Gerardo Diego en Soria
El Porvenir Castellano, nº 798, 17 de marzo de 1920
El Porvenir Castellano, Nº 816, 25 de mayo de 1920
(L.: Pedro Chico y Rello)
El Porvenir Castellano, 3 de julio de 1924
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El Porvenir Castellano, Nº 816, 25 de mayo de 1920
(L.: Pedro Chico y Rello)
El Porvenir Castellano, 3 de julio de 1924
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“Señor Don Gerardo Diego, Soria”
El poeta Gerardo Diego vivió y trabajó en Soria
entre 1920 y 1923, como es bien sabido. Además de cumplir con las obligaciones
de su Cátedra de Literatura en el Instituto, de hacer buenos y duraderos amigos
y de dinamizar la vida cultural soriana con representaciones teatrales y
conciertos, escribió muchos de los poemas de sus libros Imagen (1922) y Soria,
galería de estampas y efusiones (1923). También, como es lógico,
escribió cartas y las recibió, unas familiares o amistosas, otras relacionadas
con envíos de sus libros a otros poetas y de contenido más literario. De entre
las que recibió durante su estancia en Soria y están publicadas, me voy a
referir a tres remitidas por literatos de primera fila de la generación anterior
a la suya, la llamada del Modernismo o del 98 o de Fin de Siglo: Miguel de
Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado.
Don
Miguel de Unamuno, siempre tan directo y tan enemigo de hipocresías, se limita
en su breve comunicación a acusar recibo de los poemas (por la fecha, 21-V-22,
con toda probabilidad se trató de Imagen, la primera colección
creacionista de Diego), confesando abiertamente a continuación que no tiene
nada que decir al respecto porque aún no ha leído los versos: “No me gusta leer
nada para hablar de ello; prefiero hablar de lo que he leído porque me interesó. Y así no debo
apresurarme a leer sus poemas para
poder decirle algo de ellos. Cuando usted menos lo piense acaso se me ocurra
decir no a usted precisamente, sino a mis lectores, algo al caso”. Me parece
que podemos imaginar al joven Gerardo Diego curvando los labios finos en una
sonrisa al leer las líneas del maestro, llegadas desde Salamanca. Se lava las
manos don Miguel a su manera, siempre tan suyo. ¿Habría echado un vistazo a los
versos del joven bardo, y ante cosas como “Y los hombres heridos / pasean sus
surtidores / como delfines líricos” podemos imaginarlo cerrando el libro con
cierta aprensión?
No hay
duda, por otra parte, de que Unamuno no fue amigo de las Vanguardias, que le
parecían superficiales, cuando no evasivas. No coincidían en eso don Miguel y
don Gerardo, aunque sí en la actitud independiente, en ir por libre, en buscar
el camino propio. Y tampoco debemos olvidar que Gerardo Diego abrió con versos
de Unamuno su famosa e influyente Poesía española. Antología de 1932.
La
carta de Juan Ramón Jiménez es anterior, está fechada en Madrid el 14 de
noviembre de 1920. Por tanto, el “librito” del que habla el poeta ha de ser el
primerizo Romancero de la novia del santanderino. Pero no se refiere la
carta al libro, sino a la visita de Gerardo a Juan Ramón en la que aquél le
entregó su libro y algunos poemas sueltos más a éste y hablaron de la poesía y
los poetas de entonces. El siempre difícil Juan Ramón debió de mostrarse en
exceso dogmático y quiere explicarse ante el joven prometedor; ahora bien, lo
que consigue es una curiosa mezcla de arrepentimiento y justificación. Empieza
quejándose de sí mismo (“...después de la tarde en que estuvo usted a verme, he
pensado con pena, muchas veces, que usted se llevó, quizás, una impresión falsa
de mi respeto por las ideas ajenas”), para, a continuación, echar en cara a los
jóvenes vanguardistas (además de al receptor de la misiva, se refiere de forma
explícita a Guillermo de Torre) que quieran tener como modelo y maestro a quien
Juan Ramón llama “el consabido ...ista” y también “prendero de vida y
artificios, imitados de aquí y de allá, y bullangueros en todas las ocasiones”.
