viernes, 22 de abril de 2016

El Quijote, Cervantes y Juan de Mairena

EL QUIJOTE Y CERVANTES

POR JUAN DE MAIRENA



“Decía mi maestro Abel Martín que es la modestia la virtud que más espléndidamente han solido premiar los dioses. Recordad a Sócrates, que no quiso ser más que un amable conversador callejero, y al divino Platón, su discípulo, que puso en boca de tal maestro lo mejor de su pensamiento. Recordad a Virgilio, que nunca pensó igualar a Homero, y al Dante, que no soñó en superar a Virgilio. Recordad, sobre todo, a nuestro Cervantes, que hizo en su Quijote una parodia de los libros de caballerías, empresa literaria muy modesta para un tiempo y que en el nuestro sólo la habrían intentado los libreristas de zarzuelas bujas. Los periodos más fecundos de la historia son aquellos en que los modestos no se chupan el dedo.” (Fragmento de lecciones. XII)

 “Si algún día profesáis la literatura y dais en publicistas, preveníos contra la manía persecutoria que pudiera aquejaros. No penséis que cuanto se escribe sobre Homero o Cervantes es para daros a roer cebolla, como vulgarmente se dice, o para abrumaros y confundiros poniendo de resalto vuestra insignificancia literaria. Que no os atormenten enemigos imaginarios que os obliguen a escribir demasiadas tonterías.” (Fragmento de lecciones. XII)

 “Es muy posible –decía Mairena- que, sin libro de caballerías y sin romances viejos que parodiar, Cervantes no hubiera escrito su Quijote, pero nos habría dado, acaso, otra obra de idéntico valor. Sin la asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular, ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que os digo estoy completamente seguro.
Mucho me temo, sin embargo, que nuestros profesores de literatura –dicho sea sin ánimo de molestar a ninguno de ellos- os hablen muy de pasada de nuestro folklore, sin insistir ni ahondar en el tema, y que pretendan explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad exclusivamente erudita. Y lo peor sería que se crease en nuestras Universidades cátedras de folklore, a cargo de especialistas expertos en la caza y en la pesca de elementos folklóricos, para servidos aparte, como materia de una nueva asignatura. Porque esto, que pudiera ser útil alguna vez, comenzaría por ser desorientador y descaminante. Un Refranero del Quijote, por ejemplo, aun acompañado de un estudio, más o menos clasificativo, de toda la paremiografía cervantina, nos diría my poco de la función de los refranes en la obra inmortal. Recordad lo que tantas veces os he dicho: es el pescador quien menos sabe de los peces, después del pescadero, que sabe menos todavía. No. Lo que los cervantistas nos dirán algún día, con relación a estos elementos folklóricos del Quijote, es algo parecido a esto:

Hasta qué punto Cervantes los hace suyos; cómo los vive; cómo piensa y siente con ellos; cómo los utiliza y maneja; cómo los crea, a su vez, y cuántas veces son ellos molde del pensar cervantino. Por qué ese complejo de experiencia y juicio, de sentencia y gracia, que es el refrán, domina en Cervantes sobre el concepto escueto o revestido de artificio retórico. Cómo distribuye los refranes en esas conciencias complementarias de Don Quijote y Sancho. Cuándo en ellos habla la tierra, cuándo la raza, cuándo el hombre, cuándo la lengua misma. Cuál es su valor sentencioso y su valor crítico y su valor dialéctico. Esto y muchas cosas más podrían decirnos. (XXII)

 “Como maestra de cristianismo, el alma rusa, que ha sabido captar lo específicamente cristiano –el sentido fraterno del amor, emancipado de los vínculos de la sangre- encontrará un eco profundo en el alma española, no en la calderoniana, barroca y eclesiástica, sino en la cervantina, la de nuestro generoso hidalgo Don Quijote, que es, a mi juicio, la genuínamente popular, nada católica, en el sentido sectario de la palabra, sino humana y universalmente cristiana.”

Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez alguno de ellos lo realizó sin saberlo, sin haberlo deseado siquiera. Día llegará en que sea la más consciente y suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz de gay-saber, no creo haber pasado de folk-lorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular”

 “Me gusta La estepa de Chejov. Creo, no sé por qué, que los rusos pueden entender el paisaje español. La Mancha: todo el mundo conoce este nombre gracias a Don Quijote. Pero, ¿por qué hay tanta gente que no comprende que Aldonza es Dulcinea? Cada español sueña con la muchacha robusta y hacendosa; cada español sabe que toda Dulcinea sabe llevar la casa, chismear con las comadres, coser las camisas. Cuando Turgueniev escribió sobre Hamlet y Don Quijote, no advirtió que Aldonza y Dulcinea son una y la misma persona, quizá porque todas sus heroínas son criaturas puras y celestiales o aves de rapiña. Entre nosotros no hay solución de continuidad, pero la unidad es más difícil que el contraste. Así es La Mancha, y así es España---“ (Entrevista con Ilya Ehrenburg, Abril de 1937)

 “Don Ramón, como Don Quijote, no conocía el miedo, o no había para él miedo que no superase por el espíritu, y estaba dotado de una enorme capacidad de resistencia para el sufrimiento físico.” (Prólogo a “La Corte de los Milagros”, de Ramón del Valle Inclán. Barcelona, 1938)

 “Algunos aceptaron, más o menos consciéntemente, la fórmula un tanto hueca de poesía pura, y la mucho más vacía, de deshumanización del arte. Vacía, digo, cuando el hecho indudable, que acusa una decadente, lo superfluo, lo que puede muy bien no haberse producido; nunca en los mementos vigorosos que se acercan a la plenitud, el clima estético de un Shakespeare, un Cervantes, un Goethe, un Tolstoi. Esta tendencia, un tanto epidémica en la llamada literatura de postguerra, fue, por fortuna, superficial en nuestros poetas. “ (El influjo de la guerra sobre la poesía joven española. El influjo de la poesía joven en los campos de batalla.)

 “Nuestros peores enemigos han entrado todos por las puertas de la traición. Frente a ellos se yergue solitaria la hombría española, envuelta en los férreos harapos de nuestro Don Quijote, pero bañada en luz, toda vibrante de energía moral.” (A los voluntarios extranjeros, 1938)

 “¿Qué te parece desto, Sancho?, dijo Don Quijote: “¿hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible.” En el capítulo más original del Quijote, así habla el Caballero de la Triste Figura, terminada su genial aventura de los leones. Carlo se ve que es don Quijote, nuestro Don Quijote, el verdadero antipolo del pragmatista, del hombre que hace del éxito, de la ventura, la vara con que se mide la virtud y la verdad. Es muy posible que un pueblo que tenga algo de don Quijote no sea siempre lo que se llama un pueblo próspero. Que sea un pueblo inferior: he aquí lo que yo no concederé nunca. Tampoco hemos de creer que sea un pueblo inútil, de existencia superflua para el conjunto de la cultura humana, ni que carezca de una misión concreta que cumplir, o de un instrumento importante en que soplar dentro de la total orquesta de la historia. Porque algún día habrá que retar a los leones, con armas totalmente inadecuadas para luchar con ellos. Y hará falta un loco que intente la aventura. Un loco ejemplar.” (Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos. 1938)

“Después de la Edad Media, poco fecunda para el diálogo, aparecen, con el Renacimiento y en plena edad moderna, dos gigantescos dialogadores: Shakespeare, en Inglaterra, y Cervantes en España.” (Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos. 1938)

