Artículos de Antonio Machado en la Prensa de Soria


ARTÍCULOS DE ANTONIO MACHADO
 EN LA PRENSA DE SORIA


Tierra Soriana (1907-1911)
El Porvenir Castellano (1912-1932)
La Voz de Soria (1922-1924)

Título
Periódico
Fecha
Las moscas.
Tierra Soriana, nº 109, Año II
18 noviembre de 1907
Soledades
Tierra Soriana, nº 110, Año II
21 noviembre de 1907
Galerías
Tierra Soriana, nº 111, Año II
25 noviembre de 1907
Orillas del Duero


Nuestro Patriotismo y la marcha de Cádiz.
“La prensa de Soria al 2 de Mayo de 1808” Número único.
2 de mayo de 1908
Los sueños malos.
Tierra Soriana, nº 189, año III
16 de junio de 1908
Sol de invierno.
Tierra Soriana, nº 204, año III
21 de julio de 1908
Fiestas de San Saturio. Discurso del Señor Machado. Homenaje a Antonio Pérez De la Mata.
Tierra Soriana, nº 587, año V
4 de octubre de 1910
Crónica de París
Tierra Soriana, nº 659, año VI
21 de marzo de 1911
Crónica de París
Tierra Soriana, nº 665, año VI
4 de abril de 1911
Política y cultura.
El Porvenir Castellano
1 de julio de 1912
Nota sobre Unamuno
El Porvenir Castellano
4 de julio de 1912
José Martínez Ruiz, “Azorín"
El Porvenir Castellano
8 de julio de 1912
Pío Baroja
El Porvenir Castellano
22 de julio de 1912
Un loco.
El Porvenir Castellano
27 de enero de 1913
A un olmo seco.
El Porvenir Castellano
20 de febrero de 1913
Hombres de España. (Del pasado efímero.)
El Porvenir Castellano, nº 72
6 de marzo de 1913
Sobre pedagogía.
El Porvenir Castellano
10 de marzo de 1913
El Dios Ibero
El Porvenir Castellano
5 de mayo de 1913
Campos de Soria
El Porvenir Castellano
25 de junio de 1913
“Azorín”
El Porvenir Castellano, nº 148
27 de diciembre de 1913
A un olmo seco
El Duero, Revista Semanal Ilustrada, Nº 1
30 de noviembre de 1913
A Orillas del Duero.
El Porvenir Castellano
2 de febrero de 1914
Las encinas.
El Porvenir Castellano
23 de julio de 1914
Helénicas
El Porvenir Castellano
30 de noviembre y 3 de diciembre de 1914
A D. Francisco Giner de los Ríos
El Porvenir Castellano
4 de marzo de 1915
La prensa de provincias
El Porvenir Castellano
4 de octubre de 1915
A José María Palacio.
El Porvenir Castellano
8 de mayo de 1916
Los poetas.
La Voz de Soria
6 de junio de 1922
De mi cartera
La Voz de Soria
8 de agosto de 1922
De mi cartera: “Política, Pragmatistas, El dogma de la acción.”
La Voz de Soria
11 de agosto de 1922
De mi cartera: “El amor tuerto de Werther en España. Leyendo a Valera. Leyenda a Unamuno.”
La Voz de Soria
1 de septiembre de 1922
De mi cartera: “Extensión universitaria, El simbolismo.”
La Voz de Soria
8 de septiembre de 1922
De mi cartera: “Crítica.”
La Voz de Soria
15 de septiembre de 1922
De mi cartera: “Gerardo Diego, poeta creacionista.”
La Voz de Soria
29 de septiembre de 1922
De mi cartera: “Don Juan y el donjuanismo”.
La Voz de Soria
21 de noviembre de 1922
Soria fría.
La Voz de Soria
6 de enero de 1923
¡Verdes jardincillos!
La Voz de Soria
18 de diciembre de 1923
Los sueños dialogados
La Voz de Soria, año III, nº 218
4 de julio de 1924
Nuevas canciones. Soria Pura
La Voz de Soria, año III,  nº 219
8 de julio de 1924
Nuevas canciones. Soledades
La Voz de Soria, año III, nº 223
22 de julio de 1924
Discurso de Antonio Machado con motivo del nombramiento, 5 de octubre de 1932, como Hijo Adoptivo de Soria
El Porvenir Castellano
1 de octubre de 1932

TIERRA SORIANA 


Las moscas

Del libro Soledades, Galerías y Otros Poemas, del inspirado poeta Antonio Machado, profesor de francés del Instituto General y Técnico de Soria[1].

  Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.
  ¡Oh, viejas moscas voraces,
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!
  ¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!
  Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela,
  - que todo es volar -, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
  de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia,
que da en no creer en nada,
  de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
  sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.
  Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.


***

NUESTRO PATRIOTISMO Y LA MARCHA DE CADIZ[1]

Antonio Machado

         Los últimos años de vida española han cambiado profundamente nuestra psicología. Acabamos de cosechar muy amargos frutos; y el recuerdo del reciente desastre nacional, surge en nuestro espíritu como una nube negra que nos vela el épico sol de otros días.
Tras un largo periodo de profunda inconsciencia, en que no faltaron lauros para los viejos héroes, ni patrióticas charangas, ni cantos de cuartel, perdimos – como todos sabéis – los preciosos restos de nuestro imperio colonial. Fue este un golpe previsto por una minoría inteligente y que sorprendió a los más. Imaginaos al pueblo español como a un hombre que, inesperadamente, recibiera un fuerte garrotazo en la cabeza, cayera a tierra sin sentido y al recobrarlo, se levantara preguntando: ¿Dónde estoy?
Comenzamos a despertar y a mirar en torno nuestro. Acaso el golpe recibido nos pondrá en contacto con nuestra conciencia.
Por lo pronto, nuestro patriotismo ha cambiado de rumbo y de cauce. Sabemos ya que no se puede vivir ni del esfuerzo, ni de la virtud, ni de la fortuna de nuestros abuelos; que la misma vida parasitaria no puede nutrirse de cosa tan inconsistente como el recuerdo; que las más remotas posibilidades del porvenir distan menos de nosotros que las realidades muertas en nuestras manos. Luchamos por libertarnos del culto supersticioso del pasado.
¿Nos valió, acaso, el heroísmo de Castro y Palafox, defensores de Gerona y Zaragoza, para salvar nuestro prestigio, en jornadas recientes que no quiero recordar? ¿Vendría en nuestra ayuda la tizona de Rodrigo, si tuviéramos que lidiar otra vez con la misma? No creemos ya en los milagros de la leyenda heróica.
Somos los hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer. He aquí lo que sabemos.
Y preferimos esta triste verdad a las estrofas fanfarronas de aquel poeta, que encarándose con España, le decía, entre otras cosas:
... porque indómitos y fieros,
saben hacer tus vasallos
frenos para sus caballos
de los cetros extranjeros.
Sabemos que esto no es verdad. Y cuando, en versos del mismo poeta, leemos:
... que no puede esclavo ser
pueblo que sabe morir...

