PREMIOS Y TRABAJOS PRESENTADOS
I PREMIO ANTONIO MACHADO
“La educación en la protección y
desarrollo de la naturaleza y el medio ambiente”
MODALIDAD: ARTE VISUAL
1º Premio, Categoría A
Sara Moreno de Bustos
“El cierzo corre por el campo yerto”
IES Politécnico
CATEGORÍAS
A
ESO y Ciclo FP Básica
B
Bachillerato y Ciclos Formativos de Grado Medio
2º Premio, Categoría A
Irene Soria de la Dedicación
“Machado en Castilla: el Olmo Seco”
IES “Castilla”
1º Premio, Categoría B
Belén Martínez Romero
“Campo de tormenta”
Escuela de Arte y Superior de Diseño de Soria
2º Premio, Categoría B
Beatriz Liso Rodrigo
“El Duero”
Escuela de Arte y Superior de Diseño de Soria
MODALIDAD: POESÍA
1º Premio, Categoría A
Alejandro García Burgaleta
IES “Margarita de Fuenmayor” de Agreda
Nerea Baena, IES Politécnico
Dalia Abad, IES Politécnico
Ana Paula Moreno, IES Politécnico
Alejandro Tomás Pérez
El Hijo de una estirpe
IES Virgen del Espino
Cenaida Largo, IES Politécnico
Álvaro Ayllón, IES Politécnico
Lucía Hernández, IES Politécnico
Noelia Revilla, IES Politécnico
Belén Smith, IES Politécnico
Mayela Asensio, IES Politécnico
Moisés Rodríguez, IES Politécnico
Sara Fuentelsanz, IES Politécnico
Carla Gijón, IES Politécnico
Alfonso Rincón, IES Politécnico
Andrea Martín, IES Politécnico
Patricia Gil, IES Politécnico
Lara Alcalde, IES Politécnico
Elisabeth Marina, IES Politécnico
Lucía Hernández, IES Politécnico
Alfonso Rincón, IES Politécnico
Ismael Muñoz, IES Politécnico
Wiam Mouri, IES Politécnico
Rubén Pérez, IES Politécnico
Nicole Melo, IES Politécnico
Javier Esteras, IES Politécnico
Cristina Jiménez, IES Politécnico
Natalia Alonso, IES Politécnico
Natalia Arancón, IES Politécnico
Miguel Torcal, IES Politécnico
Inés Gil, IES Politécnico
Ana Pascual, IES Politécnico
José Carlos Borque, IES Politécnico
Sara Herrero López
El hombre de estos campos
IES Virgen del Espino
Edurne Casas, IES Politécnico
María Ruiz, IES Politécnico
Ara Hakim, IES Politécnico
Aroa García, IES Politécnico
Elena Cid, IES Politécnico
Laura Rodríguez Cárdenass
IES Castilla
Jorge Gijón Ortega, IES Castilla
Marta Blasco Fernández, IES Castilla
David Mendoza, IES CAstilla
Jorge Gijón Ortega, IES Castilla
Clara López Cortes, IES Castilla
Clara Moreno Antolín, IES Castilla
Verónica Tarancón Remacho, IES Castilla
Alvaro Fernández Jiménez, Nuestra Señora del Pilar. Esoclapios.
Laura García Roldán, IES Castilla
Davida Camacho Prieto, IES Castilla
Estela Tarazona Calvo, IES Castilla
Raquel Salcedo Hidalgo, IES Castilla
Celia Sáenz de Miguel, IES Castilla
Estela Tarazona Calvo, IES Castilla
Alba García Galán, IES Castilla
Nerea Carazo García
Allá en las altas tierras
IES Virgen del Espino
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
Elena Virto Magallón
El roble es la guerra
IES Virgen del Espino
El roble es la guerra, el roble
Dice el valor y el coraje,
Rabia innoble
En su torcido ramaje,
Y es más rudo
Que la encina, más nervudo,
Más altivo y más señor.
Alejandro Delso Rodríguez
Son de abril las aguas mil
IES Virgen del Espino
Son de abril las aguas mil,
sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
Nerea Baena, IES Politécnico
Dalia Abad, IES Politécnico
Ana Paula Moreno, IES Politécnico
Diego Álvarez, IES Politécnico
Alejandro Tomás Pérez
El Hijo de una estirpe
IES Virgen del Espino
Cenaida Largo, IES Politécnico
Álvaro Ayllón, IES Politécnico
Lucía Hernández, IES Politécnico
Noelia Revilla, IES Politécnico
Belén Smith, IES Politécnico
Mayela Asensio, IES Politécnico
Moisés Rodríguez, IES Politécnico
Sara Fuentelsanz, IES Politécnico
Carla Gijón, IES Politécnico
Alfonso Rincón, IES Politécnico
Andrea Martín, IES Politécnico
Lara Alcalde, IES Politécnico
Elisabeth Marina, IES Politécnico
Lucía Hernández, IES Politécnico
Alfonso Rincón, IES Politécnico
Ismael Muñoz, IES Politécnico
Wiam Mouri, IES Politécnico
Rubén Pérez, IES Politécnico
Nicole Melo, IES Politécnico
Javier Esteras, IES Politécnico
Cristina Jiménez, IES Politécnico
Natalia Alonso, IES Politécnico
Natalia Arancón, IES Politécnico
Miguel Torcal, IES Politécnico
Inés Gil, IES Politécnico
Ana Pascual, IES Politécnico
José Carlos Borque, IES Politécnico
Sara Herrero López
El hombre de estos campos
IES Virgen del Espino
Edurne Casas, IES Politécnico
María Ruiz, IES Politécnico
Ara Hakim, IES Politécnico
Elena Cid, IES Politécnico
Laura Rodríguez Cárdenass
IES Castilla
Jorge Gijón Ortega, IES Castilla
Marta Blasco Fernández, IES Castilla
David Mendoza, IES CAstilla
Jorge Gijón Ortega, IES Castilla
Clara López Cortes, IES Castilla
Iván López Negredo, IES Castilla
Clara Moreno Antolín, IES Castilla
Verónica Tarancón Remacho, IES Castilla
Laura García Roldán, IES Castilla
Davida Camacho Prieto, IES Castilla
Estela Tarazona Calvo, IES Castilla
Raquel Salcedo Hidalgo, IES Castilla
Anabel Carpintero, IES Castilla
Celia Sáenz de Miguel, IES Castilla
Estela Tarazona Calvo, IES Castilla
Alba García Galán, IES Castilla
Natalia Oñez Martínez, IES Castilla
Nerea Carazo García
Allá en las altas tierras
IES Virgen del Espino
Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
Elena Virto Magallón
El roble es la guerra
IES Virgen del Espino
El roble es la guerra, el roble
Dice el valor y el coraje,
Rabia innoble
En su torcido ramaje,
Y es más rudo
Que la encina, más nervudo,
Más altivo y más señor.