“Cuando llegamos a Cervantes, quiero decir, al Quijote, el diálogo cambia totalmente de clima. Es casi seguro que Don Quijote y Sancho no hacen cosa más importante –aun para ellos mismos- a fin de cuentas que conversar el uno con el otro. Nada hay más seguro para Don Quijote que el alma ingenua, curiosa e insaciable de su escudero. Nada hay más seguro para Sancho que el alma de su señor. Pero aquí ya no se persiguen razones a través de la selva psíquica, ya no interesa tanto la homogeneidad de la lógica como la heterogeneidad de las conciencias. Entendámonos: la razón no huelga: es como cañamazo sobre el cual bordan con hilos desiguales el caballero y el criado. No olvidemos, sin embargo, que uno de los dos dialogantes está loco, sin renunciar en lo más mínimo a tener razón, a imponer y –digámoslo en loor de nuestro Cervantes- a persuadir de su total concepción del mundo y de la vida, y que el otro padece tanta cordura como desconfianza de sus razones. Y aquí nos aparece el diálogo entre dos mónadas autosuficientes y, no obstante, afanosas de complementariedad, en cierto sentido, creadoras y tan afirmadoras de su propio ser como inclinadas a una inasequible alteridad. Entre Don Quijote y Sancho –esa amante pareja de varones, sin sombra de uranismo- la razón del diálogo alcanza tan grande profundidad antológica, que sólo a la luz de la metafísica de mi maestro Abel Martin puede estudiarse, como en otra ocasión demostraremos, o pretendemos demostrar.” (Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos. 1938)

 “Consoladora es para nosotros la lectura del libro Erasme et l´Espagne de Marcel Bataillon, donde se dicen tantas cosas exactas y profundas sobre la prerreforma, reforma y contrarreforma religiosa en España y se pone de relieve la enorme huella de Erasmo de Rotterdam a través de nuestro gran siglo. En la honda crisis que agita las entrañas del cristianismo en aquella centuria no fue decisiva la influencia de Erasmo, sino la de Lutero, en Europa, y la de Loyola, en España, mas fue en España donde tuvo de su parte a los mejores, sin excluir a Cisneros ni a Cervantes.” (Mairena póstumo, I, 1938)

 “Hemos de reconocer que los libros más influyentes en los Estados totalitarios no suelen ser los últimos ni, casi nunca, los mejores. Tal vez por eso, Cervantes embistió contra los libros de caballerías, cuando éstos ya no se escribían en el mundo, porque acaso era entonces cuando producían mayores estragos. El filósofo de la abominable Alemania hitleriana es el Nietzsche malo, borracho de darwinismo, un Nietzsche que ni siquiera es alemán. El último gran filósofo de Alemania, el más escuchado por los doctos, es el casi antípoda de Nietzsche, Martin Heidegger, un metafísico de la humanidad. Quienes, como Heidegger, creen en la profunda dignidad del hombre, no piensan mejorarlo exaltando su animalidad. El hombre heideggeriano es el antipolo del germano de Hitler.” (En “La Vanguardia”. Notas inactuales a la manera de Juan de Mairena, V, 1938)

 “Pero vosotros podéis hacerme una pregunta que, en vuestro caso, hubiera formulado don Quijote: “Y esos hombres tan razonables como pacíficos, tan aferrados a la paz como convencidos – y convictos- de la fatalidad de la guerra, ¿cuándo creerán que ha llegado para ellos el momento de guerrear?” Yo os contestaría sin titubear: “cuando sean agredidos, o para repeler una agresión inminente.” (Mairena póstumo. Algunas consideraciones sobre la política conservadora de las grandes potencias.)

“Y, siguiendo esta ley, son más peleonas las tríbus que las familias, las ciudades que las tribus, las naciones que las ciudades, las federaciones de potencias que las naciones mismas, y cuando todos los hombres de un continente o de una raza se unan bajo una misma bandera o un mismo color, constituirán los más abominables equipos de pelea dispuestos a tomarse –como decía Don Quijote- con los hombres de otros continentes o de piel diversamente colorida.” (Para el Congreso de la Paz, 1938)

 “Porque el clima moral del Occidente es guerrero por excelencia, y el homo sapiens, de Linneo, y el faber de los pragmatistas, se han trocado en un homo bellicosus, dispuesto a tomarse con Satanás en persona, como Don Quijote, y sin ninguno de los motivos que tenía el buen hidalgo para pelear. (Desde el mirador de la guerra, VIII; 1938)