EL QUIJOTE Y CERVANTES
“Decía mi maestro Abel
Martín que es la modestia la virtud que más espléndidamente han solido premiar
los dioses. Recordad a Sócrates, que no quiso ser más que un amable conversador
callejero, y al divino Platón, su discípulo, que puso en boca de tal maestro lo
mejor de su pensamiento. Recordad a Virgilio, que nunca pensó igualar a Homero,
y al Dante, que no soñó en superar a Virgilio. Recordad, sobre todo, a nuestro
Cervantes, que hizo en su Quijote una parodia de los libros de caballerías,
empresa literaria muy modesta para un tiempo y que en el nuestro sólo la
habrían intentado los libreristas de zarzuelas bujas. Los periodos más fecundos
de la historia son aquellos en que los modestos no se chupan el dedo.” (Fragmento de lecciones. XII)
“Si algún día profesáis la literatura y dais
en publicistas, preveníos contra la manía persecutoria que pudiera aquejaros.
No penséis que cuanto se escribe sobre Homero o Cervantes es para daros a roer
cebolla, como vulgarmente se dice, o para abrumaros y confundiros poniendo de
resalto vuestra insignificancia literaria. Que no os atormenten enemigos
imaginarios que os obliguen a escribir demasiadas tonterías.” (Fragmento de lecciones. XII)
“Es muy posible –decía Mairena- que, sin libro
de caballerías y sin romances viejos que parodiar, Cervantes no hubiera escrito
su Quijote, pero nos habría dado, acaso, otra obra de idéntico valor. Sin la
asimilación y el dominio de una lengua madura de ciencia y conciencia popular,
ni la obra inmortal ni nada equivalente pudo escribirse. De esto que os digo
estoy completamente seguro.
Mucho me temo, sin
embargo, que nuestros profesores de literatura –dicho sea sin ánimo de molestar
a ninguno de ellos- os hablen muy de pasada de nuestro folklore, sin insistir ni ahondar en el tema, y que pretendan
explicaros nuestra literatura como el producto de una actividad exclusivamente
erudita. Y lo peor sería que se crease en nuestras Universidades cátedras de folklore, a cargo de especialistas
expertos en la caza y en la pesca de elementos folklóricos, para servidos aparte, como materia de una nueva
asignatura. Porque esto, que pudiera ser útil alguna vez, comenzaría por ser
desorientador y descaminante. Un Refranero del Quijote, por ejemplo, aun
acompañado de un estudio, más o menos clasificativo, de toda la paremiografía
cervantina, nos diría my poco de la función de los refranes en la obra
inmortal. Recordad lo que tantas veces os he dicho: es el pescador quien menos
sabe de los peces, después del pescadero, que sabe menos todavía. No. Lo que
los cervantistas nos dirán algún día, con relación a estos elementos folklóricos del Quijote, es algo
parecido a esto:
Hasta qué punto
Cervantes los hace suyos; cómo los vive; cómo piensa y siente con ellos; cómo
los utiliza y maneja; cómo los crea, a su vez, y cuántas veces son ellos molde
del pensar cervantino. Por qué ese complejo de experiencia y juicio, de
sentencia y gracia, que es el refrán, domina en Cervantes sobre el concepto
escueto o revestido de artificio retórico. Cómo distribuye los refranes en esas
conciencias complementarias de Don Quijote y Sancho. Cuándo en ellos habla la
tierra, cuándo la raza, cuándo el hombre, cuándo la lengua misma. Cuál es su
valor sentencioso y su valor crítico y su valor dialéctico. Esto y muchas cosas
más podrían decirnos. ” (XXII)
“Como maestra de cristianismo, el alma rusa,
que ha sabido captar lo específicamente cristiano –el sentido fraterno del
amor, emancipado de los vínculos de la sangre- encontrará un eco profundo en el
alma española, no en la calderoniana, barroca y eclesiástica, sino en la
cervantina, la de nuestro generoso hidalgo Don Quijote, que es, a mi juicio, la
genuínamente popular, nada católica, en el sentido sectario de la palabra, sino
humana y universalmente cristiana.”