sonreímos amargamente pensando que, si nuestro pueblo no sabe otra cosa, será siempre esclavo; porque la libertad se basa en la virtud contraria: en saber vivir, precisamente en lo que pretenden ignorar esos vasallos indómitos y fieros.
Sabemos que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos; buena no más para ser defendida a la hora de la invasión extranjera. Sabemos que la patria es algo que se hace constantemente y se conserva solo por la cultura y el trabajo. El pueblo que la descuida o abandona, la pierde, aunque sepa morir. Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él; que allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres o de las águilas que sobre ella se ciernen. ¿Llamaréis patria a los calcáreos montes, hoy desnudos y antaño cubiertos de espesos bosques, que rodean esta vieja y noble ciudad? Eso es un pedazo del planeta por donde los hombres han pasado, no para hacer patria, sino para deshacerla. No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer.
Hoy que removemos las nobles cenizas de los héroes de 1808, rindámosles el homenaje serio y respetuoso que merecen. Ellos conservaron, a costa de su sangre, la tierra que hoy debemos labrar. No insultemos su memoria con vanidosas fanfarronadas, ni hagamos resurgir aquella profunda inconsciencia que, al son de la marcha de Cádiz nos llevó a perder nuestras colonias. Convencidos de que sabemos morir – que ya es saber – procuremos ahora aprender a vivir, si hemos de conservar lo poco que aún tenemos.



[1] “La prensa de Soria al 2 de Mayo de 1808”, Número único, 2 de mayo de 1908, 10 céntimo, p. 3.



[1] Tierra Soriana, 10 de noviembre de 1907.


LOS SUEÑOS MALOS

Tierra Soriana,  Nº 189, Año III, 16 de junio de 1908

Está la plaza sombría,
muere el día.
suenan lejos las campanas.

De balcones y ventanas
se iluminan las vidrieras,
con reflejos mortecinos,
como huesos blanquecinos
y borrosas calaveras.

En toda la tarde brilla
una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
suena el eco de mi paso.

- ¿Eres tú? Ya te esperaba...
- No eras tú a quien yo buscaba.

***


DISCURSO EN EL HOMENAJE A ANTONIO PÉREZ DE LA MATA
Tierra Soriana, nº 587, 4 de octubre de 1910


