Carolina Riera, Conversaciones con

 

CONVERSACIONES CON

CAROLINA RIERA

autora de la novela, HEBE. Leonor Izquierdo Cuevas (1894-1912)


“Que sus pasos circulasen por calles donde ya palpitaba un ritmo simbolista, es el testimonio de una mujer afortunada en París, y Leonor lo fue”.

Por Jesús Bozal Alfaro

Fundación Española Antonio Machado


Convertir a Leonor Izquierdo Cuevas (1894-1912) en la protagonista principal de su primera novela, Hebe, a punto de cumplirse el 110 aniversario de su llegada a París en enero de 1911, supone, a nuestro juicio, un gran reto para cualquier escritora. París es hoy una ciudad cercana, pero, entonces, el solo hecho de pensar en el viaje constituía casi una aventura. La lengua, por otra parte, el cambio de sociedad, la vida cotidiana en una ciudad tan enorme, tuvieron que encontrar en Leonor la expresión práctica de sentimientos muy encontrados. Sin embargo, aunque no conocemos nada del viaje, ni de la mayor parte de las circunstancias que rodearon su estancia en el Hôtel de l’Académie, ni siquiera de su vida diaria en París, casada ya con Antonio Machado, la realidad es que Leonor Izquierdo Cuevas, la hija del guardia civil, Isidoro Izquierdo, y de Isabel Cuevas Acebes, disfrutó y penó en la capital de Francia como cualquiera de sus ciudadanos y ciudadanas durante ocho meses de aquel año 1911. Lo novedoso de la obra de Carolina Riera (Ibiza, 1964), al margen de la riqueza de su trama narrativa, es que esta mujer ibicenca, para escribirla, se alojó en el mismo hotel que Machado y Leonor, se paseó por las mismas calles, plazas y mercados, que ella tantas veces recorrería; visitó personalmente la Maison Municipale de Santé en donde Leonor permaneció ingresada entre el 15 de julio y el 9/10 de septiembre de 1911. Esa experiencia real e imaginada de la vida de Leonor en París supone un avance considerable en la biografía de Leonor Izquierdo. Si a ello añadimos la calidad de la novela, el tono amable y leal con el que su autora aborda este tema centenario, Hebe supone sin duda un paso adelante en la recuperación de una parte importante de la biografía humana y literaria de Leonor Izquierdo. Conversar de esta novela con su autora, Carolina Riera, ha sido un lujo para nosotros, aunque sea cuatro años después de la publicación de su 1ª edición.


“El arte de la escritura está en cómo ensamblar lo evidente y manifiesto con lo sutil y escurridizo y, sobre todo, en cómo apelar incansablemente a la libertad del lector”


¿Cuál fue la motivación que te llevó a querer ser una escritora?

Fue a edad muy temprana, pero digamos que era un deseo que no situaba en el plano de la realidad social sino en un terreno más personal, quizás en el de una habitación propia. Sentía y siento tanta admiración hacia la composición de una prosa medida que, inevitablemente, era y es aquello que más deseo. Sin embargo, tardé mucho en lanzarme a escribir; supongo que fui consciente de que era algo que no debía forzar. Jaime Gil de Biedma dice en uno de sus poemas que para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario; pues digamos que escribir es entablar una relación amorosa con el lenguaje.

De todas las maneras, colaboras desde hace tiempo en distintos medios de comunicación…

Son colaboraciones poco habituales en la prensa de Ibiza y suelen estar relacionadas con el tema de la mujer en la sociedad y en la literatura; de hecho, si no recuerdo mal, mi última colaboración fue a raíz de la publicación de una colección de ensayos (Baroja & Yo) que intenta desmontar algunos tópicos que siempre han enturbiado la vida de Baroja. Mi colaboración estuvo dedicada a  la escritora Amparo Hurtado, biógrafa de Carmen Baroja y Nessi (1883-1950) y editora de sus memorias «Recuerdos de una mujer de la generación del 98». Por otra parte, siempre hay una investigación que todavía no doy por terminada y que, posiblemente, haya sido el tema más recurrente en mis colaboraciones con la prensa; se trata de un pintor, dibujante y ceramista ibicenco ya fallecido, Antonio Tur Costa, «Gabrielet».


Llaüt «Gabrielet». Cerámica esmaltada.


¿Cómo es la escritura de Carolina Riera? ¿Cuáles van a ser tus nuevos compromisos editoriales?

Mi escritura es templada, lenta y comedida; es una prosa que gusta de la subordinación y el inciso. La misma atracción que siento por las carreteras secundarias y los caminos polvorientos, la siento por aquello que podría pasar desapercibido; ello hace que me detenga y elabore con serenidad tanto los espacios como los personajes que los ocupan. Creo que la presencia del paréntesis reflexivo hace que sea un discurso amable y, a la vez, enérgico y reivindicativo. Dicho esto, considero que es el lector quien la define libremente. El arte de la escritura reside, a mi juicio, en cómo ensamblar lo evidente y manifiesto con lo sutil y escurridizo y, sobre todo, en cómo apelar incansablemente a la libertad del lector. En cuanto a mis compromisos, puedo decir que la lectura de un artículo en una revista de arquitectura fue definitiva para que iniciase una investigación que me llevó, una vez más, a viajar con el objetivo de recopilar datos y ver en primera persona los lugares donde se desarrollaron unos hechos que llamaron mi atención. En esta ocasión se trata de la ciudad de Utrech, en la primera mitad del siglo XX. La investigación ya la di por terminada y ahora estoy en plena etapa de escritura. Además, sobre Leonor Izquierdo Cuevas quedan episodios pendientes. Es una mujer de la que no me desprendí al acabar la novela; la siento adherida a mí, su voz sigue sonando en mi oído.