¿A quién se refiere Juan Ramón con tan poco caritativas palabras? Casi con
seguridad a Ramón Gómez de la Serna, introductor de los nuevos movimientos
artísticos en España y autor con el que mantuvo irregulares y complicadas
relaciones (¿y con quién no?) que recorrieron el camino que va de la amistad a
la desconfianza. Años después, Ramón escribió de Juan Ramón un retrato lleno de
elogios y de reticencias en el que se refiere poéticamente a ese camino:
“Nuestra amistad clara de un día se ha enturbiado porque se han enturbiado
nuestros ojos llenos de ópalos de alba”.
En
cualquier caso, queda claro que al onubense tampoco le gustaban las
Vanguardias: “En cuanto al punto concreto de los actuales ‘movimientos’
juveniles del mundo estético, me parece que, en conjunto, están viviendo, hasta
ahora, de los lugares comunes del simbolismo”. Él cree que la buena poesía del
porvenir tendrá que ser “más interior, más sintética”, caracterizada
básicamente por la “pureza”. Es decir, una poesía como la que él estaba
escribiendo en ese momento, después del Diario de un poeta reciencasado.
Acabáramos: lo que le fastidiaba a Juan Ramón Jiménez no era que los jóvenes se
hicieran vanguardistas, sino que no lo tomaran a él, al andaluz universal, como
maestro y guía estético. Las contradicciones y la egolatría que revela la carta
que Gerardo Diego recibió en Soria expresan bien algunos rasgos significativos
de la personalidad de su autor, como en el caso de la de Unamuno. Y creo que
también tenemos derecho a imaginar al joven Gerardo sonriéndose maliciosamente
cuando la leyera.
La
tercera es la de don Antonio Machado, fechada el 4 de octubre de 1920 en
Segovia. Acusa recibo del Romancero de la novia, que dice
haber leído con deleite, y desconfía, como sus compañeros de generación, de los
nuevos aires vanguardistas: “Dudo que en sus nuevos moldes creacionistas haga usted nada tan puro, tan claro, de una emoción
tan viva”. El amable y receptivo Machado le pide más datos a Gerardo Diego para
poder publicar algo sobre él en “El Sol” o “El Imparcial”. Aunque luego no
hiciera ni la mitad de las cosas que decía que iba a hacer, tenía que resultar
difícil llevarse mal con alguien así, “en el buen sentido de la palabra,
bueno”. Qué distinto a Juan Ramón, y qué grandes poetas ambos.
No me
resisto a transcribir aquí un párrafo de la carta que es una especie de
actualización para uso de poetas del viejo tópico del menosprecio de corte y
alabanza de aldea:
“Hoy
vive usted en una tierra tan profundamente poética... Trabaje usted ahí y no
cambie ese rincón por ningún otro. Huya usted de ese ambiente madrileño, tan
profundamente beocio, donde la poesía se asfixia en un aire cargado de
vulgaridad y cosmética. Sobre todo, no olvidemos que el poeta necesita para
producir, oír la lengua pura y viva, y no puede trabajar en un aire lleno de
cacofonías”.
Tres
cartas, tres calas en la relación de tres figuras esenciales de una generación
con los planteamientos nuevos de la generación siguiente, personalizados en uno
de sus miembros más sobresalientes, el siempre inquieto y siempre fértil
Gerardo Diego. Las tres llegaron a Soria, la breve y lenta Soria de entonces y
de siempre, desde las plumas de tres grandes de la literatura, para ser leídas
en su cuarto de la “Casa de las Isidras” (Collado, 74) por el joven Catedrático
de Literatura del Instituto, ése que tocaba el piano y escribía versos raros.
César Ibáñez París
Bibliografía:
Miguel de UNAMUNO, Epistolario inédito II
(1915-1936), ed. de Laureano Robles, Espasa-Calpe, Madrid, 1991.
Juan Ramón JIMÉNEZ, Cartas. Antología, ed. de
Francisco Garfias, Espasa-Calpe, Madrid, 1992.
Antonio MACHADO, Poesía y prosa. Tomo III. Prosas completas
(1893-1936), ed. de Oreste Macrí, Espasa-Calpe y Fundación Antonio
Machado, Madrid, 1989.
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