Alejandro Delso Rodríguez
Son de abril las aguas mil
IES Virgen del Espino
Son de abril las aguas mil,
sopla el viento achubascado,
y entre nublado y nublado
hay trozos de cielo añil.
MODALIDAD: NARRATIVA
1º
Premio, Categoría A
Mario
Jiménez Molina
“Estaciones”
IESO
“Villa de Moncayo” de Olvega
ESTACIONES
ESTACIONES
Y aquí desde mi exilio, solo puedo
volver la vida atrás y recordar, de mis raíces, aquellos tiempos de calma y
armonía. ¡Oh Campos de Soria, que me vísteis deambular por tus frías pero
acogedoras calles!
Comenzaban los verdes prados y laderas
que discurrían por las llanuras. Las flores despertaron de su letargo, igual
que mi corazón despertó al amor.
Leonor era joven y bella; bella como
las amapolas en los verdes trigales. Sus rizos discurrían por su cuello como
arroyos y cascadas que surcan la montaña. ¡Ay!... Recuerdo
también su dulce rostros reflejado en el espejo de la Fuentona cuando los rayos
de sol se colaban entre el follaje de los árboles.
Y tras los chaparrones de abril,
disfrutábamos el olor a yerba mojada de camino al “Gran Cañón”, donde al caer
la tarde éramos sorprendidos por las nubles y el frescor de las últimas horas.
Los tórridos campos y el calor estival
fueron acompañados por el trino de las aves que, más felices que nunca nos
amenizaban las largas tardes.
Aquel día, Leonor estaba radiante con
el velo blanco que cubría su cara.
Trigales dorados mecidos entre la brisa
y acariciados por las perdices, esperaban impacientes la siega.
¡Qué ganas tengo de volver a sentarme
frente a la Iglesia de Santo Domingo y contemplar cómo la ciudad se sumerge en
la noche!
Con el cambio de estación, las hojas
caían desnudando a los árboles y tiñendo los bosques de ocre pardo y naranja;
con ellas nuestros paseos a la margen del Duero abrían surcos entre mantos
secos. Al fondo, San Saturio, apéndice de la montaña, contemplador del río.
Y a medida que los días menguaban, el
primer sol de la mañana empezaba a tibiar los fríos despertares de la Soria
invernal; auroras efímeras, rostros pálidos, inacabable lucha. Tierra nervuda y
álgida, que el alto del Moncayo cubrían de espesa nieve, hija de tu invierno.
La Laguna Negra parece ahora algo
irónico; su cristal se rompía en mil pedazos y las águilas, al alzar el vuelo,
revestían la zona.
2º
Premio, Categoría A
Elena
Arizmendi de Pablo
IES
“San Leonardo”
Un paseo cerca de Soria
Un paseo cerca de Soria
Este verano, paseaba con mi perro a
orillas del Duero. ES algo que vengo haciendo desde hace muchos años,
concrétamente desde que me fui de mi tierra, Soria. La necesidad de trabajo es
algo que obliga mucho y a mí me obligó a alejarme de mi tierra. Hace veinte
años que me fui de aquí, porque no tenía trabajo. Tenía veinticinco años y toda
la vida por delante.
Estuve mucho tiempo sin venir, pero ni
un solo día dejé de tener presente a mi tierra, Soria, y a su río, el Duero. Mi
rato diario de lectura de Antonio Machado me traía a la mente imágenes muy
reales y acrecentaba mis ganas de volver. Como digo, estuve dos años sin venir,
pero, al tercer verano, volví. Desde entonces, paso las vacaciones de verano
aquí. Cuando hace buen tiempo, salgo de paseo con mi perro. Esta mañana,
concrétamente, hemos salido para hacer ese recorrido que hizo Machado y que
tantas veces he repetido.
Hacía calor, mucho menos que en otros
lugares, pero, lo hacía. Mi perro ya es un poco viejo y me acompaña evitando
las carreras. Sabe que no debe cansarse y que yo no quiero perseguirle. Hemos
caminado junto al río, agradeciendo la humedad que aporta al aire, pero
teniendo cuidado para no pisar los charcos.
Vamos por la sombra y nos detenemos
mirando al río. Baja poco agua y mete poco ruido. En algunos remansos vemos algún
que otro pez. Nunca he distinguido los peces del río, así que no me atrevo a
afirmar qué peces son. Entre las piedras de la orilla vemos pequeños insectos y
mi perro siente curiosidad y acerca su nariz a ellos. Los insectos siguen con
su actividad ajenos a nosotros. Tal vez sea porque resultamos tan gigantescos a
su lado que ni nos ven.
Hay algo que me hace gracia de mí
mismo. Huelo a setas. Ya sé que en el mes de julio no hay seas en el monte,
pero yo las huelo. No están, pero se mantiene su olor, o, tal vez, solo sea mi
imaginación.
Subimos a lo alto de una pequeña loma y
miramos los trescientos sesenta grados del paisaje. Vemos Soria, el río Duero,
árboles, prados, aves que se mueven en el cielo y que viajan del fondo azul al
fondo blanco y acolchado de las nubes. Bajamos de la loma y seguimos el paseo
alejándonos un poco más de mi ciudad. Hace más calor y parece que el suelo
cruje más, que está más seco. El paisaje ha perdido ese color verde y se va
volviendo cada vez más amarillento. Es un color más solitario, más silencioso,
pero más hostil. Me parece pensar en una Soria diferente, que me gusta menos.