HEBE, UNA NOVELA MACHADIANA


«Leonor (Hebe) dejó una huella importante en la vida de Antonio Machado»


El título de tu primera novela lleva el nombre de una mujer de la mitología griega. ¿Por qué ese título y por qué esa novela para iniciar tu carrera como escritora?

La primera edición española de Walden, o La vida en los bosques, clásico de Henry David Thoreau, data de abril de 1907. Cuando se tradujo el capítulo «Solitude» en el segundo número de Renacimiento (1907), Antonio Machado, colaborador habitual, escribió para ese mismo número una reseña en la que recomendaba a «todos los intelectuales españoles» la lectura de Walden: «Leed, pues, intelectuales españoles, si aún no lo habéis aprendido de memoria, el libro de este intelectual que soñó como latino y como sajón puso en práctica su sueño». Pues bien, ese mismo capítulo acaba con las líneas que siguen a continuación: «(…) soy adorador  de Hebe, la escanciadora de Júpiter, que fue la hija de Juno y una lechuga silvestre y que tenía el poder de restituir a los dioses y hombres el vigor de la juventud)[1]».

La entusiasta colaboración de Antonio Machado en el Glosario de Renacimiento se vio interrumpida por su marcha a Soria como catedrático de francés. Efectivamente, en los meses de enero a marzo de 1907 realizó los últimos exámenes de las oposiciones a cátedra, y el 16 de abril salió publicado en la Gaceta su nombramiento en el Instituto General y Técnico de dicha ciudad. No es difícil intuir que el espíritu del poeta sevillano se instalaba en Soria, en la calle Collado número 50, embebido del arcadianismo que emana la obra de Thoreau y decidido a recuperar esa juventud que, sin saber cómo, no le había dejado todavía una huella importante. Leonor (Hebe) sí la iba a dejar. De ahí, haber elegido el nombre de esta diosa para dar título a mi primera novela.

¿Cuándo comenzaste a escribirla?

La escritura de la novela tuvo su inicio en octubre de 2007, cuando asistí a unas jornadas en la Residencia de Estudiantes de Madrid dedicadas a Las intelectuales de la Edad de Plata. El camino de la mujer hacia la igualdad civil; estas dejaron en mí un callado poso de nostalgia a la vez que de profundo agradecimiento hacia esas mujeres que forman un listado eternamente incompleto. Fueron mujeres que nacieron entre 1884 y 1909: Consuelo Berges, Clara Campoamor, María Casares, Rosa Chacel, Margarita Comas, Carmen Cortés, Dolores Ibárruri,Victoria Kent, María Zambrano, María de la O Lejárraga, María Teresa León, Maruja Mallo, Federica Montseny, Concha Méndez, Victoria Ocampo, Zenobia Camprubí, entre otras muchas. Mujeres que forman parte de nuestra historiografía y de nuestro pasado, de lo que somos: hombres y mujeres. Eran actrices, escritoras, pedagogas, pintoras, abogadas, diputadas, parlamentarias y un largo etcétera. Atravesar la ‘Colina de los Chopos’, descender por la calle Pinar camino de la isla dichosa (como atildó Rafael Alberti a la isla de Ibiza),  se convertía, de repente, en un paseo que había perdido su aparente insustancialidad ya que, a solas y siendo mujer, comprendía, por fin, esa larga y dura lucha de muchas mujeres por un mundo diferente. Las fuentes más interesantes de la vida de las mujeres intelectuales republicanas son, sin duda, las memorias que algunas de ellas publicaron a partir de los años treinta o que fueron publicadas por familiares, editores o amigos. Leonor, obviamente, no fue citada. Sí lo fue Francisca Sánchez, la española que robó el corazón de Rubén Darío. La sensación era agridulce y, en 2008, inicié la investigación que acabaría dando lugar a Hebe.

En tu novela, nos encontramos con el primer nombre francés que relaciona directamente a Leonor Izquierdo con su estancia en París. Hablamos de Cécile Berthe Barré.

Cuando visité el hospital donde estuvo internada Leonor descubrí una placa que rinde homenaje al personal del centro que por alguna enfermedad sobrevenida por el contacto directo con los pacientes (gripe asiática, septicemia, etc.), había muerto. El nombre de Cécile aparece en la placa y por las fechas es muy probable que estuviese en activo cuando ingresó Leonor. Fue un dato que estructuró la novela, ya que juega un papel definitorio en ella.

En HEBE, Cécile se presenta como una mujer culta, compasiva, luchadora. Por otra parte, si la comparamos con otras protagonistas (Berthe, Sophie, Agnès), tenemos la impresión de que ella ha llevado una vida diferente.

Sí, de hecho la intención era crear un contraste entre mujeres de las últimas décadas del siglo XIX, educadas en familias cuya pedagogía giraba en torno a las artes plásticas, musicales y literarias, con mujeres del siglo XX, intelectualmente avanzadas, pero a las que no les cobija un entorno familiar sino la llama del desarraigo que caracteriza a la mujer actual. El arrullo familiar ha sido inevitablemente dislocado, en muchas ocasiones, a favor de la eterna lucha por la libertad; de ahí, que se observen diferencias entre Cécile (1888-1918) y Berthe, Agnès o Sophie (2), que aunque arrastren todas ellas una vivencia extrema y, a la vez, dispar, representan a la mujer contemporánea.

A nuestro juicio, el Diario de Leonor, que publicas en esta novela, contrasta de alguna manera con el contexto narrativo, digámoslo así, de estas mismas mujeres…

 

Es cierto, como muy bien dices, que una primera mirada pone sobre aviso al lector de que es extraño e incluso sorprendente que el paseo biográfico de Leonor (el diario) aparezca impreso dentro de unas cubiertas que descubrimos muy cercanas, ya que aparecen personajes protagonistas que  representan a la mujer de hoy; sin embargo, son ellas las que nos acercan a otras que vivieron o pasaron una temporada en territorio francés a principios del siglo XX: Leonor Izquierdo Cuevas y las mujeres de la familia Barré: Celeste (abuela), Charlotte (madre) y Cécile (hija, amiga y confidente de Leonor).

