faltó el amable detalle de que dos empleados del parador sacasen para ellos un par de bandejas con café y comida. El más hablador comentó mientras servía lo problemático que había sido encontrar una cama de 2,30 metros de largo para el general y cómo había habido que traerla a toda prisa desde Madrid aquella misma mañana. 

La recepción se alargó durante algo más de dos horas y, escalonadamente, las distintas autoridades fueron saliendo. Muchas, Jurados y esposas incluidos, con destino al Homenaje a la Mujer Soriana en el Ayuntamiento. Allí se dirigió también el alcalde, quién se despidió de Gerardo hasta el día siguiente. Podía disponer libre del resto de la tarde ya que no necesitaría el coche hasta las diez y media de la mañana en que la comitiva oficial de La Saca salía de la Plaza Mayor. 

El general, por su parte, despedidos los últimos asistentes a la recepción oficial, se retiró a trabajar un rato en sus memorias para luego acostarse pronto como acostumbraba. Declinó amablemente la invitación del alcalde, hecha a través de Máximo Cajal, el diplomático español que servía de intérprete y enlace organizador con las autoridades locales, para asistir al Homenaje a la Mujer Soriana. Quizás más atractivo le hubiera podido resultar el pequeño baño de multitudes desde el balcón del Ayuntamiento que podría darse si asistía al pregón de fiestas, a cargo de don Augusto Miralles, pero declinó igualmente este ofrecimiento. 

Gerardo y Adela, por el contrario, no se lo perdieron. Una vez que Gerardo se quitó el uniforme entre las apremiantes preguntas de Adela que quería conocer todos los pormenores de la recepción, especialmente la impresión que producían el general y su esposa en carne y hueso. Se alargaron después viendo el desfile de la Banda Municipal y de Jurados y sanjuaneros hasta la Alameda, donde apuraron bailando la verbena a cargo de la banda. Buen cumplidor, Gerardo tuvo presente el mandato del alcalde de retirarse pronto. El día iba a ser largo y, además, había que causar una impresión perfecta. 

El matrimonio De Gaulle no cambió sus costumbres en el día más festivo de los sorianos. El general se levantó a las siete, desayunó con su esposa en sus habitaciones del parador y tras otro rato de escritura de sus memorias y un breve despacho con el coronel Desgree, ambos se dirigieron en el Tiburón de matrícula parisina a una misa privada en la ermita del patrón San Saturio que don Carmelo Jimeno oficio en francés en atención a tan ilustres asistentes, mientras quizás recordaba, al mismo tiempo, sus años de estudiante de sociología en la Sorbona de París. 

Mientras tanto, la comitiva de La Saca había arrancado de la Plaza Mayor con la acostumbrada puntualidad y variedad de tipos y personajes: seis muchachos turnándose en montar un burro, dos turistas australianos despistados y entre asustados y complacidos por tan abigarrado y colorista espectáculo, y un sinfín de música, charangas, boinas festivas, gorras blancas, peñistas, motos, coches modelo 1900 llamados “tastarros” por los más pequeños, camiones y autobuses engalanados y la comitiva de coches oficiales con Gerardo al volante y el alcalde y otros dos miembros de la corporación local a bordo. El trayecto hasta Valonsadero se hizo sin problema. El día era caluroso y soleado, pero algo atemperado por unas nubes intermitentes que no se atrevieron, finalmente, a deslucir el festejo. 

A una distancia prudencial en tiempo y espacio de la comitiva principal y con la oportuna escolta policial motorizada que agilizó tráfico y viaje, llegó también a la Casa del Guarda de Valonsadero la “comitiva francesa” de De Gaulle y su séquito de periodistas. 

La figura del general causó sensación entre todos los presentes. Se trataba de un encuentro más informal y abierto que el del día anterior, pero muy discretamente controlado por numerosos elementos de seguridad que claramente no daban el tipo ni la vestimenta sanjuanera. El general se había adecuado a la situación y su traje y corbata eran de tono más claro que los que lucía el día anterior, sin abandonar su discreta e institucional gama de azules. A la sombra de los chopos tuvo ocasión de departir con varias personas, algunos docentes de francés y otras autoridades que conocían su lengua. No aceptó ningún porrón de vino de los varios que le ofrecieron, pero sí probó algunos platos con jamón, torreznos y queso curado de la tierra, como buen francés, una de sus mayores debilidades. 

Gerardo contempló la escena a cierta distancia sin perder detalle y tratando de retener por anticipado la información precisa para contestar a las muchas preguntas que Adela le haría después. Aun saboreando lo excepcional de la situación, se sentía un punto malhumorado, puesto que hubiera preferido pasar el día con su esposa. En ese mismo momento ella ya estaría acomodada junto a la familia en alguna de las peñas que rodean Cañada Honda, lista para contemplar la salida de los toros a las doce en punto. 

Y allí es precisamente a donde se dirigió a pie De Gaulle y su séquito, junto a los Jurados, autoridades y elementos de seguridad. Por el camino, don Teógenes Ortego le dio amplias explicaciones sobre el poblamiento prehistórico de Valonsadero y las pinturas rupestres encontradas en el paraje unos años antes. Máximo Cajal se multiplicaba como intérprete y a ambos les costaba seguir la amplia zancada del general, muy ágil a pesar de sus casi ochenta años. 

Acomodados todos en sitio privilegiado y de buena visibilidad, los toros cumplieron puntualmente con su salida y acompañados de dieciséis caballistas llegaron sin problema hasta la Vega de San Millán, cumpliendo así con la primera etapa del festejo. 