A lo lejos, dos siluetas humanas. Un
hombre y una mujer, que, sin intención, vienen hacia nosotros. Conforme nos
vamos acercando, sus formas se definen. No son jóvenes, pero tampoco viejos. Su
paso es de caminante más que de paseante. Su ropa deportiva y su calzado
multicolor denotan que están habituados a esa actividad. Nos encontramos y nos
saludamos cortesmente. Continúan su marcha hacia Soria. Pienso y casi seguro
que estoy en lo cierto que están volviendo. Se alejan un poco. Mi perro y yo
nos miramos y volvemos también. Subiremos la loma. Caminaremos por la orilla
del Duero e iremos a casa. Nuestro paseo de hoya habrá terminado. Mañana por la
mañana, si Dios quiere, volveremos otra vez. Tal vez el recorrido sea el mismo
o tal vez varíe algo. De todas las formas seguirá siendo nuestro paseo por
Soria.
1º
Premio, Categoría B
Jaime
Jiménez Omeñaca
IES
“Margarita de Fuenmayor” de Agreda
En busca del imperio de las palabras
Sentía
el gélido viento entre cada pluma de mis alas; notaba cómo el aire caliente,
proveniente del desierto suelo, me empujaba hacia arriba en un intento inútil
de derribarme y lanzarme al suelo que sobrevolaba. Oía al resto de las aves
volar por debajo de mis majestuosas alas; les oía piar intentando evitar el
calor de la árida tierra que dormitaba. Era imposible evitar escuchar las
conversaciones de las urracas, las peleas de los pequeños gorriones o el canto
del solitario halcón, pero, ¿cómo evitar en esta vida escuchar el murmuro de la
sociedad o el humo de las fábricas?
Seguía
volando en solitario cuando por fin vi las puertas de mi destino. Unas murallas
roídas acompañadas de unas solitarias casas, con las paredes comidas por el
hambriento viento que mordía la zona. El
viaje había sido muy largo y esperaba que el esfuerzo me trajera un gran
imperio que gobernar, porque es por eso por lo que estoy aquí, para encontrar
mi sitio; o si no, ¿por qué me habrían llamado águila imperial?
En
mis sueños me imaginaba unas ciudades majestuosas, con grandes árboles con
frutas colgando entre las alargadas ramas sujetadas únicamente por la suave
brisa que acaricia el suelo primaveral.
Se
acercaba el invierno, y con él, el gélido amo de los vientos, el temido Cierzo
que araña y alborota las blancas nieves que llegan de la mano junto con el
ensordecedor sonido del silencio.
No
he de tener miedo de cazador o asesino alguno, ¿quién vendría a cazar a este
gélido mundo? Mi objetivo aún muy lejos debe estar, porque ni mis agraciados
ojos pueden ver palacio alguno.
Sigo
volando sin destino, en busca de mi preciado y grandioso templo, en el que los
árboles tengan grandes copas con suaves hojas en las que poder poner a
descansar mis pesadas pesadillas y dejar flotar mis livianos y dulces sueños.
Un palacio en el que el silencio sea la música de las aves, el cantar del agua
al flotar sobre el cauce tejido por sus compañeros. El rítmico sonido de los
cuadrúpedos al huir del lejano ruido de las ciudades y del alboroto provocado
por los bípedos e insignificantes destructores del mundo natural.
En
la lejanía, pude ver una agrupación de álamos de dorada corteza, y de chopos
llenos de hojas secas, agitadas por el frío y seco Cierzo. El sonido de las
muertas hojas acompañaba una melodía hermosa y entristecida. Parecía el llanto
de un viejo río que se lamentaba de su triste y alargada experiencia.
Decidí
no acercarme a ese doloroso páramo hasta la llegada de la primavera, en la que
pasó de ser una melodía apenada a un alegre susurro que adornaba el seco paraje
en el que me encontraba. Extendí mis alas y me acerqué a esa delicada música
que hipnotizaba mis oídos. Mientras me acercaba, oía el cantar amoroso de los
enamoradizos ruiseñores. Entonces, lo encontré, era el palacio que tanto
anhelaba, pero disfrazado de un río de palabras.
2º
Premio, Categoría B
Laura
Ruiz Morales
“La
importancia de las semillas”
IES
Antonio Machado
LA IMPORTANCIA DE LAS SEMILLAS
Normalmente,
se protege lo que uno quiere, lo que ama, lo que necesita… Los padres protegen
a sus hijos, y les enseñan a cuidar de sus juguetes más preciados para que no
se rompan, y el espacio que les rodea, para conseguir el bienestar.
¿Es
eso lo que quiso transmitir Antonio Machado en su romance La tierra de
Alvargonzález? En él se relaciona la maldad y la codicia con la infertilidad de
la tierra, la degeneración del legado paterno, que sólo se recupera cuando
vuelve el hermano que se preocupa por devolver a ese entorno la tranquilidad de
su juventud.
La
naturaleza es nuestro legado, ¡el de todos!, y si no la protegemos, se rompe y
recordaremos los versos de Machado. “Álamos del amor que ayer tuvisteis de
ruiseñores vuestras ramas llenas”. Debemos evitar ese “ayer” para que siga
siendo hoy. Tenemos que conseguir que nuestros jóvenes sientan su tierra como
la sintió el poeta, y enseñarles a cuidarla, mostrándoles las consecuencias de
nuestros actos.
Estamos
en la era de la tecnología. Tenemos objetos inteligentes, máquinas y vehículos
que minimizan nuestros esfuerzos, la sociedad nos empuja a emplear nuestras
horas de ocio en “cosas que se enchufan”… Pero desde ahí no se huelen las flores,
ni se ven crecer las manzanas que comemos todos los días, ni vemos la huella de
esos animales que ayudan a que el ecosistema se sostenga. Hay muchísimas
personas que sólo han visto animales en la televisión, en los zoos, en
internet… Esto supone un gran empobrecimiento cultural en todos los sentidos,
el no conocimiento del hábitat natural impide el descubrimiento de todo lo que
es necesario para que se mantenga. Aparecen movimientos de personas que
intentan cambiar las rutinas ancestrales de la supervivencia animal, sin
calcular lo que esto interfiere en todas las especies, con efecto dominó. Los
residuos de las “cosas enchufables” están haciendo un agujero en la capa de
ozono. Tanta tecnología no es capaz de arreglar los daños causados por humanos inconscientes.