 

Cécile, Celeste, Charlotte representan, continuando con este mismo tema, a las mujeres que ya han escrito su pasado. Su perfil introduce un modelo histórico, incluso burgués. Son intelectuales, avanzadas, intrépidas, realizadas. En la novela, estos personajes decimonónicos parecen representar la madurez, la estabilidad emocional. No sé qué opinas al respecto.

Me resulta difícil opinar sobre mis personajes, pero si me pregunto qué motivó la creación de esta saga Barré, o mejor, qué significa para mí este molde de mujer, responderé que representa a la mujer emancipada, sea cual sea la época en la que le tocó vivir y, de ahí, seguramente, la estabilidad emocional que comentas. Un ejemplo de ello es la abuela de Cécile Barré, Celeste, que abandonó París en 1848 y se dirigió a Roma. Tenía dieciocho años. Representa a esas mujeres intelectuales que —seducidas por Goethe en su Viaje a Italia—, sentían casi como una obligación llegar a esas costas mediterráneas llevando como único equipaje unos ideales humanísticos. En la novela, hay una simbólica guarida por la que, por un motivo u otro, todas ellas pasaron y dejaron su huella: la casa de la rue de la Bâclerie.

¿Qué relación hay entre ellas, además de la casa?

Pues hay un mensaje consustancial o inherente en toda la novela: todas estas mujeres conforman las cuentas de un collar o rosario; están unidas por una cuerda o un hilo que ha trascendido el elemento tiempo. La actuación de las mujeres —su lucha, su estabilidad o su desarraigo— queda reflejada en un espejo donde podemos observar no solo el contexto histórico sino también la búsqueda incesante (o abierta disponibilidad) de reconocer a la otra, a la amiga o confidente (Agnès/Berthe; Leonor/Cécile).

¿Por qué sitúas el Diario de Leonor detrás del capítulo dedicado a estas mujeres consagradas y delante del último, en el que Sophie narra la relación entre Cécile y Leonor, en presencia del señor de negro?

La decisión de que los tres últimos capítulos de la novela estén dedicados a las mujeres de la familia Barré (cap. VI), al diario que Leonor sigue escribiendo en el hospital, durante su internamiento (cap. VII) y, finalmente, a la decisiva aportación epistolar de Sophie —que nos desvela la vivencia cotidiana de “el señor de negro»— (cap. VIII), la tomé, sin duda,  porque consideré no solo necesario sino intelectualmente obligado que, cuando apareciese Cécile —personaje clave en el desarrollo de la novela—, el lector conociese de antemano que era  una mujer sensible, educada con una visión humanista y con una extraordinaria curiosidad intelectual. Ello aseguraría la verosimilitud del entendimiento entre ellas y de las fluidas conversaciones que establece con el marido de Leonor, “el señor de negro».

Sartre apostilló en su Qu´est-ce que la littérature? que siempre se escribe para un público determinado. Dado que ya hace cuatro años que se publicó esta novela, me gustaría saber cuáles han sido las reacciones que te han llegado sobre el conjunto o sobre alguna de sus partes, temas o puntos concretos de la misma.

Sobre esto he de decir que —sin que fuese mi objetivo dirigirme a una minoría— el resultado, hasta hoy, lo contempla. La valoración ha sido demasiado heterogénea para que pueda contestar con la claridad que siempre nos ofrece una perspectiva temporal. Es una novela que no tiene una estructura tradicional, no avanza linealmente y los puntos de vista son variados. Ello exige una lectura activa y expectante para evitar que la  tardía aparición de Leonor se convierta en una espera incómoda. Recuerdo opiniones como esta: «lo mejor es el capítulo dedicado a las mujeres de la familia Barré». Algo  también anecdótico, pero de gran importancia para mí, fue cuando, en más de una ocasión, me preguntaron si era cierto que había encontrado el diario de Leonor; importante porque no me fue fácil dar con los acordes de su voz; entre otras cosas, me tenía que librar de ese personal apego a la subordinación. Finalmente, he de decir, que esa ambivalencia de reacciones, me ayudó a descubrir qué era exactamente lo que yo necesitaba escuchar y, sin duda alguna, era (y sigue siendo) cualquier tipo de comentario, por breve que fuese, sobre la escritura, sobre la prosa.

 

«El amor que une a Antonio Machado y a Leonor es un amor digno, fuerte, consolidado.»


¿Qué papel representa el tema del amor en tu novela?

En esta novela, el amor es una herida, una grieta, una confabulación de elementos; también, un clímax. Para mí, el capítulo la casa de una mujer es un homenaje a ese amor agrietado. Lo resumiría así: «Nada quedaba por hacer, nada ni nadie iba a devolvernos ese tiempo que nosotros mismos habíamos anticipado y comprimido: toda una existencia en aquel puerto». Sin embargo, el amor que une a Antonio Machado y a Leonor es un amor digno, fuerte, consolidado.

¿Cómo es la voz de Leonor, Carolina?

La voz de Leonor, cuando empieza su diario, el 11 de enero de 1911, es una voz dubitativa, la de una mujer insegura, sobre todo ante un cuaderno en blanco. Así pues, su escritura es la de una voz que se interrumpe a sí misma, que no fluye. En definitiva, es una prosa gramaticalmente caracterizada por el uso de la oración simple; sin embargo, a lo largo de ocho meses, hay una evolución en ella como mujer y ello se manifiesta en su discurso. Por ejemplo, el 13 de junio escribe: «Hay un vendedor de periódicos que siempre me dice «Bonjour, Madame» y antes solo le contestaba con una sonrisa. Ahora ya le respondo y camino diferente; como si por fin apoyase todo el pie en el suelo y hubiese dejado de caminar de puntillas».

