Antonio Machado
HIJO ADOPTIVO DE SORIA
Aprobación por aclamación del Ayuntamiento de Soria y Acto de Homenaje
Los
pueblos hallan la expresión de su grandeza histórica, de su belleza y de sus
virtudes, en las estrofas de los poetas. No hay pueblo grande del mundo, ni
Ciudad famosa ni rincón magnífico, que no haya sido interpretado por el plectro
de un poeta.
Soria
ha tenido la dicha de encontrar cantores de sus grandezas en los hijos
preclaros que han enaltecido su Historia. Así, Pedro de Rus, hizo en “Urbis
Numantiae”, los exámetros más puros en honor de Soria; Mosquera fue el más
insigne cantor de Numancia y de los Linajes de Soria; igual gloria tiene el
nombre de Barnuevo, y Fray Bernardino Rodríguez con él Padre Muiños, fueron
cantores de las costumbres sorianas, para no citar más que las figuras
relevantes del Parnaso Numantino.
Ninguno
de estos poetas ha recibido la corona de oro de la pública gratitud, como no
han recibido tampoco ningún rendimiento de nuestro cariño dos poetas
contemporáneos, que no son sorianos por naturaleza pero que lo son por
espíritu; tales son Antonio Machado y Gerardo Diego, que se han hecho
acreedores a tenerlos por algo nuestro, muy querido y reverenciado.
Quieren
los concejales que suscriben romper el olvido en que se tiene a los poetas (…) a
todos vaya alcanzando la reparación, proponen que se inicie la reparación
haciendo al Poeta Machado objeto de un homenaje sencillo, pero perenne; no tan
grande como merece la riqueza de su lira y el bien que nos ha hecho, pero si
suficiente a declarar pública y solemnemente la gratitud de Soria al genio de Machado,
al egregio lírico que ha cantado nuestras empresas de conquista como un Homero,
nuestra Agricultura como un Hesíodo y nuestras costumbres como un Trueba.
Machado
amamantado por las Musas de todos los lugares sorianos, ha personalizado las
ideas e idealizado las cosas de Soria de tal forma que a nuestra Ciudad la
conocen muchos hombres a través de los versos de Machado.
No
hay hombre de letra español que no conozca “los álamos dorados del camino, en
la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio; los montes de violeta; el
castillo de Soria, arruinado sobre el Duero; las cárdenas roquedas por donde
traza el Duero su curva de ballesta y tantas cosas y asuntos de nuestra Ciudad,
de tal manera y en tal forma, que si el Poeta ha dicho,
Oh,
sí, conmigo vais, campos de Soria
en
acto de justicia y de cariño, Soria debe decir a Machado que también él está
con nosotros y que también le llevamos en el corazón.
A
Machado no le podemos ofrecer sesiones solemnes, academicismos garrulos o
torneos de engolada oficialidad, mas le podemos ofrecer un homenaje sencillo y cordialísimo
que podría entonar muy bien con la sencillez de costumbres del propio lírico.
De
todos los homenajes que pudiéramos dedicar a Machado, ninguno consideramos más
digno de lo que queremos ensalzar que grabar sobre piedra y mármol, en el mismo
lugar en que los inspiraron las Musas, versos de Machado, por lo que
solicitamos se apruebe, por aclamación, el siguiente acuerdo:
La
Ciudad de Soria, reconocida al eximio poeta Antonio Machado, por el bien que le
ha hecho con su lira magnífica y su plecto inmortal, lo declare hijo adoptivo.
En
el Paseo de San Saturio, sobre roca viva, bronces y mármoles gravará versos de
Machado, y la plazoleta final del camino de San Saturio, junto a la Ermita, se
llamará, en lo sucesivo, “Rincón del Poeta Machado”.
Para
que este homenaje se organice con intervención del pueblo, representado por sus
instituciones de cultura y de trabajo, el Excelentísimo Ayuntamiento invitará a
participar en su organización a los Centros de Cultura, Profesorado, Sociedades,
Prensa, Corporaciones públicas y a las Escuelas de la capital.
Soria,
a 16 de julio de 1932
Bienvenido
Calvo, Pelayo Artigas, Manuel Ruiz, Ricardo Vallejo
“Con su plena luna amoratada sobre la plomiza sierra
de Santana, en una tarde de septiembre de 1907, se alza en mi recuerdo la
pequeña y alta Soria. Soria pura, dice su blasón, y ¡qué bien le va ese
adjetivo!.
Toledo es, ciertamente, imperial, un
gran expolio de imperios. Ávila, a del perfecto muro torreado es en verdad
mística y guerrera, o acaso mejor como dice el pueblo, ciudad de cantos y de
santos. Burgos conserva todavía la gracia juvenil de Rodrigo y la varonía de su
guante mallado, su ceño hacia León y su sonrisa hacia la aventura de Valencia.
Segovia con sus arcos de piedra, guarda las vértebras de Roma.
Soria, sobre un paisaje mineral,
planetario, telúrico. Soria, la del viento redondo con nieve menuda que siempre
nos da en la cara, junto al Duero adolescente, casi niño, es pura... y nada
más.
Soria es una ciudad para poetas.
Porque la lengua de Castilla, la lengua imperial de todas las Españas, parece
tener su propio y más limpio manantial. Gustavo Adolfo Bécquer, aquel poeta sin
retórica, aquel puro lírico, debió amarla tanto como a su natal Sevilla; acaso
más, que a su admirable Toledo. Un poeta de las Asturias, de Santillana,
Gerardo Diego, rompió a cantar en romance nuevo a las puertas de Soria:
“Río Duero, río Duero
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua”.
Y hombres de otras tierras que cruzaron sus páramos no
han podido olvidarla. Soria es, acaso, lo más espiritual de esa espiritual
Castilla, espíritu a su vez, de España entera. Nada hay en ella que asombre o
que brille y truene. Todo es sencillo, modesto, llano. Contra el espíritu
redundante y barroco que sólo aspira a exhibición y a efecto, buen antídoto es
Soria, maestra de castellanía, que siempre nos invita a ser lo que somos y nada
más. ¿No es esto bastante?. Hay un breve aforismo castellano; yo lo oí en Soria
por primera vez, que dice así: “nadie es más que nadie”. Cuando recuerdo las
tierras de Soria olvido algunas veces a Numancia, pesadilla de Roma y a Mío cid
Campeador, que las cruzó en su destierro y al glorioso juglar de la sublime
gesta que bien pudo nacer en ellas, pero nunca olvido al viejo pastor de cuyos
labios oí ese magnífico proverbio donde a mi juicio se condensa todo el alma de
Castilla; su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el
sentido imperial de su pobreza. Esa magnífica frase que yo me complazco en traducir
así: “por mucho que valga un hombre nunca
tendrá valor más alto que el valor de ser hombre”. Soria es una escuela
admirable de humanismo, de democracia y de dignidad.
Por estas y otras muchas razones, queridos amigos, con
toda el alma agradezco a ustedes su iniciativa y el altísimo honor que recibo
de esta querida ciudad. Nada me debe Soria, creo yo. Y si algo me debiera,
sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a
sentir a Castilla que es la manera más directa y mejor de sentir a España. Para
aceptar tan desmedido homenaje sólo me anima esta consideración: el hijo
adoptivo de vuestra ciudad hace muchos años que ha adoptado Soria como patria
ideal. Perdónenme si ahora sólo puedo decirles ¡gracias de todo corazón!.