MARIANO DEL OLMO MARTÍNEZ
Por Terrel Sanz (Revista de Soria, 1975)
Uno de los primeros alumnos que tuvo en Soria D. Antonio Machado fue
D. Mariano del Olmo Martínez. Un día de la fría primavera fuimos a visitarle,
quien nos recibió amablemente.
Al indicarle el motivo de nuestra entrevistra gustoso accedió a
contestarnos. La entrevista la celebramos alrededor de la clásica mesilla con
el brasero encendido. La sala comedor, donde nos encontramos, se halla con
muebles estilo español. En el centro, una mesa redonda llena de libros.
D. Mariano al iniciar la charla nos cuenta muchas vivencias de su
juventud, de los años de estudiante en el Instituto y también de D. Antonio y
demás profesores que con él formaban el Claustro.
¿Cuando
usted inició los estudios había llegado ya D. Antonio?
Los
inicié en 1906. Todavía no había sido nombrado D. Antonio para la Cátedra de
Francés, lo fue en 1907 y en este curso ya nos dio las clases y por lo tanto
las notas.
El Sr. Del Olmo busca en la
mesa un legajo donde conserva todas las notas del Instituto, así como las de su
carrera de Médico-Odontólogo y las del Doctorado.
¿Recuerda
quiénes fueron sus compañeros?
De todos
quizás no, pero tome nota. D. Domingo Manrique, D. Luciano Izquierdo, D. Pedro
Millán, Don Pablo Hernández, D. Adolfo Bujarabla y los hermanos D. Conrado y D.
Víctor Arciniega y don Adolfo Cabrerizo, que después ocuparía una Cátedra.
El texto
que estudiábamos fue “Grammaire Française”,
del Profesor del Liceo de Zaragoza, D. Antonio Gaspar del Campo. (Libro que
guarda cuidadosamente, en la mesa de que hemos hablado.)
¿Puede
decirnos cómo trataba Machado a los alumnos?
Maravillosamente,
ya que su trato era sumamente sencillo y humilde, también fuimos muy bien
considerados por sus compañeros y amigos D. José De la Fuente, D. Emilio
Aliaga, y D. Francisco Santamaría Ezquerdo. Nosotros nos sentíamos muy
contentos, y debo añadir que estos profesores nos hicieron hombres.
¿Les
hablaba de Soria y de su paisaje?
En la clase
era solamente profesor. Un gran profesor. Cuando mejor conocimos a Machado fue
en el Mercantil, café que estaba donde hoy se hallan los almacenes de
Redondo. En el lado izquierdo de la planta baja había un salón al que íbamos
varios de los alumnos y allí leíamos obras estando los profesores que antes le
he indicado y D. Antonio, con quienes pasábamos largas horas.
¿Recuerda
si el cantor de Soria perteneció a “La Escolar”, como algunas personas nos han
asegurado?
Oficialmente
no perteneció, pero fue amigo de todos ellos, y algunas veces asistía a sus meriendas.
Eran los “rebeldes” de entonces.
¿El
noviazgo de Leonor se comentó en la ciudad?
Bastante.
Sobre todo por sus enemigos, que le censuraron mucho.
Seguramente
la boda sería un gran acontecimiento, teniendo en cuenta la diferencia de edad
de los contrayentes. ¿Fue así?
La boda
sirvió para que se hablase mucho en el casino y en algunos centros. Se casó
enamoradísimo y he de decirle que, pese a lo que se ha dicho, no le dieron
cencerrada alguna.
¿De la obra
de D. Antonio, ¿cuál es para usted la mejor poesía?
Me gusta
toda. Para mí el mejor poeta de todos los tiempos.
El cantor
de Soria, después de muerto, ha sido muy discutido. ¿No cree que de haber
permanecido en la zona nacional no se habría hecho bandera política?
Seguramente
le hubiera pasado lo que a García Lorca. No tiene nada más que recordar cómo
apedrearon sus versos.
¿Cómo
estima debe ser el monumento que se le dedique?
Una cosa
sencilla, como sencillo fue él, que no sea un monumento a la vanidad y al mal
gusto. Machado era enemigo de todo cuanto saliera de su vida normal. Recuerdo
que con ocasión del homenaje que Soria le dedicó el año 1932 había escrito a su
íntimo amigo Pepe Tudela diciéndole que viera la manera de que no le hicieran
nada y si acaso que fuera una cosa sencilla e íntima. Sin ruido. Cuando vino a nuestra ciudad con este motivo, charlé con él
de los años de mis estudios y de su estancia entre nosotros.
Seguramente
podrá contarnos alguna anécdota. ¿Recuerda alguna?
No
recuerdo ninguna. Unicamente tenía un estribillo, cosa muy característica en
los franceses, que acada momento repetía ¿No es verdá? (N´est-ce pas!).