¿Qué significa el vocablo cuenta en la relación entre los personajes femeninos de tu novela?

Significa: mujer, soy una más en este collar de cuentas. Te tiendo una mano y dime que puedo hablarte y sentirme escuchada. Quizás así, avanzamos.

En tu novela encontramos más de una imagen mágica, inesperada, casi fantástica, como la entrada del piano en la casa de la Bâclerie o la desaparición de la madre de Rush en el mar. ¿Qué aportan escenas de este tipo en tu novela? ¿Qué significado adquieren para ti?

La verdad es que me lo tomo como un artificio literario. Pura técnica. Tras una descripción realista de la casa de una mujer, arquitectónicamente, no tenía cabida el piano. Me imagino que recurrí al poso que deja una lectura paciente y continuada de gran parte de la literatura hispanoamericana del siglo XX: el realismo mágico.

Hemos observado asimismo pasajes de una fina ironía y elementos de humor muy bien conseguidos. ¿Cómo valoras estas tonalidades en tu novela?

La aparición del humor y la ironía en la novela responde a la necesidad de dar entrada a nuevas voces y, a la vez, a nuevas perspectivas. Nuestra realidad es polifónica, siempre van de la mano lo serio y lo grotesco; así pues, el género novelesco, que se supone que es el género burgués por antonomasia, no puede olvidar el humor ni la ironía. Vivimos en un universo dialéctico y la ironía (del mismo modo que el drama) se ve reflejada en ese espejo del camino que, según Stendhal, es la literatura. En Hebe no quise olvidar esa voz que equilibra, desentumece y aviva.

Otro de los rasgos más sobresalientes de esta novela son los cambios de contexto apenas perceptibles. Seguro que tienen alguna explicación.

Los continuos cambios de contexto espacio-temporales  responden a una cuestión técnica: dar dinamismo a la trama; ello afecta, con inmediatez, al contenido, cuyo objetivo es expresar la influencia del contexto en el devenir de los personajes. En pocas palabras, somos esponjas.

En un pasaje de la novela encontramos esta frase: «En nuestros diálogos, que tenían la garantía de desarrollarse entre mujeres de distinta edad, sentíamos la ilusión de trazar una descripción acertada del mundo». ¿Podrías comentarla?

Sí, claro. Hoy en día, da la impresión de que ha desaparecido el concepto de maestro o maestra y no me refiero al significado de este término en un contexto educativo. Me refiero a esa persona que, por azar, se cruza en nuestro camino vital y, probablemente, nos ofrece la posibilidad de entender mejor el mundo. Creo que fue Julio Cortázar el que decía algo así: «Ser culto es saber el sánscrito, si se quiere, pero también maravillarse ante un crepúsculo». El verdadero maestro te enseña sin mutilaciones y, cuando escribí esta frase, lo que estaba diciendo es que una de ellas, Berthe, era reconocida por la otra, Agnès, como una maestra, aquella que era capaz con su experiencia, de anticipar un futuro incierto. Algo similar le había ocurrido a Celeste en Roma y nos lo transmite su nieta, Cécile, cuando dice: «También en aquel hospedaje, había encontrado a su maestra, a la que solo una vez nombró en sus escritos».



Carolina Riera

LEONOR IZQUIERDO CUEVAS, HEBE.


¿Cuándo conociste a Leonor?

Oí hablar de ella por primera vez en las clases de literatura del instituto; debía contar con dieciséis años. El clamor que inundó el aula cuando la profesora se detuvo en la diferencia de edad que había entre el poeta y su mujer, marcó un antes y un después en mi lectura de Campos de Castilla. No olvidé ese ruido clamoroso ni a esa mujer; me sentí muy cercana a ella desde el primer momento.

Machado, en su correspondencia con Juan Ramón Jiménez, Unamuno, Pedro Chico, se refiere siempre a Leonor con la máxima devoción y respeto. A Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, escribe: «Hace dos años me casé y una larga enfermedad de mi mujer a quien adoro, me tiene muy entristecido». A Unamuno: «Mi mujer era una criatura angelical sesgada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad». A Pedro Chico: «Si la felicidad es algo posible y real – lo que a veces pienso –yo la identificaría mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer–a quien, como Vd. sabe, no me he resignado a perder pues su recuerdo constituye el fondo más sólido de mi espíritu…» ¿Qué piensas de estas manifestaciones de Antonio Machado en relación con su mujer?

Sus palabras me transmiten que la palabra amor era adoración, era piedad y también compasión; que el encuentro y la fusión del alma del poeta con Soria, con la naturaleza soriana, solo puede ser comprendida a través de ese digno sentimiento de amor hacia su mujer. Llegó a la cima de felicidad a través del amor a Leonor y descendió, con un alma desgarrada, tras su muerte.

Para nosotros, la palabra niña asociada a Leonor no deja de ser un término peyorativo, dado que Machado siempre se refiere a ella como su mujer. ¿Cuál sería tu opinión al respecto?

Pienso que no deja de ser lamentable que la sencillez, la alegría desbordante, la risa, la simpatía y la espontaneidad sean conceptos vitales asociados —quizás por inercia o por desidia— al referente “niña». Ya era una mujer cuando detuvo su mirada en un profesor taciturno “triste y seco» de 34 años; ya era una mujer cuando quiso ser observada y adorada por el poeta. Fue una mujer la que, tras las nupcias, le ofreció una estabilidad emocional que le permitió trenzar su obra. Leonor era una mujer sencilla, de una alegría desbordante que lo llenaba todo con sus risas.