ANTONIO MACHADO


Hoy recordamos la obra de un hombre que, después de rendir a la tierra su tributo, merece los elogios de la posteridad. Quisiera yo haceros comprender toda la fuerza mental que supone el dejar una huella en la memoria de las multitudes. La humanidad tiene una capacidad para el recuerdo que se colma con unos cuantos centenares de nombres y de hechos. Su capacidad para el olvido es infinita. Los tesoros de archivos y bibliotecas, donde sacian su voracidad sabios y eruditos, son bien exiguos comparados con el enorme caudal de humano esfuerzo que no alcanzó la consagración de la historia, de la antología, del catálogo, de la siempre tradición de unas cuantas generaciones. No penséis tampoco que aquellos valores espirituales que la posteridad selecciona y consagra han de ser necesariamente los mayores. Todos sabemos que la historia es algo que constantemente se altera y modifica. A varias generaciones de hombres cultos y laboriosos pueden suceder otras tantas generaciones de bárbaros que arruinen y entierren la obra de sus antepasados. Conservamos fragmentos del Partenón, mas nada queda de la maravillosa Minerva que esculpiera Fidias en marfil y oro para asombro de los siglos; los siglos no pueden ya asombrarse de tamaño portento; en Milán fue destruida la estatua ecuestre de Francisco Sforza, obra maestra de Leonardo de Vinci; buscaréis en vano las opulentas bibliotecas que fundara Abd-el-Rhaman en Córdoba. No tienen la ciencia, ni el arte, ni la cultura un ángel tutelar que los custodie. Y aun las obras que triunfan del olvido de los hombres y de los azares de la historia no han de vivir eternamente. Nuevas legiones de sabios, de eruditos, de evaluadores las criban, tamizan y seleccionan, y, a medida que la mente humana se enriquece con la labor de los vivos, se va aligerando del caudal que le legaron los muertos.
Cuanto llamamos con vanidosa hipérbole inmortalidad de la fama, es algo que no puede seducir a un espíritu filosófico, a un hombre pensador y reflexivo. Mata, que fue, sin duda, uno de estos hombres, no pudo sentir como estímulo de su labor el deseo de merecer un día la fama póstuma; porque él sabía que la fama póstuma, aun dentro de la historia de los pueblos, mero episodio de la vida universal, es un momento tan breve y fugitivo como el que media entre una voz que enmudece para siempre y el eco burlón que repita sus palabras. Su propio espíritu escéptico, quiero decir rebuscador y crítico, hubo de ser el primer enemigo de su obra. Sin embargo, Mata produjo su obra con la misma santa inocencia con que el árbol da su fruto, por una fatalidad creadora y fecunda. Mas esta fuerza creadora que rinde frutos de cultura sólo alienta en los privilegiados ejemplares de la especie, capaces de montar en pelo la quimera del ideal. Y no es sólo el espíritu escéptico, tan viejo como el pensar de los hombres y que en remotos tiempos produjo aquel universal, formidable bostezo salomónico del vanitas vanitatum et omnia vanitas sub sole, el enemigo del pensador y del filósofo. Contra este espíritu de los hombres se manifiesta por una necesidad y un placer de nutrirse y de acrecentar la especie, es también, en los hombres de fuerte mentalidad, la necesidad y el placer de pensar y exteriorizar el propio pensamiento. Contra la obra del filósofo, del pensador militan en España enemigos mucho más temibles.
***
En una nación pobre e ignorante – mi patriotismo, señores, me impide adular a mis compatriotas – donde la mayoría del os hombres no tienen otra actividad que la necesaria para ganar el pan, o alguna más para conspirar contra el pan de su prójimo; en una nación casi analfabeta, donde la ciencia, la filosofía y el arte se desdeñan por superfluos, cuando no se persiguen por corruptores; en un pueblo sin ansias de renovarse ni respecto a la tradición de sus mayores; en esta España, tan querida y tan desdichada, que frunce el hosco ceño o vuelve la espalda desdeñosa a los frutos de la cultura, decidme: el hombre que eleva su mente y su corazón a un ideal cualquiera, ¿no es un Hércules de alientos gigantescos cuyos hombres de atlante podrían sustentar montañas?
La proverbial intransigencia española es una de las muchas mentiras con que nos obsequian nuestros oradores. Para ser intransigentes necesitamos una fe que no tenemos: fe en nuestros ideales, fe, sobre todo, en nosotros mismos. Transigimos todos los días y a todas las horas; transigimos hasta el absurdo de sacrificar nuestras ideas, opiniones y sentimientos y adoptar las ajenas, movido por el miedo, por el provecho personal o el capricho de las circunstancias. Pero nuestra decantada intolerancia, es cierta. Cuando hemos cambiado nuestras opiniones por las del vecino y adoptado su punto de vista para considerar las cosas, cerramos fieramente contra aquel que las mira desde la orilla opuesta, aunque las mire desde donde nosotros las veíamos antes. ¡Respeto, Dios lo dé; amor, ni soñarlo! Y en las luchas del espíritu, el primer deber que nos imponemos consiste en no comprender a nuestros adversarios, en ignorar sus razones, porque sospechamos desde el fondo de nuestras brutalidad que si lográramos penetrarlas, desaparecería el casus belli. Nuestra mentalidad, cuando no adopta la forma de alimaña cazadora y astuta, aparece como gallo reñidor, con espolones afilados. Prefiere pelear a comprender, y casi nunca esgrime las armas de la cultura, que son las armas del amor. Y cuando se pasa de las grandes ciudades a las ciudades pequeñas – esta en que vivimos es, por excepción, señalada con justicia por la cultura, el respeto y la tolerancia – y de las ciudades pequeñas pasamos a los pueblos – en uno de ellos nació el hombre ilustre que hoy recordamos – y de los pueblos a las aldeas y a los campos donde florecen los crímenes sangrientos y brutales, sentimos que crece la hostilidad del medio, se agrava el encono de las pasiones y es más densa y sofocante la atmósfera de odio que se respira. En ningún país de Europa es tan aguda como en el nuestro la crisis de bondad que, con profundo tino, ha señalado el actual pontífice romano. Pues bien; en esta tierra española y en este rincón de España hubo un hombre que realizó la hazaña de escribir un libro de metafísica.
***
Yo no sé, ni me importa averiguar, cuál fuera la vida privada del filósofo. Ignoro si Mata era un humilde sacerdote consagrado a la práctica de una virtud sin tacha, o si era, acaso, un clérigo batallón e intrigante. Mas yo no dudo de que Mata fue buen en cuanto dio a su vida el sentido del ideal, la orientación generosa que todo hombre puede y debe dar a su actividad, cualquiera que sea la esfera en que ésta se desarrolle; yo no dudo de que Mata fue humilde en cuanto consagró su vida a arrojar en los baldíos páramos espirituales de su tierra, semilla que él no había de ver germinar; y no dudo de su fortaleza porque todo creador tiene el temple del acero y la dureza del diamante.
***
Honremos la memoria de Antonio Pérez de la Mata, porque con ello nos honramos a nosotros mismos. No tiene una sociedad valores más altos que sus hombres preclaros. Y si vosotros, los hijos de la estepa soriana, tan fecunda en hombres de espíritu potente, donde acaso naciera el glorioso y anónimo juglar que inauguró la epopeya de Castilla con la Gesta de Myo Cid, sentís en vuestros corazones al par del orgullo patriótico cierto legítimo orgullo regional, no será, creo yo, solamente por haber nacido en ese trozo del planeta, en medio de estas sierras sombrías y desoladas, era también, y sobre todo, porque evocáis en vuestra memoria nombres y hechos gloriosos y sentís que a ellos os unen los vínculos de la sangre y de la tierra.
***
Voy a terminar dirigiendo algunas palabras a los niños. Vosotros contribuís al homenaje que hoy rendimos a la memoria de don Antonio Pérez de la Mata, y vuestra presencia pudiera ser el más alto honor que se tributa al muerto. Y digo que pudiera ser, y no es, porque vosotros representáis un porvenir incierto. Vuestro mañana acaso sea un retorno a un pasado muerto y corrompido. Para que vosotros representéis la aura de un día claro y fecundo, preciso es que os aprestéis por el trabajo y la cultura a aportar al tesoro que os legaran las generaciones muertas, la obra viva de vuestras manos. Mañana seréis hombres, y esto quiere decir, que entraréis de lleno en la vida, y como la vida es lucha, vosotros seréis luchadores. En vuestros combates no empleéis sino las armas de la ciencia que son las ma´s fuertes, las armas de la cultura que son las armas del amor. Respetad a las personas porque la doctrina del Cristo os ordena el amor del prójimo, y el respeto es una forma del amor; mas colocad por encima de las personas los valores espirituales y las cosas a que estas personas se deben: sobre el magistrado, la justicia; sobre el profesor, la enseñanza; sobre el sacerdote, la religión; sobre el doctor, la ciencia. No aceptéis la cultura postiza que no pueda pasar por el tamiz de vuestra inteligencia. No creáis que Dios os ha colocado vuestras cabecitas sobre los hombros como un remate decorativo. Que vuestros seso os sirvan para el uso a que está destinados. Huid d la ociosidad espiritual que llena los cerebros de cavilaciones homicidas. Conservadlos íntegros para vuestra obra y vuestra voluntad como cuerda de ballesta en su máxima tensión.
No aceptéis jamás el reto de los vividores y de los intrigantes; porque si peleáis con ellos tendréis que emplear sus armas plebeyas, y aunque triunféis seréis degradados en el orden del espíritu, descendiendo de la categoría de hombres a la de bestias montaraces.
Si camináis a un remoto santuario, y hacéis larga romería, mientras más larga, mejor; no os paréis a ahuyentar los canes que os ladren, porque no llegaréis nunca. Decid con el poeta: ¿nos ladran?, señal de que caminamos; y seguid andando.
Aprended a distinguir los valores falsos de los verdaderos y el mérito real de las personas bajo toda suerte de disfraces. Un hombre mal vestido, pobre y desdeñado, puede ser un sabio, un héroe, un santo; el birrete de un doctor puede cubrir el cráneo de un imbécil.
Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen.
Desconfiad de todo lo aparatoso y solemne, que suele estar vacío. Amad a los buenos y a los sabios que son los poderosos de la tierra: porque ellos representan el único valor que contienen las multitudes humanas. Amad el trabajo y conquistad por él la confianza en vosotros mismos, para que llegue un día, después de largos años, en que vuestros nombres también merezcan recordarse.

He dicho. 



 Tierra Soriana, 10 de enero de 1911



Ideal Numantino, 13 de enero de 1911



 Tierra Soriana, 14 de enero de 1911

***

CRÓNICA DE PARÍS

Tierra Soriana, 1911, nº 859, 21 de marzo.