¿Puede un ordenador reparar un río contaminado, sus peces muertos, sus plantas
enfermas…? Nos decía Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares:
XII
¡Ojos
que a la luz se abrieron
un
día para, después,
ciegos
tornar a la tierra,
hartos
de mirar sin ver!
XIII
Es
el mejor de los buenos
quien
sabe que en esta vida
todo
es cuestión de medida:
un
poco más, algo menos…
Es
el ser humano el que tiene que cuidar su entorno, el que debe encontrar esa “cuestión
de medida” de la que nos hablaba el poeta. Antonio Machado valoraba la
naturaleza en casi todos sus poemas, lo que evidencia la importancia que tenía
para él. Ese es su lugar. El amor a la naturaleza, el respeto a lo que nos
rodea. ¿No es esa la base de la educación?
Amor
y respeto. Para que nuestros futuros literatos puedan seguir escribiendo sobre
nuestros paisajes, para nos sigan alegrando la vista y llenando nuestros
pulmones, para que nos siga dando de comer, para mantener vivo el planeta.
¡Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.
Campos de Castilla IV
¡Plantemos nuestras semillas”
OTROS TEXTOS PRESENTADOS AL CONCURSO
EL MILAGRO DE LA PRIMAVERA
Unai Modrego Ruiz
IES Antonio Machado
Érase una vez, en una ciudad
castellana de altos linajes, con bellos y señoriales palacios, espaciosos
jardines y largos paseos. Con gentes abiertas y hospitalarias, como si no fuera
con ellos el protocolo castellano de gente sabia y de mentalidad cerrada.
Aconteció un suceso inexplicable, como si de un milagro de primavera se
tratase: el renacer de la vida, la esperanza de la vida.
Hace muchos años, parte de lo que hoy
es la ciudad era un frondoso y espeso bosque, donde habitaban y convivían
infinidad de diminutos y mágicos seres. Entre estos graciosos seres había
duendes. Uno de estos duendes era “Tonio” y su esposa “Leo”, que vivían bajo un
viejo olmo. Con el tiempo, por suerte o por desgracia, la ciudad fue creciendo
y ocupando el bosque. Plantas y árboles dejaron de formar parte del paisaje.
Árboles talados, plantas pisoteadas, dando paso a adoquines de piedras, casas y
pequeños jardines. Solamente se salvó el viejo y centenario olmo, gracias a su
belleza y frondosidad. Lo único que dio vida a un entorno frío.
Nuestros amigos Tonio y Leo
decidieron continuar viviendo bajo el viejo olmo, a pesar de que sus amigos
tuvieron que buscar nuevos refugios, y nuevas formas de vida, en bosques más
lejanos. La magia del matrimonio hacía que el olmo fuera refugio para
caminantes, lugar ideal de juegos para niños, que daban vida, paz y alegría, y
al caminante le hacían retomar el camino con más ánimo.
Pero ocurrió algo que haría cambiar
la magia del lugar. La pareja tuvo que partir al gran bosque para recurrir
ayuda médica del “Anciano duende”.
Leo estaba enferma y necesitaba su ayuda. Pero mucho tiempo pasó y el pobre
olmo, enfermo de tristeza por la ausencia de los duendes, perdió las hojas, el
tronco se quedó completamente carcomido y por la mitad podrido. Las únicas
formas de vida eran filas de interminables hormigas y telarañas. Su estado era
lamentabale, afeando el entorno. Visto lo visto, las autoridades decidieron
talarlo, a no ser que en primavera volviese a brotar. Ya habían dispuesto donde
usarlo una vez talado: yugo de carretas, leña, o, incluso, tirarlo al río.
Los ruiseñores del Olmo avisaron a
Tonio de lo que se proponían. Enseguida retomó la marcha, no se lo pensó dos
veces, tenía que evitar tal barbaridad. No permitiría que lo que fue su hogar
durante años y años fuera destruido. Además, su esposa Leo había fallecido
recientemente. El anciano no pudo hacer nada por salvarla.
El camino era largo y duro, pero con
decisión tomó rumbo a su casa con una mochila donde llevaba las cenizas de su
esposa que tanto deseaba y su bastón mágico. Se recordó la frase: “Caminante no hay camino, se hace camino al
andar”. Tenía la espearanza de llegar a tiempo a salvar a su hogar; era
invierno y todavía quedaba algún mes para que llegara la primavera. Después de
innumerables peligros y frío en el invierno, Tonio llegó hasta su hogar. Se
había pasado el mes de abril lloviendo, en plena primavera el mes de mayo, no
se veían brotes en el viejo olmo. Definitivamente había que talarlo .
Cuando llegó Tonio y vio el viejo
olmo se quedo estupefacto; sus ojos se llenaban de lágrimas, a su mente
llegaron imágenes de otros tiempos en compañía de su esposa. Pero enseguida
reaccionó, recordó que había perdido el bastón mágico en el bosque, en una
brutal lucha con lobos, pero eso no le desanimó. Sabía que tenía un arma más
fuerte: Leo estatutaría con él.
Las autoridades propusieron la fecha
para talar el Viejo Olmo. Tonio cogió el petate, sacó el frasco que contenía
las cenizas de su esposa, lo besó, lo abrió y esparció las cenizas de Leo por
el olmo. Una suave brisa ayudó a que todo el entorno se impregnara de las
cenizas.
La noche anterior a la tala los
paseantes se quedaban boquiabiertos al ver al viejo olmo como si tuviera vida.
Estaba completamente cubierto de estrellas de colores, que lucían
intersantemente. La gente huía despavorida, pensando que eran las ánimas del
purgatorio, puesto que el cementerio estaba al lado.
A la mañana siguiente, ya no había
luces, ni estrellas, lo sorprendente fue que estaba más frondoso que nunca.
Alrededor brotaban flores de colores. Nadie se lo podía creer hasta que no lo
viese. Toda la ciduad pudo verlo, el olmo viejo durante la noche estaba plagado
de estrellas y luz, y, durante el día, de flores de todos los colores,
manteniendo su frondosidad y frescura durante todas las estaciones del año.