Cuando te decidiste a investigar sobre la estancia de Leonor en París, entre enero y septiembre de 1911, estuviste alojada en el Hôtel de l´Académie, el mismo en el que se alojó el matrimonio entre enero y julio de aquel año. ¿Cómo era ese Hôtel?

Era un hotel cuyas ventanas aparecían revestidas con pesadas cortinas que se extendían más de lo necesario y colgaban de unos volantes plisados y con flecos; estrechas escaleras laberínticas que, en su recorrido, más que ascender, parecían crear múltiples rincones donde volvían a verse flecos a veces dorados, otras, aterciopelados; biombos que ocultaban rincones en un suelo de roble pulido; grabados y aguafuertes coloreados que rompían el tedio del revestimiento de flores de las paredes; estrechas camas con cobertores carmesí, ocultos visillos de encaje a través de los cuales se filtraba una tenue luz de tonalidad plateada, la luz de París. Seguramente, Leonor, con la perspectiva que ofrece la mirada de una mujer educada en las tradiciones de la modestia, captaba desdeñándola la falsa ostentación.


«Leonor, mujer digna y valiente, corría las pesadas cortinas, bajaba a la calle y se unía a la multitud».


¿Qué veía Leonor desde las ventanas del hotel?

Leonor, a través de los visillos de encaje, observaba demasiada humanidad apiñada en aquellas calles estrechas y un tanto empinadas; le llegaba el ruido del apresurado tránsito sobre las piedras del pavimento y los lentos andares de algún encorvado gendarme. Leonor oprimía no solo su rostro contra el cristal de las ventanas, sino también su espíritu. Desde la calle no solo le llegaba la vibración de los tejados cuando alguna campana daba la hora, sino la sensación de que había extrañas y secretas vidas detrás de las ventanas de los edificios colindantes; emergía una humanidad desconocida, palpitando íntimamente por todas partes. Leonor, mujer digna y valiente, corría las pesadas cortinas, bajaba a la calle y se unía a la multitud.

Durante tu estancia en este hotel recorriste las calles del barrio. ¿Qué impresión sacaste pensando en la vida de Leonor en París cien años antes?

Mi impresión personal fue que, a pesar de su enfermedad en estado latente, Leonor fue una mujer afortunada. Alejarte de la orilla del Duero y acercarte a la del Sena a comienzos del siglo XX significaba llegar a la hora exacta al lugar donde posiblemente todos los que amamos el arte hubiésemos deseado estar. París era la capital de la vanguardia, la Ciudad de la Luz, que acogía a artistas del mundo entero para sumar sus fuerzas a esa gran revolución artística. Que sus pasos circulasen por calles donde ya palpitaba un ritmo simbolista, es el testimonio de una mujer afortunada y Leonor lo fue.

Por cierto, ¿existe alguna placa, alguna señal indicativa, en ese hotel, que indique la estancia del matrimonio en 1911?

Pues no, no existe ninguna. Me interesé por ello y pregunté. Fueron amables, pero no sabían nada.

En el Diario de Leonor describes la relación amistosa, casi fraternal, entre ella y Félicitée en sus continuos encuentros en el Jardin du Luxembourg. ¿Tiene algún carácter simbólico?

Félicitée simboliza que Leonor está viva, que es una mujer madura y que necesita una interlocutora válida con la que compartir sus paseos por el jardín. Que la aparición de este personaje (amiga) sea una contribución exclusiva de Leonor, invalida la posibilidad de quedar retratada como una mujer que se limita a experimentar el viaje de su marido y no su propio viaje. Por lo tanto, simboliza la madurez de Leonor y el fraternal apego que existe entre mujeres.

Me imagino que encontrar el tono discursivo para redactar este Diario de Leonor no fue nada fácil…

No, no fue fácil. El registro, la construcción del discurso y la cohesión de este, debían cumplir con una exigencia de verosimilitud tanto desde un punto de vista lingüístico como desde una perspectiva social, cultural y, sobre todo, personal. La voz tenía que acoplarse a ella y, para ello, antes de dibujar el patrón, tuve que medir, seguir sus huellas.

Leeremos algún día el Diario completo que Leonor escribió en París durante su estancia en 1911.

Sí, ojalá que sí. Además, en esta ocasión, tengo algo a mi favor y es que ya sé dónde está.

 

LA MAISON MUNICIPALE DE SANTÉ

 

«Sí, me impresionó sentir que aquel día de mediados de julio de 1911, Leonor había ingresado en aquel centro. Era, sin duda, el lugar idóneo donde escuchar callados ecos de una historia cuyo silencio duraba más de cien años».

 

¿Qué impresión te produjo la Maison Municipale de Santé du Faubourg Saint-Denis?

Cuando llegué por primera vez a La Maison Municipale de Santé sentí que era un lugar donde la historia había dejado su huella; era el mismo espacio del que Jacques Tenon, autor de las famosas memorias sobre los hospitales de París, había señalado que «era el primer hospital que construyó San Vicente de Paúl, que sirvió de modelo a muchos otros»; también donde el doctor Antoine Dubois creó un departamento quirúrgico y que, por ello, fue denominado: «La Maison Dubois». Además, a mediados del siglo XIX, el doctor Fernand Widal, autor de un trabajo sobre la fiebre tifoidea para el que desarrolló una técnica diagnóstica, acabó instalando allí un laboratorio. La prueba de Widal le dio un nuevo nombre al establecimiento. Así pues, sí, me impresionó sentir que aquel día de mediados de julio de 1911, Leonor había ingresado en aquel centro. Era, sin duda, el lugar idóneo donde escuchar callados ecos de una historia cuyo silencio duraba más de cien años.

¿Por qué fue ingresada Leonor precisamente en ese hospital? ¿Lo has investigado?