El acontecimiento más saliente de la semana es el nuevo drama de Paul Bourget. Los dramaturgos franceses no quieren sorprender al público con sus obras. Las avant-première – reparad en lo ilógico del vocablo – dan a conocer las producciones dramáticas, en vísperas de su estreno, a los periodistas, a los críticos y al gran mundo parisino. El mismo autor expone, a guisa de reclamo, en los diarios más leídos, el pensamiento capital de su obra. Mr. Paul Bourget se pregunta si esta moda, ya arraigada en París, es ventajosa o perjudicial.
“Evidentemente – se responde – un público que conoce por anticipado lo esencial del espectáculo a que asiste, está más capacitado para apreciar el detalle, la factura, las cualidades de arte; pero corre el peligro de formar prejuicios que le impidan juzgar imparcialmente la obra cuyo estreno presencia.”
Pero gracias a esta costumbre –buena o mala- podemos conocer nosotros el pensamiento dominante de la última producción de Paul Bourget, que se estrenará en el Vaudeville una de estas noches.
Paul Bourget continúa en su nuevo drama la serie de estudios de crítica social emprendidos en otras anteriores: L´Étape, Le Divorce, L´Émigré, L´Échéance, Paul Bourget pertenece a esa brillante pléyade de pensadores a quienes se ha llamado justamente tradicionalistas por positivismo y que constituyen en Francia, acaso, la expresión de la más alta intelectualidad.
Lemaître, Paul Adam, Barrès, Bourmont, Bourget, figuran en este grupo de franceses que inauguraron, hace ya algunos años, una tenaz reacción contra las tendencias ultra individualistas del resto de Francia.
“Mientras más estudio nuestra época – habla Paul Bourget – más me afirmo en la creencia de que parte de los males que hoy sufrimos, proviene del desconocimiento de esta ley, formulada al mismo tiempo por el católico Bonald y el empírico Augusto Comte, por el novelista Balzac y el biólogo, Haeckel: la unidad social no es el individuo sino la familia.
“Si esta ley es verdadera – añade – tratar de organizar la sociedad en función del individuo es sencillamente obrar contra natura. El hombre tiene este poder; le es dado pensar erróneamente e imponer su error a los hechos, hasta el momento en que los hechos se tomen por sí mismos la revancha. La necesidad conduce a quienes la siguen y arrastra a quienes a ella resisten. El proverbio latino: fata volentem ducunt; nolentem trahunt, es la misma verdad.”
Los hechos en Francia, según Bourget, han dado el más rotundo mentís al dogma del partido francés que se jacta de representar al porvenir. (Alude al sueño dorado del individualismo radical que constituye el fondo común y la común bandera de los partidos avanzados y del programa revolucionario.) Los derechos del individuo, la felicidad del individuo, el mérito del individuo, la libertad del individuo: tales expresiones van y vienen infatigablemente, desde hace años, en el Parlamento, en la prensa, en el teatro, en la novela, en las conversaciones particulares. El culto del individuo, tal es el dogma revolucionario por excelencia. Y en un país donde se profesa y se practica esta doctrina, parece que debieran abundar las grandes individualidades. Sin embargo, añade, nunca han escaseado tanto como hoy las individualidades poderosas. Las medianías pululan, las personalidades fuertes no aparecen por ninguna parte.
Recordad, en cambio, aquella generación de gigantes de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Los hombres de la Revolución francesa rompieron, en efecto, los principios fundamentales de la sociedad a la que pertenecían; pero evidentemente ella los engendró, de ella salieron: de una sociedad de familias, no de individuos. Y no fueron los acontecimientos extraordinarios y terribles la causa de la producción de estas potentes personalidades: las tragedias de 1870 y 71 fueron, en cambio, fecundas en valores íntimos y medianos.
Reconozcamos que en las sociedades fundadas sobre la familia se opera una fecunda y poderosa elaboración de energía; y un trabajo de constante despilfarro y agotamiento en las sociedades fundadas en el individuo. Individualismo e individualidad, que parecen sinónimos, pudieran ser dos términos contradictorios.
Sobre esta idea y en torno a ella, Paul Bourget ha escrito un drama, que en breve sancionará la crítica y el público. Esto nos importa poco.
Pero nos interesa mucho conocer; hoy que nuestra política sigue fielmente los giros de la política francesa, lo que piensan en Francia los hombres cuyo pensamiento merece tomarse en cuenta, que no son, precisamente, los hombres políticos.


CRÓNICA DE PARÍS

Tierra Soriana, nº 665, 4 de abril de 1911

Cuando juzgamos un país que no es el nuestro, señalamos en él como rasgo distintivo aquella nota que más nos sorprende, más en desacuerdo con vuestro carácter, con nuestras costumbres, con cuanto nos era familiar en nuestra tierra. Hay sobrados motivos para que obremos así y formulemos tales conclusiones;  pero no hay razón alguna para que nuestro juicio sea acertado. Cuanto nosotros – españoles – tengamos de más opuesto al genio de un inglés, ¿será necesariamente la característica de España? ¿Por qué ha de ser lo más francés de Francia, aquello que más hiera o deslumbre mis ojos españoles? ¿Por qué ha de ser una diferencia y no una semejanza lo que constituya la nota esencial, la verdadera entraña del pueblo que juzgamos al traspasar nuestras fronteras? Este criterio groseramente simplificador nos lleva a desatinar cuando hablamos de países extraños; con este criterio bárbaro se nos juzga a nosotros. Y al señalar las diferencias, sin reparar en las semejanzas, nuestro juicio suele ser negativo, inclinándose del lado de la censura o del menosprecio, porque nuestro amor propio nos lleva por mil caminos a considerar como un vicio – nunca como una virtud – la cualidad de que nosotros carecemos. Lo que los franceses llaman galantería, se designa en español con palabras que no pueden escribirse; lo que llaman franqueza catalanes y aragoneses se llama grosería y brutalidad en tierra de Castilla; quien guarda su dinero, piensa que es un fanfarrón el que lo gasta, y el hombre dadivoso piensa que el ahorrativo es un miserable. De pueblo a pueblo, de región a región, de hombre a hombre, cuando anotamos las diferencias, sólo la censura es sincera en nuestros labios, y bajo mil formas de aparente simpatía nuestras palabras sólo encierran aversión o desdeño.
El lector preguntará, acaso, qué relación pueden guardar estas consideraciones con una crónica de París. Voy a contestarle. Cuando un español llega a esta gran ciudad, ha de sufrir necesariamente, al ver su personalidad disminuida por la idea falsa y despectiva que los franceses han formado de nuestra España. Desde Madame D´Aulnoy hasta nuestros días – pasando por Mérimée, Hugo, Gautier, Richepin, etc,..” – una multitud de viajeros aburridos y observadores superficiales, han contribuido a forjar una España absurda y fantástica que a los españoles nos mueve a risa, cuando no llega a indignarnos. 
Es en vano que pretendáis convencer a estas gentes de que en España no existen ya inquisidores y autos de fe, ni hidalgos de gotera; es en vano decirles que la mayoría de los españoles no somos toreros, ni bailadores, ni guitarristas. Se lamentarán, en último caso, de que vayamos perdiendo nuestro carácter y afirmarán que, en breve, desapareceremos del mapa. ¡Como si no tuviéramos otra misión en el mundo que divertir al público de sus cafés cantantes!
La primera vez que estuve en París me preguntó una señora por qué no usaba el traje propio de mi país, asombrándose de que no fuera vestido de torero. ¿No es España, añadió, un país de toreadores? Tentado estuve de pagarle con otra pregunta, igualmente absurda, pero que hubiese encerrado una lógica semejante.
¿Cómo es que existen en París mujeres hornadas, que respetan a sus maridos y educan a sus hijos como buenas madres? Y ante la consiguiente estupefacción de la señora hubiese añadido: ¿No es París una ciudad de cocottes?
Tamaña grosería hubiera hecho comprender a la buena señora que no hay derecho a discurrir con las posaderas.