Esto es lo que nos han contado:
cuento, leyenda, o realidad. Lo dejo a su elección. ¿Qué pasó después de esto?
No lo sabemos. Lo que sí está claro es que en una ciudad castellana, Soria, hay
un Viejo Olmo que es el símbolo y
emblema de la ciudad y quien se acerque a él se quedará impregnado de espíritu
de esta entrañable historia.
Ha pasado mucho tiempo, pero ese
lugar no ha dejado de perder su magia y atracción. Ha sido, es y será, centro
de atención y devoción para paisanos y visitantes.
EN
LA OTRA VIDA
Ana
Martínez Buberos
IES
Antonio Machado
Me
lo prometí un par de veces. Lo juré en repetidas ocasiones, y ahora, a orillas
del Duero, me atrevo a confirmar que esta será la última vez que volverás a
saber de mí, y es que estos serán los últimos minutos de mi tiempo que perderé
en ti, jamás volverás a escucharme decir “dame
tu mano y paseemos”, porque esta es la última carta que te escribo.
Me
hiciste daño, mucho, pero no puedo evitar acordarme de los versos de Machado,
cuando pienso en ti, tierra triste y noble la de los altos llanos y yermos y
roquedas, de campos sin arados, regatos ni arboledas; decrépitas ciudades,
caminos sin mesones y atónitos palurdos sin danzas ni canciones que aún van,
abandonando el mortecino hogar, como tus largos ríos, Castilla hacia la mar.
Así, poco a poco, fuiste olvidando y distanciándote de mí. Dejándome sola.
¿Qué
haremos ahora con esos chopos del río, que acompañan con el sonido de sus hojas
secas el son del agua, cuando el viento sopla, esos que tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres e enamorados, cifras que son fechas? Ya solo
queda esperar. Nuestro final será peor que el del olmo viejo, hendido por el
rayo y en su mitad podrido. Todas aquellas veces que caminamos por los senderos
del Duero ya solo son recuerdos. El día es oscuro y hoy todo es un poco más
triste sin ti.
No
todo fue malo, y por ello también aportaré un silencioso gracias a esta
historia. Me enseñaste a evadirme de mis problemas en los lugares más carismáticos
y desconocidos para el resto del mundo, y ahora no hay un rincón escondido
entre los campos de Soria que no me recuerde a esos paseos que dábamos juntos
cuando aún me querías. Y ahora pasa la primavera, y vuelve el frío, el
caminante lleva en su bufanda envueltos cuello y boca, y los pastores pasan
cubiertos con sus luengas capas. Ya nadie pasa. Desierta la vecina carretera,
desierto en torno de la casa. Ya no pienso que en los verdes prados he de
correr con otras doncellitas en los días azules y dorados, cuando crecen las
blancas margaritas, pues mis ojos, hoy apagados, solo ven cosas marchitas.
Ya
no creo en el amor, porque tú me has fallado. Ya no creo en ti, ni en tus
falsas promesas donde asegurabas quererme para siempre. Ya no volverá a tener
dueño mi sonrisa. Porque nadie la merece más que yo. La campana de la Audiencia
da la una. Ya es la hora, me despido, adiós, tierra de Soria; adiós al alto
llano cercado de clinas y crestas militares, fantasmas de robledos y sombras de
encinares. En la desesperanza y en la melancolía de tu recuerdo, amado mío, mi
corazón se abreva. Me despido de todo aquello en lo que un día creí y de todo
por lo que algún día luché.
Ahora
valora si merece la pena jugar, disfrutar y curarse las heridas o no empezar la
partida. Ojalá que te vaya todo bien y no volvamos a vernos en otra vida. Mi
corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, es momento de ser feliz y
empezar a creer en mí.
UNA PARADA
Carmen Aparicio Julve
IES “Margarita de Fuenmayor”
Agreda
Eran las nueve de la noche cuando mi Jeep decidió no moverse,
literalmente, se quedó parado en medio de la carretera dejándome tirada. Hacía
tres kilómetros que había dejado atrás el cartel tachado de una población
perdida, de cuyo nombre no me acuerdo. Tenía dos opciones: A) Llamar al seguro
y esperar a que un coche llegara antes de que anocheciera y B) caminar hasta el
pueblo y buscar una solución desde allí. Quedando descartada la primera opción
por la inexistente cobertura, caminé por el margen de la carretera hacia la
población.
El sol se escondía tras una sierra frondosa y salvaje. En el
cielo tan sólo quedaba un rastro de luz eléctrica. La fresca brisa traía aromas
de las hierbas silvestres, y mecía el mar de espigas. A lo lejos, en el pie de
la sierra, se extendía una laguna con una caseta en la orilla casi devorada por
la vegetación.
Cuando la oscuridad a penas me dejaba ver mis pies llegué al
pueblo. Una farola iluminaba la plaza desértica y en la esquina se podía leer
un letrero “Hostal”. Allí dentro había tres personas: el camarero, un chico
joven, y dos ancianos sentados en una mesa jugando a las cartas sobre un tapete
verde. Me acerqué a la barra y pregunté si tenían alguna habitación. El joven
me miró desconfiado y le expliqué el incidente con mi coche. Entonces una
señora con delantal y un moño despeinado salió de la cocina.
-El hostal hace cinco años que está cerrado, cariño, ahora sólo
utilizamos la parte del bar, pero conociendo tus circunstancias podemos abrirte
una habitación. Mañana puedes solucionar lo de tu coche, hay una cabina de
teléfono en la Plaza de San Lorenzo dos calles más abajo, es el único sitio
desde el que se pueden hacer llamadas.
La señora se llamaba María, era la dueña del local. Fue muy
amable conmigo y tenía un instinto maternal, pero en sus ojos se podía ver el
cansancio de una vida dura y de nostalgia.
-Muchas gracias, sólo será una noche, hasta que llame al seguro
y se solucione todo.
-No te preocupes, cielo, que ahora mismo Pablo prepara la
habitación. Eso sí, no esperes cinco estrellas.