Por proximidad al hotel, hubiese sido más lógico ingresar en el hospital de la Charité (rue Jacob), pero La Maison Municipale de Santé era un hospital donde los pacientes y acompañantes eran acogidos pagando un precio proporcional al alojamiento y al servicio deseado. Ofrecían a los viajeros procedentes de otros países y a sus familias, si era necesario, un lugar confortable donde podían recibir los cuidados más adecuados.

De tu visita a este hospital, ¿qué datos, documentos, importantes o no, recogiste en él en relación con la estancia del matrimonio Antonio-Leonor entre julio y septiembre de aquel año?

Lo primero que hice, después de pasear y sentarme en alguno de los bancos, bajo la sombra de los castaños de indias (marroniers) fue solicitar entrevistarme con alguien de la administración del hospital con la finalidad de saber si existía la posibilidad de acceder al registro de los enfermos de principios de siglo, exactamente de 1911 y, también, del personal hospitalario que trabajaba en ese momento en la Maison Municipale de Santé (ya buscaba a Cécile Berthe Barré). Para ello tuve que desplazarme a L’Hôpital Lariboisière  y subir a una especie de torre donde pude hablar con un señor bastante mayor, que imaginé en calidad de emérito. Fue muy amable y me escuchó pacientemente; este episodio es evocado en la novela a través del doctor Morel (una atrevida paronomasia Morel/Sorel que me permitía entablar una entrañable y deseada complicidad con Julien Sorel, personaje protagonista de Stendhal en Le rouge et le noir). Dicho encuentro no finalizó con el tan temerario «vuelva usted mañana» sino con un «le llamaré. Deme un tiempo». Esperé, vaya que si esperé. Nunca me llamó. Pero un día, al despertar, me dije: «Hoy me ha llamado y me ha dicho que…». Después, cogí un cuaderno y empecé a escribir la novela.

El señor de negro, tal y como tú denominas en la novela a Antonio Machado, aparece como muy enamorado y muy unido a Leonor. Relatas alguno de los paseos del matrimonio por París, aludes a los comentarios que ella hace en torno a las palabras bonitas que le dirige, destacas el lado protector de Machado simbolizado en sus brazos...

Sí, claro. Antonio Machado habla, pasea, dice, abraza, ama y protege a Leonor como se manifiesta en sus escritos, sobre todo, en las cartas que escribió a lo largo de su vida. Ello  exigía una paciente investigación y mucha lectura.

 

«Ese verano parisino, debido al calor sofocante, se había cobrado ya, a esas alturas, la muerte de más de 40.000 personas; así que sí: volvieron a Soria a tomar los aires del Mirón»

 

Antonio Machado escribe a Rubén Darío, en una carta que le remite el 6 de septiembre de 1911, sellada el 8, desde el Faubourg Saint-Denis 200 de París: «Le supongo al tanto de nuestras desventuras por Paca y Mariquita que tuvieron la bondad de visitarme en este sanatorio. Leonor se encuentra algo mejorada y los médicos me ordenan que me la lleve a España, huyendo del clima de París que juzgan para ella mortal». ¿Cuál era ese clima?

«¿Hacía tanto calor aquel día de mediados de julio de 1911?», se pregunta Agnès en la novela. Esa pregunta la puedo responder ahora. Fue un calor sofocante. Cuando el matrimonio recibe la recomendación médica de volver a Soria porque el clima soriano será beneficioso para Leonor según su diagnóstico y evolución— ya estamos a mediados de septiembre. Ese verano parisino se había cobrado ya, a esas alturas, la muerte de más de 40.000 personas; así que sí: volvieron a Soria a tomar los aires del Mirón.

 

LEONOR Y PARÍS

 

«A través de Leonor, el amor adquiere entidad de mujer en la poesía de Antonio Machado»

 

¿Crees que Leonor apreció París?

Sí, creo que ella era consciente de que era un episodio vital de suma importancia, muy a pesar de su delicada salud. ¿Qué mejor lugar que el París de principios de siglo XX para vivir una experiencia amorosa e intelectual? No solo caminó sus aceras sino que, desde allí, inevitablemente, volvió a deambular por las estrechas calles de Soria. París le ofreció la oportunidad de releer su propia vida y no solo eso sino que —volviendo a que Antonio Machado escribió gran parte de Campos de Castilla en París—, creo que ella, sintiéndose esposa, compañera e igual a su marido, se convirtió, a ojos del poeta, —llevando a Soria dentro de ella, muchacha soriana—, en el «paisaje soñado». Leonor era Ella, a veces sin ser nombrada. Es el puente que le permite a la voz poética de Campos de Castilla acceder al ente amada, pero como ente literario. En definitiva, a través de Leonor, el amor adquiere entidad de mujer en la poesía de Antonio Machado.

¿Cómo son los bancos del Jardin du Luxembourg?

Los bancos del Luxemburgo no son solo bancos, son como hornacinas donde todavía reposan sentimientos de amor, esperanza y desesperanza; sentimientos estos que Marius Pontmercy sentía mientras observaba cómo el hombre de cabellos blancos (Jean Valjean) conversaba con la joven que posiblemente era su hija, Cosette. Creo que es imposible, después de haber leído Los Miserables, sentarse en un banco del Luxemburgo sin estremecerse. La única amiga que cita Leonor en su diario es una muchacha que no se llama Fantine, pero sí Félicitée (mi más sentido homenaje).

¿Qué se siente sentada en un banco de este Jardín?

Se siente que lo que llamamos soledad no significa sentirse solo o sola. En cualquiera de esos bancos, rezuma la mejor literatura de todos los tiempos; una literatura cuyos personajes te acompañan siempre a lo largo del camino, ese camino que también fue machadiano.

 

«Escribo desde esta isla utópica del Mediterráneo, pero he tenido que salir a vendimiar lejos de la isla blanca para crear al «señor de negro».