***
Para la mayoría de españoles y sudamericanos París es sencillamente la ciudad del placer y de la pornografía. He aquí una creencia absurda que encierra una enorme injusticia y una gran ignorancia. Es cierto que durante algún tiempo se han publicado en París las tres cuartas partes de las obras perversas, libidinosas o francamente obscenas que producía la literatura universal. Pero también es cierto que ni en el periodo de mayor rebajamiento estético ha sido Francia infecunda en hombres de alta y potente mentalidad consagrados a una labor honrada en el arte, en la filosofía, en las ciencias. Cierto es también que nunca sería más inoportuno reprochar a los franceses su desdén por la moral en las letras y en las costumbres que en esta época de potente reacción contra todas las tendencias insanas y degradantes, contra toda la literatura corruptora, contra todo arte afeminado y enfermizo, cuando la elite de la intelectualidad francesa parece de acuerdo para colocar por encima de todo – aun en detrimento de los fueros del arte y del pensamiento – los intereses de la sociedad y de la patria.

En nuestra tierra, en cambio, la más grosera pornografía empieza reinar en la literatura. Una turba de erotómanos se ha lanzado a la brecha. Ya tenemos casas editoriales que son fábricas de novelas sicalípticas, y a las librerías de Paris donde se venden libros españoles contemporáneos llegan multitud de obras con títulos y portadas que arden en un candil: La mujer fácil, El amor en pelota, La lengua X. ¡Apaga y vámonos!


EL PORVENIR CASTELLANO 

Sobre José María Palacio y el nacimiento de El Porvenir Castellano, reproducimos del libro "Periódicos de Soria, 1811-1994, de José María Latorre Macarrón, p. 138, el siguiente texto: "de afición y oficio periodístico muy asimilados, acuerda con Machado y otros hombres de letras preocupados por el futuro del país y de la provincia sacar adelante otro periódico". Por ello, prosigue José María Latorre más adelante, "deciden acometer en 1912, justo al término de Tierra Soriana, la publicación del inicialmente independiente El Porvenir Castellano, el periódico no sólo más longevo de estos años, sino también el de mayor trascendencia cultural. " "Antonio Machado, el periodista José María Palacio, el impresor Marcelo Reglero y el industrial Juan Aragón Martínez como propietario están, al menos, en el grupo de promotores de ese periódico chiquitín o periodiquín, que de ambas manera lo llamaron todos desde el principio. En la mancheta del primer número, el 1 de julio de 1912, sólo figuran Palacio como director y Reglero como administrador, aunque la firma de Machado -a quien, por otro lado, se atribuye el propio nombre del periódico- se esconde tras un seudónimo al pie del artículo Política y Cultura que aparece en páginas interiores".


***


POLÍTICA Y CULTURA[1]

El Porvenir Castellano, 1 de julio de 1912

Antonio Machado

            Es innegable el resurgimiento de la vida española[2], la mayor actividad para las ciencias, para las artes, para la industria, el nuevo afán de cultura, la afición a la crítica, a la investigación, al método, a la disciplina espiritual. Como despertarse de un sueño malo y tenebroso, el hombre de la pobre tierra de España ha sentido sed de luz, de constancia. Esta aspiración ha provocado un esfuerzo y este esfuerzo ha creado una energía. No es la España de hoy la España anémica y visionaria que marchó a un desastre sin grandeza al son de una charanga bullanguera. En las aulas, en los ateneos, en el periódico, en la clínica del médico, en el taller de artesano, en la plaza pública, aun en el seno de la masa rural, echaréis de ver este incremento de fuerza, de salud, de vitalidad. Solo en una esfera de la actividad española lo buscaréis en vano: en la política.    
         La política ha permanecido estacionaria, insensible al rudo golpe que puso al resto del organismo social en contacto con su conciencia. La política es hoy lo que fue ayer, momificada y empedernida, incapaz de renovarse, perecerá por imperativa.
         La aparente indiferencia del pueblo por los llamados ideales políticos, guarda en su seno un desprecio preñado de rencor, es un sabio desdén, fruto maduro caído a nuestros pies del árbol de la experiencia. El desprecio que emana de la conciencia, no de la vanidad, es una fuerza que no puede medirse, pero que sería absurdo negar.
         La llamada masa neutra, cuya indiferencia en materia política inquieta a los caciques afanosos de sufragios, ni es neutra ni es indiferente. En ella está toda la energía española, toda la pasión por el ideal, toda el ansia de nueva vida; porque esos hombres incapaces de militar en ningún partido, que rechazan con indignación la etiqueta de liberal, conservador o lerrouxista, y que no aceptan la humillación de llamar jefe  a ningún intrigante afortunado, son los hombres que piensan y sueñan, educan y trabajan, y se llaman Unamuno y Menéndez Pidal, Manjón y Giner de los Ríos, Cajal y Benavente; son el maestro, el sacerdote, el poeta, el médico, el investigador, el comerciante, el obrero, el labrador, son la España viva y fecunda que depura la tradición y prepara el porvenir.
         Toda la intelectualidad española está hoy de hecho fuera de la política y en ella no tiene intervención alguna; fuera de la política está la burguesía útil y laboriosa; fuera, también, la población obrera-ciudadana y la trabajadora campesina. Esta es la masa neutra, es decir: España. Sobre ella, los profesionales de la política forman una vasta colonia paritaria. Mientras unos hacen la patria, otros se la comen. Y cuando el político de oficio enarbolando su banderín descolorido pide sufragios como pudiera pedir garbanzos para su puchero. A cambio de ellos – votos o garbanzos – da palabras huecas, expresivas de otras tantas supersticiones.
         Sabemos el fracaso irremediable de todos los programas políticos y que en ninguno de ellos se atiende a las cuestiones vitales. Que Canalejas realice su programa o no lo realice, es cosa que comienza a tenernos sin cuidado. Secularizad los cementerios, proclamad la libertad para el culto, decretad el matrimonio civil, arrebatad al clero la enseñanza, ¿qué habréis conseguido? Nada. Esa batalla al clero que figura en todos los programas avanzados es una de tantas supercherías con que se agita y engaña al populacho.
         Hay muchos españoles que profesan la religión católica; cuando mueran se les enterrará bajo una cruz.
         Hay otros españoles que ni son católicos, ni profesan religión determinada. Si estos hombres hablaran sinceramente, os dirían: Que cuando muramos se nos entierre en profano, en sagrado o en último caso, que no se nos entierre, lo mismo nos da.
         Si aceptamos el matrimonio como lazo indisoluble - tal es, sin duda, nuestro caso - ¿por qué aceptar la fórmula civil y no la religiosa? Si fuera de la enorme masa católica no existe en España otro núcleo de creyentes con religión distinta – como acontece en otros países - ¿de qué nos serviría la libertad de culto? Si los maestros laicos no han demostrado hasta la fecha mayor cultura, más vocación y más amor a la enseñanza que los maestros católicos, ¿qué conseguiríamos con arrebatar a los curas la enseñanza? Que el maestro se vista por los pies o por la cabeza es cosa de poca trascendencia.
         Escuchad a los tradicionalistas y os hablarán de bellas irrealizables utopías, de regresiones imposibles; admiraréis esos cerebros absurdos, enmarañados, donde no se concibe el porvenir sino como reproducción exacta de lo pasado, sin perjuicio de incluir en el pasado todo el contenido del presente. Os dirán: España fue grande con la tradición; afirmación ambigua que equivale a decir: la grandeza de España consistió en mirar, como vosotros hacia atrás.
         Volved la vista a esa turba vocinglera de republicanos: El régimen es el mal. La República es la salvación de España. ¿Por qué? Preguntaréis. ¿Cómo una forma de gobierno por perfecta que sea, puede cambiar nada esencial? Inglaterra es el pueblo más monárquico del mundo y es el más poderoso. Repúblicas son Guatemala, Honduras y El Ecuador donde se vive por milagro y se anda en dos pies por misericordia divina.
         Seguid repasando credos políticos y en todos ellos descubriréis el absurdo, la oquedad mental, el fruto de la ineptitud y de la pereza, la ausencia absoluta de conservación de la vida, la fatua ignorancia adornada con plumas de pavón.
         ¿Qué existe un problema religioso? Sin duda. ¿Y un problema pedagógico? Evidente. ¿Y un problema de pan? Ciertísimo. Pero ¿qué saben de ello los políticos? Trepadores, cucañistas, rampantes, hombres de acción, en el peor sentido de la palabra, solo merecen el desprecio de los hombres sensatos y laboriosos. He aquí un estado de espíritu que empieza a ser un estado de conciencia en el pueblo español. ¿Indiferencia? No. Hostilidad desdeñosa, madura y reflexiva.
         Ahora bien, ¿puede un pueblo desentenderse en absoluto de cuanto atañe a la política? No. El desdén hacia los políticos no puede convertirse en desdén hacia la política. Esto equivaldría a poner en manos de la ineptitud la función directiva. ¿Cuál es, pues, el problema? Sin duda la creación de una clase directora. Para ello solo hay un camino: la cultura. El problema político es solo una fase del magno problema cultural.
MIRENO