La habitación era pequeña y fría, habían dejado unas mantas
sobre la cama. De vez en cuando la tenue luz se iba como si fuesen bajadas de
tensión. Estaba cansada y lo único que quería era dormir y olvidarme de aquel
día, pero unos golpecitos sonaron en la puerta. Era María.
-Siento molestarte, sólo quería decirte que el baño está al
final del pasillo y que si tienes frío hay una estufa en el armario. Buenas
noches.
-Gracias y buenas noches.
Antes de meterme en la cama, salí de la habitación para ir al
baño. El largo pasillo era de color verde y en sus paredes había colgadas
fotos, en blanco y negro, en color, recortes de periódicos… En una se veía la
plaza del pueblo adornada con banderines, la gente estaba reunida celebrando
las fiestas del pueblo. No parecía la misma plaza por la que había pasado esa
noche. En otra se veía la sierra, una sierra cuidada y limpia, a sus pies una
laguna en la que había ranas en los nenúfares y grillos entre los juncos. No
recordaba haber oído ningún grillo. Y en la caseta recién pintada unos niños
merendaban. El titular de un recorte de periódico decía “Incendio en la sierra.
Una desastrosa consecuencia de no limpiar nuestros bosques”. Había otros
titulares como “Top 10 de los pueblos fantasma” y subrayado en amarillo el
nombre de este pueblo en el puesto número cinco. No recuerdo nada más, me quedé
dormida.
Eran las nueve de la noche cuando mi Jeep decidió no moverse,
literalmente, se quedó parado en medio de la carretera dejándome tirada. No
había ninguna población en 100 kilómetros hacia cualquier dirección. Sólo podía
hacer una cosa, llamar al seguro y esperar a que un coche llegara antes de que
anocheciera. Apoyada sobre el capó miré el paisaje, la sierra en frente estaba
quemada, la laguna de sus pies se había secado y los campos estaban mustios.
Las ruinas del pueblo fantasma con el cartel roto que había pasado hacía tres
kilómetros, quedaban iluminadas por el sol que se escondía tras la sierra.
Definitivamente allí ya no había nada.
SOLO RECUERDOS
Ángela Murillo Ruiz
IES “Margarita de Fuenmayor”
Agreda
Paseando por los campos de
Soria, esta bella ciudad castellana, vuelvo a encontrarme con aquellos álamos
dorados junto al Duero, que parece sonreírme con su cara de plata.
No he sentido nunca algo tan
maravilloso como el sonido de sus aguas al deslizarse ante mi vista, mientras
el sol ilumina mi rostro y un frío húmedo recorre todo mi cuerpo dejando mis
sentimientos a flor de piel.
Al volver a este lugar,
vuelvo a encontrar los viejos álamos dorados que me hacen recordar quién soy
tras las murallas viejas de Soria, de las que aún puedo observar restos de
piedras que quedarán en mi memoria hasta la posteridad, o con eso me quiero
engañar.
Junto a los álamos, altivos y
hermosos en este fresco día soriano, encuentro unos chopos que acompañan con el
sonido de sus hojas secas el ruido que provoca el agua del río al chocar.
Sigo paseando a través de mis
recuerdos al son del agua mientras el viento sopla y me doy cuenta de que cada
árbol tiene en sus cortezas grabado el nombre de jóvenes enamorados, ignorantes
aquellos, que empezaron a sentir un día una ilusión que probablemente quedó en
solo eso; aunque puede que no y ese árbol mantenga las iniciales de un amor
perpetuo, verdadero y feliz, eso que yo he sido incapaz de encontrar en 40 años
de vida, un amor placentero que me hubiese hecho capaz de sentirme completo
conmigo mismo.
Ese amor no encontrado es el
que me ha llevado hoy a estar aquí, paseando al ritmo del agua, gozando de los
álamos que me hacen compañía en mi soledad, que me hacen reflexionar sobre un
querer o no querer en mis últimos 50 años de vida.
Álamos del amor, álamos de
mis sueños, los únicos que me permiten recordar quién soy, qué he hecho y a
quién he conocido.
Recuerdos y solo recuerdos,
de eso estamos repletos los seres humanos, recuerdos que vienen y van o en mi
caso que solo se van.
Desde que comenzó mi
enfermedad, este es el único lugar donde me siento alguien, escuchando el piar
de los ruiseñores que vuelan por encima de las ramas y hojas secas de los chopos,
que transmiten alegría a los días fríos y húmedos de Soria.
El otoño pasa, las hojas se
caen, llega el invierno, los álamos dorados se cubren por la fría y blanca
nieve, pero su belleza nunca desaparece.
Tras el invierno llega la
primavera y yo sigo sin poder recordar, siento nostalgia, melancolía y no puedo
abandonar el lugar que me hace soñar.
La primavera llena los campos
de Soria de liras, perfuma el viento que sopla en los laterales del río Duero,
avisando de que el verano no tardará en llegar.
Vuelvo a la realidad, dejo de
imaginar, y ya he olvidado todo lo que he estado imaginando.
Así vivo mi día a día. Vengo
a pasear cerca del Duero, dejando que el viento sople en mi rostro, sintiéndome
grande en este tránsito al que llaman vida.
Cuando mi imaginación deja de
volar, como los ruiseñores, yo dejo de recordar.
Mi enfermedad sigue avanzando
y mi mente cada vez se apaga más.
No hay vuelta atrás.
Se acabó.
LA LAGUNA
Darío de Miguel Sanz
4º ESO IES San Leonardo
La alarma sonó bruscamente. Juan se
despertó de repente con más sueño de lo habitual. Como de costumbre, desayunó
en la pequeña cocina de su piso de Madrid. Cuando se disponía a vestirse, se
acordó de que no era un martes de mayo cualquiera. Se iba de excursión con su
profesor de lengua a Soria (zona desconocida para él). Ya en el autobús, a
medida que avanzaba, se iban acercando más y más a su destino, hasta que empezaron
a ver distintos paisajes, primero inmensos campos de cereal, ahora de un verde
fresco e intenso; después, un mar de pinos hasta donde alcanzaba la vista, y
finalmente, tras subir innumerables cuestas, llegaron a su destino: la Laguna
Negra.