 

¿Qué ha representado para ti como escritora el reto de recuperar, aportando datos concretos, la historia de la estancia de Antonio Machado y Leonor Izquierdo en París?

El estudio del poeta y de su obra han supuesto un enriquecimiento personal que se ha visto aumentado al constatar que su mujer fue y sigue siendo un elemento inherente en ella. Además, me ha permitido desarrollar una labor de investigación en lugares totalmente ajenos a mi entorno y, por lo tanto, sentirme involucrada y distanciada al mismo tiempo. Escribo desde esta isla utópica del Mediterráneo, pero he tenido que salir a vendimiar lejos de la isla blanca para crear al señor de negro.


Sol i sargantana «Gabrielet». Serigrafia en color.

¿Cómo es la isla utópica del Mediterráneo en la que Leonor Izquierdo Cuevas ha encontrado una mano amiga?

Es probable que lo más obvio, al plantearme la respuesta a esta pregunta, fuese aclarar  por qué se le suele atildar de utópica a la isla de Ibiza y limitarme a dar una breve información de cómo se convirtió, ya a finales de los años treinta, en un mito; un lugar donde era posible vivir una existencia auténtica de libertad individual. Los visitantes hallaron a unos nativos campesinos y pescadores extraordinariamente hospitalarios y los llegaron a convertir en modelos de vida. Décadas después, su popularidad fue en aumento, gracias a movimientos contraculturales (hippies, beatniks) y un listado interminable de artistas que eligieron esta isla para huir de un mundo que parecía haber olvidado la existencia de la belleza primitiva. Sin embargo, hay una Ibiza que permanece siempre idéntica y, sin duda alguna, considero que para trasladar esta imagen, lo mejor es recurrir a una voz poética que, si todavía no ocupa su lugar de honor en la FAM, podríamos decir que este sería un buen momento. Me refiero al poeta ibicenco Marià Villangómez Llobet (Ibiza, 1913-2002). Este poeta ibicenco encontró en Antonio Machado al poeta que él ya llevaba dentro. A medida que fue leyendo su poesía iba desvelándose en él su propia alma poética; le descubrió su amor por la tierra, por el paisaje, por la gente… Sin ir más lejos, fue el propio Marià Villangómez quien un 12 de marzo de 1948 pronunció, en una sociedad cultural ibicenca, Ebusus, una conferencia titulada «Un poeta en el Modernismo: Antonio Machado», destacando el gran poder descriptivo del poeta sevillano, unido a una mágica capacidad de sugerencia para expresar su amor al elemento físico que rodea al hombre y a la voz poética. He de añadir que más que de una influencia poética, podemos hablar de afinidades («oscuras resonancias») ya que ambos desarrollaron una personalísima obra poética. Sin ir más lejos, el título de una de sus obras «El cop a la terra» (El golpe en la tierra) es un homenaje a unos versos de Antonio Machado:

«Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio».

ANTONIO MACHADO «En el entierro de un amigo», Soledades.

“Ambos mantienen una misma actitud ante el paisaje, una actitud contemplativa donde la tierra es crisol de la vida en general y de la existencia humana en particular” (Jean Serra). Y volviendo  a  esa Ibiza —también fenicia—, qué mejor que uno de los poemas del gran poeta ibicenco Marià Villangómez Llobet para inmortalizar ese paisaje…


Terra natal

Arrelar, com un arbre, dins la terra:
no ser núvol endut d’un poc de vent.
Sobre els camps coneguts de cada dia,
veure un cel favorable i diferent.
Mirar com cau, quotidià, el crepuscle,
cada cop renovant-me el sentiment.
Damunt la terra nostra i estimada,
del cor neixen el pi, l’aire i l’ocell.
El blanc record de la infantesa hi sura,
i ha de fer bo, aquest sol, als ossos vells.
Vull escoltar-hi aquest parlar que arriba
de molt antic als llavis de la gent.
El meu amor, la ferma companyia,
vull somiar-hi, entre la mar i el vent.

                            Elegies i paisatges(1933-1943)


Tierra natal

Arraigar, como un árbol, en la tierra:
no ser nube arrastrada por un poco de viento.
Sobre los campos conocidos de cada día
contemplar un cielo favorable y diferente.
Mirar cómo cae, cotidiano, el crepúsculo,
cada vez renovándome el sentimiento.
Encima de la tierra nuestra y amada,
del corazón nacerán el pino, el aire y el pájaro.
Aquí flota el blanco recuerdo de la niñez
y ha de ser bueno, este sol, para los viejos huesos.
Aquí quiero escuchar este habla que llega
desde hace mucho tiempo a los labios de la gente.
Mi amor, mi firme compañía,
aquí quiero soñar, entre la mar y el viento.

                            (Traducción de Antonio Colinas)

Dices al principio de la entrevista que te costó lanzarte a escribir. ¿Ha valido la pena? ¿Crees que tu novela aporta algo a la historia de la literatura española del siglo XXI?

Sí, ha valido la pena, sin duda alguna. Ahora ya sé en qué consiste un proceso de creación y espero que esta experiencia deje su huella. En cuanto a la segunda pregunta, no sé qué contestar, pero espero haber dejado, por lo menos, un grano de arena pitiusa.

¿Qué tienen en común el Duero y el Sena, tú que conoces los dos?

Soy una mujer de mar y de cal blanca en las paredes. El río, cualquier río, merece mi aplauso, es vita flumen, pero no puedo definir ni contrastar ambos ríos; he estado en la orilla del Duero y en la orilla del Sena, pero no lo suficiente para conocerlos; es una naturaleza que no me es familiar; quizás el río más cercano a mí es el río manriqueño, que nos recuerda que todos somos iguales al llegar a la desembocadura...

(...)

y llegados, son iguales

los que viven por sus manos

y los ricos.

