LEONOR IZQUIERDO CUEVAS
1912-2017
1 de agosto
Una noche de verano
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
—estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
—ni siquiera me miró—,
con unos dedos muy finos,
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mí. ¿Qué has hecho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
It is
a beautiful summer night.
The tall houses of this old town
have their balconies opened
on to the spacious square below.
In the wide deserted rectangle
stone benches, spindle-trees and acacias
cast symmetrical black
shadows over the white sand.
The moon is in the zenith, and in the tower
the lighted face of the clock.
And I in this old town am walking
alone and silent as a ghost.
Traducción en Inglés: Patrick H. Sheerin
Un soir d´été
- le balcon et la porte
de ma maison étant ouverts -
la mort est entrée.
Elle s´est approchée doucement
de son lit
- sans même me regarder -,
et de ses doigts très fins,
elle brisa quelque chose de très fragile.
Una notte
d’estate
- aperto era il balcone
e la porta di casa-
la morte in casa mia entrò.
Nell’avvicinarsi al mio letto
nemmeno mi guardò,
e, con dita sottili,
qualcosa
di tenue spezzò.
In einer Sommernacht -
der Balkon und
die Haustür waren geöffnet-
trat der Tod in mein Haus ein.
Er näherte sich ihrem Bett
-ohne einen Blick zu mir-
mit sehr schmalen Fingern
zerbrach er etwas sehr feines.
Antonio Machado. Campos de Castilla
*****
Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía
adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil
veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que
haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros
que quisiera morir con lo que muere. Tal vez por esto viniera Dios al mundo.
Pensando en esto, me consuelo algo. Tengo a veces esperanza. Una fe negativa es
también absurda. Sin embargo, el golpe fue terrible y no creo haberme repuesto.
Mientras luché a su lado contra lo irremediable me sostenía mi conciencia de
sufrir mucho más que ella, pues ella, al fin, no pensó nunca en morirse y su
enfermedad no era dolorosa. En fin, hoy vive en mí más que nunca y algunas
veces creo firmemente que la he de recobrar. Paciencia y humildad.” (Carta a
Unamuno, después de mayo de 1913).
Carta de Antonio Machado a Miguel de Unamuno, 1913
****
****
CRÓNICA
Para D. Antonio Machado
El Porvenir Castellano, 29 de Junio de
1913
JOSÉ MARÍA PALACIO
Poeta insigne y
entrañable amigo: queda cumplida la promesa que le hice en una de mis últimas
cartas. Hoy hace un año que llevé a su inolvidable Leonor (q.e.p.d.) un ramo de
rosas cortado en el jardín de nuestro amigo Aparicio. Y se las entregué en la
plazoleta de El Mirón, adonde la llevaba usted y una madre amante, para que la
malograda esposa encontrase alivio a su mal, respirando aire puro bajo un olmo
secular.
Cuando yo llevé las rosas
estaba sola Leonor. ¡Y cuánto la alegraron nuestras flores! Ellas despertaban
nuevas esperanzas en nuestra pobre enferma, sin duda, porque su espíritu era
tan delicado como las rosas.
También hoy la he
dedicado otro ramo pero, ¡ay! se lo he llevado a su tumba.
Era un día como aquél,
sereno y caliginoso, y en vez de ir a encontrar a la esposa del poeta y del
amigo bajo la sombra del olmo secular y frondoso, he dirigido mis pasos al
cementerio. Los cerrillos contiguos a El Espino tenían ese claro oscuro de las
primeras horas de la mañana.
Allá abajo, en las
praderas, contiguas al Duero descritas por V. con suprema poesía en Campos de
Castilla, grupos de jóvenes alegres, esperaban la salida del sol.
El pueblo da una virtud a
las flores cogidas al amanecer en el día de San Juan. Esta virtud podía ser una
esperanza para nosotros en el año pasado. En este, yacía sepulta bajo la tierra
triste y sagrada donde crecen yerbas y cipreses. Dos guardadores del cementerio
cortaban las hierbas con unas hoces que “mirando al Cielo” eran un símbolo. Los
cipreses evocaban a Nuñez de Arce, y a los poetas sentimentales.
***
La tierra parda de las
heredades labrantías, las serrezuelas plomizas y los prados angostos, han
adquirido la tonalidad luminosa propia de un día de junio a las nueve de la
mañana. En el cementerio había un silencio inalterable. Junto a una tumba, una
mujer enlutada, como figura de un cuadro de Zuloaga, debía rezar una oración.
Y en esta hora solemne,
he tomado mis rosas y las he extendido sobre la tumba de la que fue digna y
amantísima esposa de usted. Las he extendido sobre la superficie para cubrirla
de un color delicado y de un aroma ideal. He querido tejer una corona y he
fracasado en el intento. Yo debo sentir el arte en el alma, pero no lo llevo en
las manos. Y es que he venido al cementerio a eso, a rendir un tributo del
alma.
Y sobre esta tumba que he
reverenciado muy de corazón por los dos, amigo Machado, se que ha tejido usted
una larga corona de dolor, de un gran dolor, para el cual su lira sublime
conquistará laureles y tendrá emblemas consagrados por el cariño y acrisolados
por el Ideal.
Usted que es hombre de
gran corazón y de gran espíritu, ha comprendido que hay en el mismo Dolor
fuerzas para nuestra vida espiritual.
Si la Humanidad toda
comprendiera sus dolores, no podría evitar la desdicha de sentirlos pero en
ella misma habría algo grande y consolador.
De la tumba de Leonor, su
malograda esposa, he ido a la de Carmen, mi malograda hija. Allí he dejado
nuevas rosas, todas muy fragantes. ¡Pobre hija mía! Y de esta última tumba he
ido a la de mi madre política, y sobre ella he hecho otra burda corona de
flores.
No podía rendir hoy este
tributo a todos mis muertos queridos. Lejos de aquí están las huesas de mi
padre y de su hermana Vicenta. Para ellos he enviado más allá del horizonte un
ramillete de pensamientos.
Esta santa obra de rendir
tributo a nuestros muertos produce en el alma una sensación triste y dichosa a
la vez.
¡Tal vez no haya en la
vida nada más apacible ni más grato que el ir a depositar flores sobre la tumba
de nuestros muertos amados! Parece que sale de la tierra un vaho de bendición.
Y del Cielo baja un himno de Amor.
A ese Amor he entonado
hoy una oda que mi pobre prosa no ha sabido expresar, pero la siento muy honda
dentro del corazón.