[1] El Porvenir Castellano, 1 de julio de 1912.

[2] Para situar el contexto histórico y político de este artículo, ver Prosas Dispersas (1893-1936) de Jordi Doménech.  En la página 291 de ese mismo libro, su autor da una explicación del seudónimo Mireno, que nosotros reproducimos íntegramente: “Respecto al seudónimo del artículo, Mireno es uno de los pastores de El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina, autor éste entre los preferidos por Machado del teatro clásico español. Este artículo fue dado a conocer por Molinero (1993:149-62), aunque Carpintero (1989: 89) había dado ya anteriormente la referencia de su publicación en El Porvenir Castellano.”


***



UN LOCO


Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra
estéril y raída
donde la sombra de un centauro yerra.
  Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos,
a solas con su sombra y su locura,
va el loco hablando a gritos.
  Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones,
y ruinas de viejos encinares
coronando los agrios serrijones.
  El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera.
Es horrible y grotesca su figura;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado,
ojos de calentura
iluminan su rostro demacrado.
  Huye de la ciudad... Pobres maldades,
misérrimas virtudes y quehaceres
de chulos aburridos, y ruindades
de ociosos mercaderes.
  Por los campos de Dios el loco avanza.
Tras la tierra esquelética y sequiza
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza—
hay un sueño de lirio en lontananza.
  Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano!
—¡carne triste y espíritu villano!—.
  No fue por una trágica amargura
esta alma errante desgajada y rota;
purga un pecado ajeno: la cordura,
la terrible cordura del idiota.

 El Porvenir Castellano, 27 de enero de 1913.

A UN OLMO SECO



                                Dibujo original de Justo García Lázaro 



Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo,

algunas hojas verde le han salido.

¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

hunden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que, rojo en el hogar, mañana
ardas, de alguna mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hacia la mar te empuje,
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.


El Porvenir Castellano, 20 de febrero de 1913.


Del pasado efímero

Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancho recibir un día,

tiene mustia la tez, el pelo cano,

ojos velados por melancolía;

bajo el bigote gris, labios de hastío,

y una triste expresión, que no es tristeza,

sino algo más y menos: el vacío

del mundo en la oquedad de su cabeza.

Aún luce de corinto terciopelo

chaqueta y pantalón abotinado,

y un cordobés color de caramelo,

pulido y torneado.

Tres veces heredó; tres ha perdido

al monte su caudal: dos ha enviudado.

Sólo se anima ante el azar prohibido,

sobre el verde tapete reclinado,

o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.



