Pilar Valderrama

 PILAR VALDERRAMA


Los Trabajos y Los Días

ESENCIAS

Poesías de Pilar Valderrama

Notas marginales, por Antonio Machado


Transcripción del artículo

Obra sincera y algo extemporánea, quiero decir un poco al margen de la moda literata, como nacida en clima psíquico que no es precisamente el de nuestra lírica al uso. Obra muy de mi gusto -lo confieso, aunque se me tache de rezagado-, por un cúmulo de motivos, que a mí me parecen otras tantas razones.

Amor es un siempre ¡siempre!

la sed que nunca se acaba

del agua que no se bebe

dice Pilar Valderrama en uno de los muchos bellísimos cantares que el libro contiene. Aquí aparece explícito en forma de sentencia, el hondo tema de “Esencias”.

¿Tema romántico? Desconfío de las palabras usadas en demasía; ellas comienzan señalando realidades y acaban por quedarse solas, quiero decir, por no significar casi nada, en justo castigo a su pretensión de significar demasiado. Sin embargo, porque lo romántico es entre otras muchas cosas, lo esencialmente fecundo en motivos de insatisfacción, podemos llamar romántico a ese amor que se define a sí mismo como sed insaciable, como sed del agua que nunca mojará nuestros labios. La Iseo wagneriana -amor bajo el signo de Schopenhauer- y también -¿por qué no?- la ardiente poetisa de Mitilene hubieran hecho suyos los tres sencillos versos de esta preciosa “solear”.

Es libro de mujer éste de Pilar Valderrama, y con ello pretendo señalar su excelencia; porque a nada más alto puede aspirar obra de autor femenino a que expresar líricamente, en palabras cantoras, una noble integral experiencia de mujer. Y hoy que la poesía se inclina a puro deporte del intelecto, tal vez sea empresa de mujer su necesario complemento en una lírica de alma, rica de intimidad. ¿Lírica romántica, se preguntará, otra vez? Los románticos no fueron demasiado “intimistas”. Ellos desmesuraron el sentir en su empeño heroico, no siempre advertido, de que el radio cordial igualase al infinito de las ideas, como desmesuraron la razón con los ingentes rascacielos de sus metafísicas. Hay un sentir, hoy en crisis por múltiples causas, específicamente romántico: la emoción de los superlativos, las resonancias cordiales de los valores supremos. “Pensar alto y sentir hondo” fue uno de sus tópicos favoritos; pero su arte perdió en densidad y hondura cuanto ganaba en altura y lejanía. Vistos desde hoy, nos parecen enfáticos, a veces insinceros; por virtuosos del sentimiento nos desagradan, Todo siglo tiene, como Don Quijote, a cierta distancia y a cierta luz, su triste figura, que no es, ni mucho menos, definitiva. Reparemos en que el arte como deporte cordial fue un gran lujo del siglo XIX, que no todos los siglos han podido pagarse.

Pero esta lírica del alma en que pienso, al leer las canciones de Pilar Valderrama, no es de ningún modo lírica deportiva, ni siquiera a la manera sentimental vagamente romántica, mucho menos a la barroca y conceptista de nuestros días. Si, en el momento actual del arte, me parece más propia de mujer que de varón, es porque el puro deporte tal vez no sea nunca femenino. La mujer, gran enemiga de toda actividad superflua, rara vez juega, su frivolidad es contrapunto de la excesiva seriedad de su vida, y sus ficciones mismas vitales. Creo, además, que la mujer no contribuya, en proporción alarmante, a la planificación de la “pique” por abusivo predominio del intelecto. No es fácil que la mujer pierda, en lo anímico, la densidad que corresponde a su sexo; ella defenderá obstinada y pudorosamente su intimidad, la cálida zona media donde, lo vital humano, y lo sentimental y afectivo tiene su más integra resonancia.

Es libro de mujer éste de Pilar Valderrama; pero -entendámonos- de lo femenino hemos de señalar en él la afortunada ausencia de dos notas triviales. Es una la excesiva docilidad a la moda y afán de vestir el lírico indumento al uso. No encontrareis en estas prosas y canciones la imagen sin raíz emotiva, ni los brillos baratos de la profusa bisutería del bazar literario. Otra, la autovaloración del sexo, en forma más o menos directa de reclamo erótico. Es siempre algo más esencial y -digámoslo también – más delicado, señoril y honesto, cuanto hay de femenino en las “Esencias” de Pilar Valderrama. En las primera páginas -por ejemplo- al par que una honda preocupación por la mujer, “in genere”, en forma de simpatía, mejor diré de piedad, aparece el amor como un prodigio del Cristo. Allí se dice de María Magdalena

 

…no sabía

que amor es un milagro,

como en el ciego, ver.