Allí Juan observó el color oscuro del
agua y un escalofrió le recorrió la espalda, al escuchar al guía que no tenía
fondo. Los chicos jugaron a diversos juegos en la orilla para no quedarse fríos,
ya que el viento era terrible. Seguidamente, el profesor les contó la historia
de las “Tierras de Alvar González”,
de un tal Machado, el cual le sonaba de clase. Realmente, como explicaba el
profesor, no era suya la historia sino de la gente de Vinuesa, un pueblo
cercano donde el cuento era ya leyenda. Juan escuchó atento la terrible
historia en la que dos hijos matan a su padre para conseguir sus riquezas y,
seguidamente, lo echan a la laguna para no dejar rastro. Dicen que los lamentos
de uno de los hijos aún se escucha en el agua. La zona del centro de la laguna
empezó a moverse y a Juan el miedo le invadió sus piernas y brazos notándolo
agarrotados y temblando. Todo cesó cuando recordó que eran comunes los
remolinos.
A la vuelta de su viaje, pasó por
Soria, una ciudad pequeña para Juan, pero no por eso poco interesante. Caminaron
por un paseo por la orilla del Duero y así llegaron a un olmo seco del cual
Antonio había escrito. Al terminar de leer el poema, los alumnos afectados por
el mensaje de este, se veían melancólicos, ya que hablaba del árbol que
simbolizaba la mejora de la esposa del poeta, que recayó más tarde, y murió.
Juan pensaba en los largos y solitarios paseos que Antonio se daba por allí y
una sensación de pena le invadió el corazón.
Ya había casi anochecido cuando
llegaron a Madrid. En el vieja Juan había soñado con la traición de los hijos,
con la laguna y el olmo. Al llegar a casa se tumbó en su cama y durmió plácidamente
y decidió que aquella vivencia nunca se le olvidaría.
Soria
Fría
¡Y qué vamos a hacer
los Sorianos
cuando no baje de
veinte grados!
El olmo que pintó
Machado
no será partido por un
rayo
sino por el sol que lo
ha abrasado.
¡Y qué será de esas
frías noches de verano
siendo la envidia, del
hemisferio olvidado!
Lloraremos cuando no
nieve en Valonsadero,
haremos más caudaloso
el Duero que el Ebro,
con tristes lágrimas
sus peces ahogaremos.
¡Oh, Soria fría!
Defiende la natura mía
para seguir siendo la
que mis abuelos conocían.
2º
Premio, Categoría A
Víctor
Lavilla Fraguas
IESO
“Villa de Moncayo” de Olvega
DÍAS DE VERANO
Comienza el día en el monte secano
los pájaros lo anuncian por todos lugares,
el furtivo dispara a un corzo lejano
tiemblan los árboles crepusculares
el buen pastorcillo del Araviana bebía
disfrutando del paisaje estaría todo el día
pero es necesitado por el ganado trashumante
éste es semejante a un gran caminante
el mediodía a Ólvega ha llegado
el Moncayo en su esplendor vislumbra a mi vista
mientras que las manzanillas han brotado
la abejilla pulula siguiendo los olores
romanticistas
en menos de un suspiro llega el anochecer
el sol en la sierra va dejándose caer
a por su último alimento se dirigen los animales
y yo gozoso me dirijo a mis lares.
OTROS POEMAS PRESENTADOS A LA CATEGORÍA A
LA BELLA DEL PRADO
Victoria Andrés
Peñaranda
IES “San Leonardo”
Una bella dama de ojos rojos, carmesí rojos,
estaba sentada en un prado con un libro en la mano.
Era un libro de Antonio Machado.
La dama vestía de azul celeste,
con unos zapatos negros y pelo liso rubio hasta las caderas.
Sus ojos en el libro concentrados estaban,
no apartaban su mirada.
A lo lejos, las campanas resonaban
mientras la dama exclamaba:
“Otra vez esas ruidosas
campanas”.
Su reloj de bolsillo, al llegar a las doce, sus agujas
apuntaban.
La dama se levantó cuando oyó cómo los caballos relinchaban.
En el cielo ya había estrellas mientras ella caminaba.
Entonces, la dama llegó a su casa.
Durmiéndose con la luz de la luna que entraba por la ventana.
Y PENSÉ…
Rubén García
IES "San Leonardo"
Río azul, río cristalino,
río que baja y pinares traspasa,
sentado en tu orilla pensé en ella,
pensé en la que mi corazón lleva.
Luego están los campos de trigo,
parecidos a hermosos hilos finos amarillos,
en ellos correrán mis hijos.
Gracias yo doy a la naturaleza
por recordarme quien soy,
por eso sé que en Pinares hoy estoy.
Ese mismo día fui al frontón
donde oí el canto del ruiseñor,
que llena este bosque de calor,
el mismo bosque, hogar del gorrión.
Oh, después bajé al lago
en el invierno helado
y en primavera animado.
Me gustaría un día volver
y sendas nuevas recorrer.
SORIA
Ainara Blancar Aguilar
IESO
“Viila del Moncayo” Olvega
Soria,
tierra de ilustres poetas.
Soria,
tierra de árida meseta.
Soñar
quiero en la Cañada Real,
estepa
fría que el sol contempla,
y de mi
sueño no despertar jamás,
para
poder yo perder la cordura
cada vez,
que a orillas del río Duero,
o en lo
alto del monte Valonsadero,
pueda
contemplar tus amplias llanuras
y la
agria soledad
que en tu
paisaje abunda.
No es
misterio que la Laguna Negra,
silenciosa
bajo la luna llena,
una
abolladura en la cimera
que son
los Picos de Urbión,
es más
bella que todo
lo que
pueda escribir yo.
Pero
ahora y siempre, Soria mía,
mis
palabras intentarán
hacer
justicia a la nobleza
de la que
gente que habita
tus
decrépitas ciudades,
largos
caminos, montes,
ríos,
localidades,
y al
amor, Soria mía,
que por
tu tierra siente mi corazón.
EL
REFLEJO
Silvia Barrera Carrillo
IESO “Viila del
Moncayo” Olvega
Oh
tierra nefasta y sobria
para
el que de lejos te ve
no
conoce tus entrañas
pero
ha de saber,
que
de la mano del Duero caminas
Mientras
contemplas el Moncayo a tus pies.