El Porvenir Castellano, 6 de marzo de 1913





SOBRE PEDAGOGÍA

El Porvenir Castellano, Año II, nº 73, 10 de marzo de 1913

Antonio Machado

         Decía, en carta que dirigí hace ya tiempo a mi querido amigo el joven maestro Ortega Gasset, que a mi entender, parte del estudio de la vida española caía dentro del dominio del “Folk-Lore”, o, mejor, de un tratado de psicología campesina. Quiero hoy señalar este punto de vista, que no pretendo -¡claro está!- haber descubierto, a aquellos que se preocupan del problema pedagógico. A ello me anima la noticia de una conferencia sobre enseñanza de D. Manuel Cossío, quien, con profundo tino, ha indicado la conveniencia de enviar los mejores maestros a las escuelas del campo.
         Los elementos dominantes en España son esencia y casi exclusivamente rurales. Una visión superficial de la vida española parece contener implícita la afirmación contraria. Clásico es ya el cuadro de la España que sufre y trabaja, arrancando con sudor el pan a la tierra, y sobre cuyas nobles espaldas viven unas cuantas colonias parasitarias de ociosos y mangoneadores. ¿Es esto cierto? Concedámoslo. Pero bien pudiéramos corregir el cuadro pintando, a nuestra vez, a este mismo campesino envilecido y explotado, luciendo pomposos y honoríficos disfraces y encaramados en las cumbres del poder. La mentalidad española gobernante ha sido hasta hace poco –del porvenir no hablemos – una mentalidad villorrio campesina, cuando no montaraz. Muy torpe será quien no vea en la política española el triunfo de ciertos núcleos de paletos, más o menos conspicuos, acaparando las funciones del mando, conquistadas por la astucia y la intriga, es decir, por la inteligencia práctica campesina, por la inteligencia carente de ideal. Muy torpe será quien no vea en la política española el triunfo de los defectos y virtudes del campo a través de un sufragio de analfabetos.
         Mientras no se descienda a estudiar al hombre del campo, no acabaremos de explicarnos los más rudimentarios fenómenos catastróficos de la vida española. De los dos momentos que nos empujan – no dirigen porque no pueden dirigir lo inconsciente -, que nos mueven o arrastran a un porvenir más o menos, están ausentes las huellas de la ciudadanía. Ambos son campesinos. Estos elementos son la política y la Iglesia, o, por decirlo claramente, los caciques y los curas. En algunos casos los vemos confundidos en otros, diferenciados, a veces en pugna, pero siempre compartiendo el dominio, sobreponiéndose, dando el color, el carácter, marcando la dirección de la vida nacional. Si pensáis otra cosa es, sin duda porque vivís en centros urbanos populosos, donde ciertas agitaciones parciales, más o menos profundas – generalmente menos – os impiden sentir la fuerza que infunde movimiento a la masa total. En vuestras naves clamorosas os movéis a vuestro antojo y sabéis la dirección de vuestros pasos; pero ignoráis la ruta del barco. Debo advertir que estos elementos citados no han de ser necesariamente despreciables; no se trata de combatirlos, sino de conocerlos se les señala aquí a la curiosidad de los inteligentes, no al sido de los sectarios. Acaso en ellos se encuentren las virtudes radicales y los cimientos de una sólida pedagogía. Acaso... Pero vamos a lo que íbamos.
         Es preciso enviar los mejores maestros a las últimas escuelas, ha dicho el ilustre pedagogo español. En efecto, si la ciudad no manda al campo verdaderos maestros, sino sólo guardias civiles y revistas de toros el campo mandará sus pardillos y abogados de secano, sus caciques e intrigantes a las cumbres del Poder y los mandará también a las Academias y a las Universidades.
         Pero no basta enviar maestros; es preciso enviar también investigadores del alma campesina, hombres que vayan no sólo a enseñar, sino a aprender.
Cuando afirmamos que España necesita cultura, decimos algo tan incontrovertible como vago, algo que equivale a proclamar la salud como una necesidad imprescindible para los enfermos. Que les echen salud a los enfermos, pan a los hambrientos y cultura a los analfabetos. Muy bien. Pero todos sabemos que el enfermo es algo más que la enfermedad, y que la enfermedad no es, sencillamente, falta de salud, sino algo que es preciso estudiar en el paciente el microbio H o el bacilo B, dañando el pulmón o el intestino. También sabemos que el cerebro de un ignorante no es, ni mucho menos, una página en blanco.
         Atrevámonos a afirmar que tampoco hay una ignorancia, sino muchas, y que es preciso descender al ignorante para conocerlas. Añadamos también que no hay una cultura, sino varias, y que el cerebro más refractario a ésta pudiera  ser ávido de aquélla. En suma, es preciso acudir al analfabeto, y no precisamente para medirle el cráneo, sino para enterarse de lo que tiene dentro. En este sentido únicamente – entiéndanme los demasiado advertidas – me atrevo a señalar el punto de vista “folklórico” de la pedagogía.
         A esa labor de europeizar a España, tan insistentemente aconsejada por el egregio Costa, y que hoy tiene una expresión práctica y concreta en la Junta para ampliación de estudios, hemos de darle su necesario complemento con esta otra labor, no menos fecunda, de los investigadores del alma popular. Esto parece claro y puede que no se entienda. No se trata de descubrir un camino y mucho menos de indicar una ruta que excluya a las demás. No. Pasó la época en que cada doctor pretendía el privilegio de una droga única para curarlo todo. Tenemos jóvenes que van a estudiar a Francia, Alemania, Inglaterra. Muy bien. Por muchos que sean, nunca serán bastantes. Tenemos quienes investigan en archivos y bibliotecas españolas, con el noble deseo de desempolvar y sacar al sol nuestra cultura y nuestra Historia. Son pocos; hacen falta más. Pero ¿quiénes son los investigadores del pasado, vivo en el presente de nuestra raza? ¡Cuántos que pretenden arrancar secretos a las piedras de España han olvidado interrogar a los hombres!
         Asistimos en literatura a un resurgimiento que se caracteriza por la tendencia a ponernos en contacto inmediato con la realidad española. El maestro Unamuno, Baroja, Azorin.. Valle Inclán, por no citar sino algunos de la gloriosa promoción del 98, han contribuido a formarnos una nueva visión de España, y ya se anuncia – digámoslo sin rebozo – un nuevo escalofrío de la patria. En la obra de estos escritores cuenta por mucho el elemento exótico, pero no olvidemos que una intensa y directa observación de la vida española constituye, acaso, su más alta virtud. Estos hombres por cuenta propia y sin auxilio alguno del Estado, han recorrido, curioseado, estudiado y aun descubierto mucho ignorado que teníamos en casa. Se nos dirá que no han hecho sino contrastar lo de dentro con lo de fuera. Conformes. No es menos cierto que urge explorar el alma española y que la pedagogía puede seguir también este camino.

         En una colección de artículos publicados recientemente por Don Miguel de Unamuno, bajo el título de “Contra esto y aquello”, discurre el ilustre vasco sobre cuestiones de enseñanza, a propósito de un libro del argentino Rojas. En un trabajo titulado “La Argentina”, dice estas parecidas palabras: La restauración nacionalista de que Rojas nos habla, debe empezar por la escuela, que será en la Argentina cuna de la “argentinidad”, como debe ser en España cuna de la “españolidad”. Esto parece evidente. Si las escuelas no han de ser ineficaces – y bien pudieran serlo aún duplicando su número -, han de servir para formar españoles. Pero, ¿sabemos nosotros lo que es o puede ser un español?



El Porvenir Castellano, 5 de marzo de 1913
LAS ENCINAS

A los señores de Masriera, 
en recuerdo de una expedición a El Pardo.



¡Encinares castellanos 

en laderas y altozanos, 

serrijones y colinas 

llenos de oscura maleza, 

encinas, pardas encinas; 

humildad y fortaleza! 

Mientras que llenándoos va 

el hacha de calvijares, 

¿nadie cantaros sabrá, 

encinares? 

El roble es la guerra, el roble 

dice el valor y el coraje, 

rabia inmoble 

en su torcido ramaje; 