Escribir para el pueblo
es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en
Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez alguno de ellos lo realizó
sin saberlo, sin haberlo deseado siquiera. Día llegará en que sea la más
consciente y suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz de
gay-saber, no creo haber pasado de folk-lorista, aprendiz, a mi modo, de saber
popular”
“Me gusta La estepa de Chejov. Creo, no sé por
qué, que los rusos pueden entender el paisaje español. La Mancha: todo el mundo
conoce este nombre gracias a Don Quijote. Pero, ¿por qué hay tanta gente que no
comprende que Aldonza es Dulcinea? Cada español sueña con la muchacha robusta y
hacendosa; cada español sabe que toda Dulcinea sabe llevar la casa, chismear
con las comadres, coser las camisas. Cuando Turgueniev escribió sobre Hamlet y
Don Quijote, no advirtió que Aldonza y Dulcinea son una y la misma persona,
quizá porque todas sus heroínas son criaturas puras y celestiales o aves de
rapiña. Entre nosotros no hay solución de continuidad, pero la unidad es más
difícil que el contraste. Así es La Mancha, y así es España---“ (Entrevista con Ilya Ehrenburg, Abril de
1937)
“Don Ramón, como Don Quijote, no conocía el
miedo, o no había para él miedo que no superase por el espíritu, y estaba
dotado de una enorme capacidad de resistencia para el sufrimiento físico.” (Prólogo a “La Corte de los Milagros”, de
Ramón del Valle Inclán. Barcelona, 1938)
“Algunos aceptaron, más o menos
consciéntemente, la fórmula un tanto hueca de poesía pura, y la mucho más
vacía, de deshumanización del arte. Vacía, digo, cuando el hecho indudable, que
acusa una decadente, lo superfluo, lo que puede muy bien no haberse producido;
nunca en los mementos vigorosos que se acercan a la plenitud, el clima estético
de un Shakespeare, un Cervantes, un Goethe, un Tolstoi. Esta tendencia, un
tanto epidémica en la llamada literatura de postguerra, fue, por fortuna,
superficial en nuestros poetas. “ (El
influjo de la guerra sobre la poesía joven española. El influjo de la poesía
joven en los campos de batalla.)
“Nuestros peores enemigos han entrado todos
por las puertas de la traición. Frente a ellos se yergue solitaria la hombría
española, envuelta en los férreos harapos de nuestro Don Quijote, pero bañada
en luz, toda vibrante de energía moral.” (A
los voluntarios extranjeros, 1938)
“¿Qué te parece desto, Sancho?, dijo Don
Quijote: “¿hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán
los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será
imposible.” En el capítulo más original del Quijote, así habla el Caballero de
la Triste Figura, terminada su genial aventura de los leones. Carlo se ve que
es don Quijote, nuestro Don Quijote, el verdadero antipolo del pragmatista, del
hombre que hace del éxito, de la ventura, la vara con que se mide la virtud y
la verdad. Es muy posible que un pueblo que tenga algo de don Quijote no sea
siempre lo que se llama un pueblo próspero. Que sea un pueblo inferior: he aquí
lo que yo no concederé nunca. Tampoco hemos de creer que sea un pueblo inútil,
de existencia superflua para el conjunto de la cultura humana, ni que carezca
de una misión concreta que cumplir, o de un instrumento importante en que
soplar dentro de la total orquesta de la historia. Porque algún día habrá que
retar a los leones, con armas totalmente inadecuadas para luchar con ellos. Y
hará falta un loco que intente la aventura. Un loco ejemplar.” (Miscelánea apócrifa. Habla Juan de Mairena
a sus alumnos. 1938)
“Después de la Edad
Media, poco fecunda para el diálogo, aparecen, con el Renacimiento y en plena
edad moderna, dos gigantescos dialogadores: Shakespeare, en Inglaterra, y
Cervantes en España.” (Miscelánea
apócrifa. Habla Juan de Mairena a sus alumnos. 1938)
“Cuando llegamos a
Cervantes, quiero decir, al Quijote, el diálogo cambia totalmente de clima. Es
casi seguro que Don Quijote y Sancho no hacen cosa más importante –aun para
ellos mismos- a fin de cuentas que conversar el uno con el otro. Nada hay más
seguro para Don Quijote que el alma ingenua, curiosa e insaciable de su
escudero. Nada hay más seguro para Sancho que el alma de su señor. Pero aquí ya
no se persiguen razones a través de la selva psíquica, ya no interesa tanto la
homogeneidad de la lógica como la heterogeneidad de las conciencias.