Ya despejado el camino, la comitiva oficial de coches arrancó desde la Casa del Guarda hacia Cañada Honda, donde cada uno recogió a sus ocupantes. En esta ocasión, los restantes ediles se repartieron por otros vehículos y sólo el alcalde se acomodó en el butacón trasero en el corto viaje que los llevo, desandando el camino, a la Casa de Autoridades. 

Era éste un coqueto pabellón techado, no muy lejos de la Vega de San Millán, allí De Gaulle y su esposa, recibieron las últimas atenciones de Jurados y autoridades. Tras un nuevo refrigerio que el general probó fugazmente y las fotos de rigor todos se volvieron a montar en los coches para contemplar a continuación la salida de los toros desde la vega en dirección a Soria. 

De Gaulle le comentó al alcalde, con la ayuda del ya agotado intérprete Cajal, la mucha pericia de los caballistas y la buena estampa de los toros. No veía elementos celtas pero la estampa le recordaba escenas de algunas pinturas rupestres que había visto en Argelia durante la guerra. El alcalde le transmitía, en repuesta, todo tipo de apreciaciones históricas y etnográficas del festejo y el general, impertérrito a pleno sol, le escuchaba con interés y complacencia. 

Una vez efectuada limpiamente la salida de San Millán, se llevaron a efecto las últimas despedidas y los dos coches de la comitiva del general y los periodistas franceses, acompañados del coche del Gobernador Civil, el de la Diputación y, cerrando la comitiva en gradación de autoridades, el de alcaldía con Gerardo y el alcalde a bordo, pusieron rumbo a Numancia, dando un pequeño rodeo por Hinojosa de la Sierra, Dombellas y Tardesillas hasta llegar a Garray y Numancia, evitando así las inconveniencias de tráfico hacia Soria de la vuelta del concurrido festejo. 

La visita a las ruinas de Numancia, a cargo de don Juan Zozaya, director del Museo Numantino, pareció agradar mucho al general pese a lo desolado del yacimiento. No perdió un solo detalle de las explicaciones traducidas por Cajal y realizó varias preguntas sobre la situación de los campamentos romanos de asedio. Probablemente se estaba recordando a sí mismo impartiendo clases de historia militar en Saint-Cyr, la más prestigiosa academia militar de Francia, hacía ya casi cincuenta años. 

Tras las indispensables fotografías delante del monumento a los héroes de Numancia, el general saludó a todos los asistentes, incluidos los chóferes, momento que Gerardo nunca olvidaría y recordaría con especial emoción cinco meses después, cuando De Gaulle falleció repentinamente en su casa de campo de Colombey-les-Deux-Églises. Después, subió a su coche para regresar, por Pamplona y Roncesvalles, a territorio francés. 

La conversación entre Gerardo y el alcalde fue bastante animada en el camino de vuelta a Soria. Departieron sobre la trascendencia histórica del general, lo alto que era, el contraste con lo menudo de su esposa y compartieron el convencimiento de haber vivido unos momentos históricos. A su llegada a Soria se informaron del encierro en la plaza de toros, puntual y sin incidencias, de todos los toros saqueros. Un año más se había cumplido exitosamente con el histórico ritual. 

Gerardo dejó al alcalde en su domicilio, aparcó el coche junto al Ayuntamiento y se dirigió a casa a buen paso y sonriendo al pensar en lo mucho que le quedaba por disfrutar de las fiestas. Estaba ya libre de trabajo y, a buen seguro, recibiría alguna gratificación por los servicios extras prestados. A cambió de contar todos los detalles y pormenores del día podría negociar con Adela una reducción del típico enfado conyugal posterior al Viernes de Toros y podría disfrutar después de las corridas de toros del Sábado Agés y el Domingo de Calderas. Aunque a él, al contrario que al conductor de la Diputación, le gustaba mucho más el cartel del sábado, encabezado por su ídolo Santiago Martín “El Viti”, bien acompañado por Ángel Teruel y Dámaso González. 

Para cuando Gerardo se despertaba de su merecida siesta, la comitiva de De Gaulle ascendía ya por el puerto de Roncesvalles. La veterana mano de Paul Fontennie trazaba las cerradas curvas sin sobresaltos, Madame De Gaulle dormitaba arrellanada cómodamente sobre la tapicería color champán y, mientras, el general repasaba en silencio paisajes y sensaciones de la última etapa del viaje. Verdaderamente, el carácter de los sorianos, su relación con la naturaleza primitiva, las pinturas rupestres, los heroísmos numantinos… no es que fueran propiamente celtas, pero estaban bien enraizados en el pasado y conectados con el presente, formaban parte de una comunidad unida y orgullosa de su historia, casi la misma idea de comunión y eternidad que el general siempre había tenido sobre su país. 

Pensó por un momento en las altas llanuras de Soria con su vegetación firme y dispersa y en cómo le habían recordado a las del Líbano meridional cuando le destinaron como oficial del Estado Mayor hacía justo cuarenta años. Con una reconfortante sensación de rejuvenecimiento y disfrute se quedó también traspuesto, instantes antes de pasar bajo la bandera francesa del puesto fronterizo de Saint-Jean-Pied-de-Port. 



[1] El rotativo Campo Soriano del Sábado Agés, 27 de junio de 1970, bajo el título: De Gaulle no vino a Soria, publicaba la siguiente noticia: 

El jueves pasado corrió el rumor por la ciudad de que el general Charles de Gaulle se proponía visitar Soria. El ex-presidente francés pernoctó en la citada fecha en el Parador de Santo Domingo de la Calzada, ya en ruta hacia Francia. 

Esta es una historia verosímil, con mezcla de personajes reales y ficticios, de cómo pudo haber sido aquella visita si se hubiese producido.

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