UNA Y NO MÁS
La Caricatura, 3 de septiembre de 1893.
Cabellera
Cierto día (el más amargo de todos los
de mi vida) recibí una tarjeta de Doña Gertrudis Gómez de Cigarrón, invitándome
a cenar en compañía de toda su familia.
Me arreglé lo mejor
que pude, y sin encomendarme a Dios ni al Diablo, emprendí el camino de su casa.
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Tilín… tín… tín (La
campanilla)
- ¿Quién es? - preguntó dede dentro, sin
abrir puerta ni ventanillo una mujer con voz de bajo profundo.
- Gente de paz, -contesté.
-Ya se le ha dicho a usted que no vuelva
por aquí. ¿Qué significa esto? Si salgo con la escoba va usted a bajar la
escalera de cabeza.
Todo este párrafo,
disparado de un golpe en el momento de abrir le ventanillo me heló la sangre en
el cuerpo y apenas me dejó fuerzas para balbucear entre atónito e indignado:
- ¿Está usted en su
juicio? Míreme usted bien.
- Pero… ¿es posible? –
me dijo al fin abriéndome la puerta Doña Gertrudis Gómez de Cigarrón-. ¡Válgame
el cielo! Pase usted, amigo, y perdone que no le haya conocido. Como tengo
estos ojos… Esperaba hoy un visitante (que es un tío haciéndole mucho favor)
tan parecido a usted…
- Gracias.
-… en las alas del
sombrero que… vamos… que si usted no habla no salgo de mi confusión.
Después de darme
satisfacción tan cumplida, me condujo al comedor de la casa donde se encontraba
la mesa, puesta de antemano para el festín que había de celebrarse aquella
noche. Un panorama aterrador. Los platos y cubiertos, colocados con gran
simetría brillan al resplandor de una inmensa lámpara con pantalla verde;
esparcidos en la mesa, frascos y botellas de vino y licores distintos:
Valdepeñas, Moscatel, Málaga, Aguardiente del Mino, Ginebra, Marrasquino… ¡Dios
nos coja confesados!
Consta la familia,
residente en Madrid, de cuatro individuos, a saber, doña Gertrudis, esposa de
D. Calixto Cigarrón, empleado en Cuba, y tres hijos: Calixto, Cirilo y Micaela.
Es doña Gertrudis la
mujer más original del mundo. Lo mismo agasaja en su dominio a un amigo suyo
prodigándole los mayores obsequios y las más cumplidas atenciones, que le
dispara una andanada de insultos o le tira por la escalera rodando sin darle
tiempo a más explicaciones.
El mayor de los tres
hermanos (Calixto) es de carácter áspero y silvestre y de genio abierto y
comunicativo. Su aspecto es de un chimpancé modelado en escayola.
El hermano menor,
(Cirilo) es el colmo de la barbarie. Su facha muestra un completo idiotismo.
Apenas pronuncia una palabra, Cuando algo le asombra, lanza un silbido
continuado que desgarra el tímpano más empedernido, al par que sacude una mano
haciendo crujir todas sus articulaciones: cuando quiere expresar duda o
desconfianza se rasca la cabeza y frunce el entrecejo; cuando hace burla de
alguien, tose y mira con ojos torcidos. Con este lenguaje mantiene las más
largas conversaciones que a veces ameniza con grandes carcajadas, semejantes a
rebuznos de asno.
Son los dos individuos
que acabo de presentaros, dos ejemplos curiosos que debiera estudiar un
científico a la moderna: el primero, porque confirma la teoría que supone, con
harta razón, que la raza humana viene del mono; el segundo, porque muestra como
desgraciadamente marcha el burro en línea recta.
El bello sexo está
representado en la familia, por la joven Micaela, muchacha de dieciocho
abriles, de aire siniestro, ojos bizcos y lengua viperina.
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El reloj marcaba las
ocho y media. Precisamente la hora que debiera comenzar el festín.
- ¿Le parece a usted
que sirvamos la sopa en la cazuela?
- Señora… por mí parte
no hay inconveniente.
- Nosotros tratamos a
usted con toda confianza, sin etiqueterías de ninguna clase. Ea, a la mesa.
Usted se sienta aquí, a mi lado.
- No, de ninguna
manera,-exclamó el joven Calixto. Usted se sienta al lado de esta menda. Y, sin
pedirme permiso tiraba de uno de los faldones de mi chaquet, mientras doña
Gertrudis, asida al otro, procuraba también arrastrarme en dirección opuesta.
Por fin me colocaron
donde les dio la gana, y el hijo por un lado y la madre por otro, me ataron al
cuello una servilleta de modo tan brutal, que poco faltó para que me
estrangularan antes de probar bocado.
-Rita, la sopa, -gritó doña Gertrudis
con voz de trueno.
Yo estaba destinado
aquella noche a ser víctima de las costumbres primitivas de la familia
Cigarrón.
Así como el casto
Josef, en el banquete que dio a sus hermanos, manifestaba su amor a Benjamín
mejorando su ración en cinco partes, la familia Cigarrón, en prueba de afecto y
alta estima, se obstinaba en atracarme de la manera más despiadada que puede
imaginarle al propio tiempo que, con la mayor inocencia, me decía en distintas
ocasiones:
-
Coma usted con los dedos y hágase cuenta
que está en su casa.
Después, con motivo de
la repartición de unas chuletas de ternera, se promovió una acalorada reyerta
que n pude calmar, a pesar de mis buenas intenciones.
- Granuja, -exclamó
Calixto, dirigiéndose a Cirilo con aire amenazador-, y tú… basura, decía a su
hermana cogiéndola por el cogote; mucho cuidadito que todos somos hijos de
Dios.
- Ja, je, je… tiene
gracia –contestaba Cirilo.
- Aprende educación,
-rugía su hermana.
- ¡A que cojo el cazo…
y empiezo agolpes… y tenemos aquí otra San Bartolesí!
Pero, a pesar de sus
gritos y exclamaciones no lograba apaciguar aquellas fieras.
Por último, me pusieron perdido el pantalón vertiéndome encima toda la salmuera que había en los platos de aceitunas, y con una indigestión en perspectiva, y creo que con un faldón de menos en mi chaquet, salí de aquella leonera jurando y perjurando no volver más en el resto de mi vida.