 

A esta muy honda y certera visión responden, a mi juicio, estos sencillos versos. Y la mujer, objeto de amor, actividad autónoma del espíritu, expresión de libre efectividad, supone plena (…oria) sobre los ciegos ímpetus de la naturaleza, y requiere la tregua del (…) genesiaco, una superación de las mismas leyes y aun de virtudes del público semental humano, el clima fraterno que trajo el Cristo al mundo. Sócrates, conversando con los mancebos de Atenas, descubre la razón, el pensamiento genérico de signo masculino. De los diálogos platónicos está instruida la mujer; lo está -en ellos- (,,,) amor mismo, pues ni siquiera es la (…) femenina, sino la del efebo, el (…) incentivo que despierta nostalgia de las ideas eternas. Sólo Cristo interroga a la mujer, conversa con ella de alma a alma y penetra en su corazón con mudo asombro de los discípulos. No obstante el sentido ascético del cristianismo -y acaso por ello mismo- es la esencia femenina, como tema cordial, una de las grandes invenciones del Cristo. Por él pasa la hetaira a simple pecadora, objeto de misericordia -como, merced a Sócrates, el sofista a mero charlatán -y la mujer esencial, piadosa madre del Dios vivo,

-de su Hacedor dichosa engendradora,

a cuyos pechos floreció la vida-

 

sube a los altares donde todos como a madre de todos la veneren.

          También como el maestro fray Luis y con no menos profundo sentido cristiano, habla Pilar Valderrama. “Y la mujer, que sabe ahora toda la profunda belleza de la maternidad, no dirá, solamente, al estrechar al hijo contra su pecho: “eres mi carne, eres mi sangre, que añadirá: eres también mi alma”.

“El mundo está sembrado de piedad”, dice Pilar Valderrama en uno de sus más bellos poemas en prosa. Y es la piedad, como semilla esparcida en la dura tierra y capaz de germinar en ella, otro tema hondamente poético de “Esencias”. Como “scientia cordis”, nada actual, sino de ayer y de mañana, pudiera definirse, en parte, esta lírica que afirma, contra múltiples apariencias, las virtudes más problemáticas para el hombre moderno -piedad, humildad, compasión, castidad- y que una filosofía más moderna aun puede restaurar. Son virtudes valientes, temerarias, que muestran al espíritu sin disfraz como al gran contradictor de la naturaleza. Ya para Abel Martín -recordémoslo- eran virtudes mágicas, implícitas en el “fiat umbra” de su divinidad cuando no de un carácter prometeico, en cierto sentido satánico. No olvidemos que para Abel Martín fue el Cristo, como salvador, un ángel díscolo, un menor en rebeldía contra la norma del Padre. De este modo alcanzaba -según Martín- la tragedia del Gólgota significación y grandeza.

Pero la lírica de pilar Valderrama no es solo piadosa, es también apasionada, fervientemente vital, llama que aspira a poca luz, pero que arde y quema.

 

Las penas que te doy

son las penas que yo tengo;

y es el puñal que te clavo

el mismo con que me hiero.

 

El trágico cantar andaluz, ese cantar tan nuestro, tan familiar a nuestra lírica que aún no hemos reparado en su profunda originalidad, abunda en las páginas de “Esencias” sin que nunca adopte la fórmula de “pastiche” folklórico. Verso, y prosa, de una misma calidad poética, alternan en el libro; y como en toda obra rica de contenido no advertimos ni la preocupación de la forma ni el esfuerzo para lograrla. Pero el encanto inefable de la poesía que es, como alguien certeramente ha señalado, un resultado de las palabras, se da por añadidura en premio a una expresión justa y directa de lo que se dice. ¿Naturalidad” No quisiera yo con este vocablo, hoy en descrédito, concitar contra Pilar Valderrama la malquerencia de los virtuosos. Naturalmente es sólo un alfabeto de la lengua poética. Pero ¿hay otro mejor? Lo natural suele ser en poesía lo bien dicho, y, en general, la solución más elegante del problema de la expresión.

 

Quod elixum est ne asato,

 

dice el proverbio pitagórico; y nuestro archilírico Juan Ramón, con más ambiciosa exactitud:

 

No la toques más,

que así es la rosa.

 

Pilar Valderrama no profesa en la orden barroca, que rinde culto a la dificultad, creada artificiosamente por ingenua ignorancia de lo realmente difícil. Se sabe que en poesía -acaso sobre todo en poesía- no hay giro o rodeo que no sea una afanosa búsqueda del atajo, de una expresión directa; que los tropos, cuando supérfluos, ni aclaran ni decoran, sino complican y enturbian, y que las más certeras alusiones a lo humano se hicieron siempre en la lengua de todos.

En el verso de Pilar Valderrama las imágenes aparecen siempre ampliamente espaciadas y con un valor más emotivo que sensorial. En el poema “Ha llovido en el monte” se dice de las encinas recién lavadas por la lluvia:

Todas parecen reinas.

 

Y en las “Canciones de primavera” el amor y el campo floreciente son dos emociones que fluyen paralelas y acaban fundidas en un cantar lejano.

 

Mi corazón y el tuyo

son campo y colmenar.

Abejas de oro, niña,

vienen y van.

Abejita de oro…

¿Dónde las flores? ¿Dónde el panal?

 

Dentro de una línea austera, de un perfil señorial, encierra Pilar Valderrama muchas de sus “Esencias”, más que visiones del intelecto, evidencias del corazón, esencias líricas y, por ello mismo de un marcado acento temporal. Con voz propia, inconfundible, piedad y pasión, gracia y ternura, cantan en el libro de Pilar Valderrama. Después de Rosalía de Castro, la mujer había enmudecido en nuestra lírica. Cultivó otros géneros más objetivos. La autora de “Las Piedras de Horeb” y “Huerto Cerrado” nos da hoy, con su tercer libro, una colección de poemas plenamente logrados. Esperemos que no sean los últimos.