Chopos
enjutos y secos
¡tantos
anillos tenéis...!
Oh
tierra que tornas
próspera
y hermosa,
junio
sonriente asoma
pues
la Compra presente está.
Montañas
alegres
acompañadas
de pies
que
no dejan de bailar.
Dos
semanas más
y
tropezamos con San Juan,
nuestro
Duero parece tejano;
es
el reflejo del vino,
vino
añejo y tardío.
Oh
tierra auténtica y firme,
en
tus botas ilustras el paisaje
y
la naturaleza,
que
con postín alzamos
mientras
nuestra sed calmamos.
Ya no suena la música de la vida
Pablo
Arribas Martínez
Escuela
de Arte y Superior de Diseño de Soria
Ya no suena la música de la vida
¿Qué fue de aquella sencilla
melodía?
¿Quién la arrancó de la brisa?
¿Cuándo se agotó esa maravilla?
Nuestra avaricia la hizo ceniza
Vendimos su verdad y belleza
¿Qué verde dejaremos en herencia?
Será el del bosque
O será de billetes
Guardaremos lo que es nuestro
El regalo de nuestros antepasados
Juntos salvemos la naturaleza
No nos rindamos todavía
El planeta debe mantenerse con vida
1º
Premio, Categoría B
Juan Carlos García Hernández
CIFP
“La Merced” de Soria
A
DON ANTONIO MACHADO
Por
la obra que nos dio la vida:
Campos
de Castilla
En Castilla nos sentiste,
y en Soria quisiste escuchar
el corazón de los álamos dorados
que las lágrimas del Duero hacen palpitar
al son de las hojas caídas
que hacen ruido al pisar,
celebrando la fortuna
de amar en soledad.
Ni proverbios ni cantares
sabrán lo que es soñar,
recondándote en la Laguna
con ganas de llorar;
allá donde estemos tus Campos,
estará tu libertad.
Recordamos a orillas del Duero
desde aquella Soria pura y fría,
tras la espalda del Moncayo,
donde los ruiseñores están cantando
y las rocas siguen soñando
con que Castilla siempre será campo.
2º
Premio, Categoría B
Alejandro
Fernández Jiménez
IES
Antonio Machado de Soria
LAS ANTIGUAS TIERRAS DE CASTILLA
LAS ANTIGUAS TIERRAS DE CASTILLA
Allá
están los Campos de Castilla
desbordados
por balidos de ovejas.
El
cielo se ensangrienta, las nubes lloran
pues
ya no quedan castillos de princesas.
los
ríos fluyen y las aguas huyen,
en
la búsqueda de una mejor era.
¿Quién
fuera mariposa para así escapar?
Escapar
del valle, acariciar las sierras.
Cualquier
tiempo pasado fue mejor,
susurra
la maltratada y antigua tierra.
¡Oh,
Campos de Castilla!, ya no sois lugar
para
enamorados que su amor confiesan.
Ya
no encontrarás flores en el paraje,
tan
solo moscas que golosas vuelan.
La
niebla turbia lo hace desaparecer
y
olvidamos el sufrimiento de la tierra.
¡Oh,
Campos de Castilla!, ya no sois lugar
para
rosas que su belleza muestran.
El
río fluye, mas podemos limpiar
su
cauce con azadones y tijeras,
y
así despertar del letargo para
volver
a soñar castillos de princesas.
¿Oh,
Campos de Castilla!, podréis ser lugar
para
inspirar de nuevo a poetas.
Accesit
Carmen
Aparicio Julve
IES
“Margarita de Fuenmayor” de Agreda
SONETO
SIN NOMBRE
En silencio de la ciudad oscura
la brisa entra por la ventana,
contemplando esta tierra cana
y vieja, recordando su hermosura.
Eterna surge la fuente que emana
el agua que corre joven y pura
de la cabeza de Extremadura
baja lamiendo tierras hermanas.
Testigos de una época mayor
campos iluminados por la luna
teñidos de historias de honor.
Conservemos esta olvidada cuna
disfrutemos su enorme valor
con el que ésta brilló vez alguna.
y
María
Jiménez Puyuelo
IES
“Margarita de Fuenmayor” de Agreda
La
alondra
I
En el camino polvoriento,
el cierzo azota mi frente,
borrando mi
paso ausente
y haciendo volar el tiempo,
removiendo el campo yermo.
II
La tierra baldía olvida
que un día el labriego
con sus hierros la acarició.
En su ocre costra hendida
la mies que será recogida.
III
Cardos, tomillos y bardanas
adornan los montes dormidos.
Escucho
trémolos sonidos.
Bien parecen los suspiros
de la alondra enamorada.
IV
Huye la alondra del viento,
llega presurosa a un zarzal.
Trino resuelto, alta cabeza.
Anuncia que ha encontrado
Un lugar para anidar.
OTROS TRABAJOS PRESENTADOS
Juan Carlos García
Hernández
CIFP
La Merced de Soria
ENTRE MONTES DE VIOLETA
Sobre el tornasolado manto de hojas
crujían quebrantes a mi paso
acompañado de inmensos matorrales
belleza difuminada entre sus trigales.
Vida que embruja desde el monte
zigzagueando entre el bello horizonte.
Valioso tu campo y su gente
En sus luchas de gran azote simiente.
Campesino embriagado y observante
Enamorado de sus vistas y vigilante.
Sufriendo la soledad y dureza del trabajo
El campesino interior encuentra en su corazón
regazo.
Flotan cáscaras del pasado
solidificadas en rocas de rugoso calado.
Punzante en su interior la fina espina
parece que la sangre aviva.
Campesinos y bueyes labrando
brindan al futuro nuestro hermoso legado.
Regalo vistas de oro dorado
mientras en un tronco me siento mirando.
Tractores, polución y edificios
desgastan nuestros buenos oficios.
La tierra de Alvargonzález llora
al la mano del hombre desgastar su aurora.
Amor más puro y profundo no existe
que al de la tierra, fluye, y embiste.
A orillas de la fuente de mi vida
La meseta castellana cura y lava su herida.
Nacido andaluz, trashumante soriano
Campos de Castilla respira Machado.
Campo mío, Campo amado,
Te escribe el más leal castellano.