Entendámonos: la razón no huelga: es como cañamazo sobre el cual bordan con
hilos desiguales el caballero y el criado. No olvidemos, sin embargo, que uno
de los dos dialogantes está loco, sin renunciar en lo más mínimo a tener razón,
a imponer y –digámoslo en loor de nuestro Cervantes- a persuadir de su total
concepción del mundo y de la vida, y que el otro padece tanta cordura como
desconfianza de sus razones. Y aquí nos aparece el diálogo entre dos mónadas
autosuficientes y, no obstante, afanosas de complementariedad, en cierto
sentido, creadoras y tan afirmadoras de su propio ser como inclinadas a una
inasequible alteridad. Entre Don Quijote y Sancho –esa amante pareja de
varones, sin sombra de uranismo- la razón del diálogo alcanza tan grande
profundidad antológica, que sólo a la luz de la metafísica de mi maestro Abel
Martin puede estudiarse, como en otra ocasión demostraremos, o pretendemos
demostrar.” (Miscelánea apócrifa. Habla
Juan de Mairena a sus alumnos. 1938)
“Consoladora es para nosotros la lectura del
libro Erasme et l´Espagne de Marcel
Bataillon, donde se dicen tantas cosas exactas y profundas sobre la prerreforma,
reforma y contrarreforma religiosa en España y se pone de relieve la enorme
huella de Erasmo de Rotterdam a través de nuestro gran siglo. En la honda
crisis que agita las entrañas del cristianismo en aquella centuria no fue
decisiva la influencia de Erasmo, sino la de Lutero, en Europa, y la de Loyola,
en España, mas fue en España donde tuvo de su parte a los mejores, sin excluir
a Cisneros ni a Cervantes.” (Mairena
póstumo, I, 1938)
“Hemos de reconocer que los libros más
influyentes en los Estados totalitarios no suelen ser los últimos ni, casi
nunca, los mejores. Tal vez por eso, Cervantes embistió contra los libros de
caballerías, cuando éstos ya no se escribían en el mundo, porque acaso era
entonces cuando producían mayores estragos. El filósofo de la abominable
Alemania hitleriana es el Nietzsche malo, borracho de darwinismo, un Nietzsche
que ni siquiera es alemán. El último gran filósofo de Alemania, el más
escuchado por los doctos, es el casi antípoda de Nietzsche, Martin Heidegger,
un metafísico de la humanidad. Quienes, como Heidegger, creen en la profunda
dignidad del hombre, no piensan mejorarlo exaltando su animalidad. El hombre
heideggeriano es el antipolo del germano de Hitler.” (En “La Vanguardia”. Notas inactuales a la manera de Juan de Mairena,
V, 1938)
“Pero vosotros podéis hacerme una pregunta
que, en vuestro caso, hubiera formulado don Quijote: “Y esos hombres tan
razonables como pacíficos, tan aferrados a la paz como convencidos – y
convictos- de la fatalidad de la guerra, ¿cuándo creerán que ha llegado para
ellos el momento de guerrear?” Yo os contestaría sin titubear: “cuando sean
agredidos, o para repeler una agresión inminente.” (Mairena póstumo. Algunas consideraciones sobre la política
conservadora de las grandes potencias.)
“Y, siguiendo esta ley,
son más peleonas las tríbus que las familias, las ciudades que las tribus, las
naciones que las ciudades, las federaciones de potencias que las naciones
mismas, y cuando todos los hombres de un continente o de una raza se unan bajo
una misma bandera o un mismo color, constituirán los más abominables equipos de
pelea dispuestos a tomarse –como decía Don Quijote- con los hombres de otros
continentes o de piel diversamente colorida.” (Para el Congreso de la Paz, 1938)
“Porque el clima moral del Occidente es
guerrero por excelencia, y el homo sapiens, de Linneo, y el faber de los
pragmatistas, se han trocado en un homo bellicosus, dispuesto a tomarse con
Satanás en persona, como Don Quijote, y sin ninguno de los motivos que tenía el
buen hidalgo para pelear. (Desde el
mirador de la guerra, VIII; 1938)