Es la primera vez, dice Leonor en su Diario, que «vivo mi propia vida y me gusta que sea así”. Escribe también que: «También puede ser que, al escribir este Diario, vivo dos veces mi propia vida». ¿Significa esto que Leonor ha encontrado en el matrimonio con Antonio Machado el marco ideal para el desarrollo de todas sus capacidades intelectuales y personales?

En un diario das voz a tu ser más profundo, tienes libertad total. No hay tabúes ni necesidad de eufemismos. Buscar ese cobijo que te ofrece el diario, tu diario, significa que quieres dar voz, convertir en palabras tus desvelos y Leonor, por primera vez, halla ese cobijo, esa cueva de intimismo. Su matrimonio, su estancia en París, el sentirse amada, la escritura; la confluencia de dichos elementos suponen una inyección vital que ella traduce de esa manera.

 

LEONOR Y ANTONIO

 

Para escribir esta novela, seguro que has tenido que leer todo lo que se ha escrito hasta la fecha sobre la estancia de Machado y Leonor en París. A partir de esas lecturas y de tu propia experiencia, me gustaría preguntarte: ¿Qué relación existe entre el señor de negro y Antonio Machado?

No creo, sinceramente, que haya leído todo lo que se ha escrito hasta la fecha. «Todo» es una palabra temible. Dejémoslo en que he leído bastante. El señor de negro es el marido de Leonor, por lo tanto, es Antonio Machado; sin embargo, evité nombrarle, o mejor, que Cécile se refiriese a él por su nombre. Hay nombres que arrastran un legado o un lastre vital del que no pueden desprenderse al ser nombrados y, en su caso, ocurre: es el poeta que bebió de la vena simbolista francesa para mirar hacia adentro con los ropajes del modernismo, pero que después supo mirar hacia afuera con ceño fruncido noventayochista, consiguiendo el casamiento de su alma con el paisaje y el paisanaje sorianos. Para paralizar esa evocación connotativa que desprende solo su nombre, tuve que cambiárselo. La enfermera, Cécile, solo vio cómo un señor de negro entraba, salía, sufría, fumaba, acompañaba y amaba a su mujer durante cincuenta y cinco días de ingreso en La Maison Municipale de Santé.

Machado encontró en Leonor, leemos en el Diario, «refugio, dulzura y juventud». ¿Podrías explicar estos conceptos en el contexto de la novela?

El lunes 13 de febrero de 1911, Leonor se pregunta en su diario: «¿Qué vio en mí? ¿Sintió lástima?» Después, repite —a modo de salmodia— esas tres palabras, que son las que Machado reitera cada vez que ella le hace esa pregunta. A veces, Leonor se siente insegura, no entiende cómo un hombre con esa profundidad de pensamiento se pudo fijar en ella y de ahí que se pregunte cómo pudo elegirla como compañera, mujer y amada.

En uno de sus poemas, Antonio Machado afirma: «Por encima del amor está la piedad». ¿A qué crees que se refería?

Al decir “por encima de” interpreto que es un sentimiento más elevado; ello me lleva a recordar algo que leí una vez, aunque no recuerdo dónde: que la compasión (o piedad) entendida como cualquier actuación que contribuye a disminuir el sufrimiento del otroes un sentimiento primario en el hombre. No tengo ninguna duda de que Antonio Machado sintió compasión hacia el otro, hacia Ella.

En el Diario de Leonor se menciona varias veces la palabra comprensión. ¿Qué significa esta palabra en boca de Leonor y de Antonio Machado?

Significa la posibilidad de acceder juntos a través del conocimiento y la intuición (feliz casamiento) a la naturaleza profunda de las cosas; significa, también, la capacidad de intercambiar entre ellos un sabio entendimiento. Esos diecinueve años que les distanciaban no podían convertirse en una traba o impedimento y, de ahí, la necesidad de comprenderse.

¿Qué representan para ti las figuras históricas de Antonio Machado y Leonor Izquierdo?

Son paradigmas. Su estudio me ha permitido conocer un pasado histórico —aunque siempre será reciente— y descubrir la intrahistoria de las tierras de Castilla desde la mirada de un hombre y una mujer cuyo arraigo en la naturaleza de su entorno y, sobre todo, en las férreas tradiciones, no les impidió apostar por ese viaje hacia la luz.

El paisaje de Ibiza, desde donde has escrito esta novela, es diferente al de la patria ideal, tal y como Antonio Machado calificó a Soria. A pesar de lo cual, tu voz ibicenca nos suena muy cercana leyendo tu novela. ¿Qué ha obrado este hermanamiento?

He de insistir en que un digno y verdadero hermanamiento es el que podemos establecer entre el poeta ibicenco Marià Villagómez Llobet y Antonio Machado. A principios de los años setenta, Orson Welles acudió a Ibiza a rodar Fraude (F. for Fake) centrado en el falsificador y pintor húngaro Elmyr d´Hory y en su biógrafo Clifford Irving, quien se hizo conocido también por ser condenado a dos años de cárcel por escribir una biografía falsa de Howard Hugues. ¿Qué puedo decir? Posiblemente, desde entonces, cualquier tipo de hermanamiento en esta isla sea posible.

Por último, y a propósito de la frase, «No recuerdo dónde leí o escuché una vez que la verdadera amistad entre mujeres gozaba, además, de cierto poder de absolución», me gustaría saber si esta palabra absolución implicaría «confraternidad» o «compromiso reivindicativo».

Si la confraternidad es solidaridad, considero que es un paso previo a un posible compromiso reivindicativo. El término absolución yo lo relaciono, en el contexto en el que vivimos, con el concepto de magnanimidad, misericordia, abierta generosidad, nobleza de espíritu. No me gusta utilizar el término perdón, ni indulgencia porque rezuman catolicismo y prefiero evitarlos.

 

Muchas gracias, Carolina.