y es más rudo 

que la encina, más nervudo, 
más altivo y más señor. 
El alto roble parece 
que recalca y ennudece 
su robustez como atleta 
que, erguido, afinca en el suelo. 
El pino es el mar y el cielo 
y la montaña: el planeta. 
La palmera es el desierto, 
el sol y la lejanía: 
la sed; una fuente fría 
soñada en el campo yerto. 
Las hayas son la leyenda. 
Alguien, en las viejas hayas, 
leía una historia horrenda 
de crímenes y batallas. 
¿Quién ha visto sin temblar 
un hayedo en un pinar? 
Los chopos son la ribera, 
liras de la primavera, 
cerca del agua que fluye, 
pasa y huye, 
viva o lenta, 
que se emboca turbulenta 
o en remanso se dilata. 
En su eterno escalofrío 
copian del agua del río 
las vivas ondas de plata. 
De los parques las olmedas 
son las buenas arboledas 
que nos han visto jugar, 
cuando eran nuestros cabellos 
rubios y, con nieve en ellos, 
nos han de ver meditar. 
Tiene el manzano el olor 
de su poma, 
el eucalipto el aroma 
de sus hojas, de su flor 
el naranjo la fragancia; 
y es del huerto 
la elegancia 
el ciprés oscuro y yerto. 
¿Qué tienes tú, negra encina 
campesina, 
con tus ramas sin color 
en el campo sin verdor; 
con tu tronco ceniciento 
sin esbeltez ni altiveza, 
con tu vigor sin tormento, 
y tu humildad que es firmeza? 
En tu copa ancha y redonda 
nada brilla, 
ni tu verdioscura fronda 
ni tu flor verdiamarilla. 
Nada es lindo ni arrogante 
en tu porte, ni guerrero, 
nada fiero 
que aderece su talante. 
Brotas derecha o torcida 
con esa humildad que cede 
sólo a la ley de la vida, 
que es vivir como se puede. 
El campo mismo se hizo 
árbol en ti, parda encina. 
Ya bajo el sol que calcina, 
ya contra el hielo invernizo, 
el bochorno y la borrasca, 
el agosto y el enero, 
los copos de la nevasca, 
los hilos del aguacero, 
siempre firme, siempre igual, 
impasible, casta y buena, 
¡oh tú, robusta y serena, 
eterna encina rural 
de los negros encinares 
de la raya aragonesa 
y las crestas militares 
de la tierra pamplonesa; 
encinas de Extremadura, 
de Castilla, que hizo a España, 
encinas de la llanura, 
del cerro y de la montaña; 
encinas del alto llano 
que el joven Duero rodea, 
y del Tajo que serpea 
por el suelo toledano; 
encinas de junto al mar 
—en Santander—, encinar 
que pones tu nota arisca, 
como un castellano ceño, 
en Córdoba la morisca, 
y tú, encinar madrileño, 
bajo Guadarrama frío, 
tan hermoso, tan sombrío, 
con tu adustez castellana 
corrigiendo, 
la vanidad y el atuendo 
y la hetiquez cortesana!... 
Ya sé, encinas 
campesinas, 
que os pintaron, con lebreles 
elegantes y corceles, 
los más egregios pinceles, 
y os cantaron los poetas 
augustales, 
que os asordan escopetas 
de cazadores reales; 
mas sois el campo y el lar 
y la sombra tutelar 
de los buenos aldeanos 
que visten parda estameña, 
y que cortan vuestra leña 
con sus manos.


  El Porvenir Castellano, 23 de julio de 1914

CRÓNICA
Para D. Antonio Machado
El Porvenir Castellano, 29 de Junio de 1913

Poeta insigne y entrañable amigo: queda cumplida la promesa que le hice en una de mis últimas cartas. Hoy hace un año que llevé a su inolvidable Leonor (q.e.p.d.) un ramo de rosas cortado en el jardín de nuestro amigo Aparicio. Y se las entregué en la plazoleta de El Mirón, adonde la llevaba usted y una madre amante, para que la malograda esposa encontrase alivio a su mal, respirando aire puro bajo un olmo secular.
Cuando yo llevé las rosas estaba sola Leonor. ¡Y cuánto la alegraron nuestras flores! Ellas despertaban nuevas esperanzas en nuestra pobre enferma, sin duda, porque su espíritu era tan delicado como las rosas.
También hoy la he dedicado otro ramo pero, ¡ay! se lo he llevado a su tumba.
Era un día como aquél, sereno y caliginoso, y en vez de ir a encontrar a la esposa del poeta y del amigo bajo la sombra del olmo secular y frondoso, he dirigido mis pasos al cementerio. Los cerrillos contiguos a El Espino tenían ese claro oscuro de las primeras horas de la mañana.
Allá abajo, en las praderas, contiguas al Duero descritas por V. con suprema poesía en Campos de Castilla, grupos de jóvenes alegres, esperaban la salida del sol.
El pueblo da una virtud a las flores cogidas al amanecer en el día de San Juan. Esta virtud podía ser una esperanza para nosotros en el año pasado. En este, yacía sepulta bajo la tierra triste y sagrada donde crecen yerbas y cipreses. Dos guardadores del cementerio cortaban las hierbas con unas hoces que “mirando al Cielo” eran un símbolo. Los cipreses evocaban a Nuñez de Arce, y a los poetas sentimentales.

***

La tierra parda de las heredades labrantías, las serrezuelas plomizas y los prados angostos, han adquirido la tonalidad luminosa propia de un día de junio a las nueve de la mañana. En el cementerio había un silencio inalterable. Junto a una tumba, una mujer enlutada, como figura de un cuadro de Zuloaga, debía rezar una oración.
Y en esta hora solemne, he tomado mis rosas y las he extendido sobre la tumba de la que fue digna y amantísima esposa de usted. Las he extendido sobre la superficie para cubrirla de un color delicado y de un aroma ideal. He querido tejer una corona y he fracasado en el intento. Yo debo sentir el arte en el alma, pero no lo llevo en las manos. Y es que he venido al cementerio a eso, a rendir un tributo del alma.
Y sobre esta tumba que he reverenciado muy de corazón por los dos, amigo Machado, se que ha tejido usted una larga corona de dolor, de un gran dolor, para el cual su lira sublime conquistará laureles y tendrá emblemas consagrados por el cariño y acrisolados por el Ideal.
Usted que es hombre de gran corazón y de gran espíritu, ha comprendido que hay en el mismo Dolor fuerzas para nuestra vida espiritual.
Si la Humanidad toda comprendiera sus dolores, no podría evitar la desdicha de sentirlos pero en ella misma habría algo grande y consolador.
De la tumba de Leonor, su malograda esposa, he ido a la de Carmen, mi malograda hija. Allí he dejado nuevas rosas, todas muy fragantes. ¡Pobre hija mía! Y de esta última tumba he ido a la de mi madre política, y sobre ella he hecho otra burda corona de flores.
No podía rendir hoy este tributo a todos mis muertos queridos. Lejos de aquí están las huesas de mi padre y de su hermana Vicenta. Para ellos he enviado más allá del horizonte un ramillete de pensamientos.
Esta santa obra de rendir tributo a nuestros muertos produce en el alma una sensación triste y dichosa a la vez.
¡Tal vez no haya en la vida nada más apacible ni más grato que el ir a depositar flores sobre la tumba de nuestros muertos amados! Parece que sale de la tierra un vaho de bendición. Y del Cielo baja un himno de Amor.
A ese Amor he entonado hoy una oda que mi pobre prosa no ha sabido expresar, pero la siento muy honda dentro del corazón.



HELLÉNICAS
HELÉ
PROLOGO [1] LIBRO DE MANUEL HILARIO AYUSO[2]

El Porvenir Castellano, 30 de noviembre y 3 de diciembre de 1914


            Conocí a Ayuso hace ya muchos años, cuando terminaba su carrera de Letras y en la clase de sociología que explicaba el maestro Sales y Ferré. Ayuso me habló entonces de su tierra, enclavada en el corazón de la antigua Celtiberia, y del Burgo de Osma, su villa natal, la vieja Uxama de los romanos.
         Cuando, más tarde, obtuve yo cátedra de profesor de lenguas, elegí la plaza de Soria, y allá encontré a Ayuso, el buen camarada a quien durante varios años había yo perdido de vista.
         El estudiante imberbe era ya un hombre con toda la barba, doctor en Letras y en Filosofía, abogado y ardiente propagandista republicano. Ayuso residía en Madrid, pero iba a Soria con frecuencia, de paso para el Burgo, y allí – inevitablemente – celebraba un meeting político.
         Mostraba Ayuso en us fogosas peroratas un gran amor a su tierra y a sus contemporáneos, por el cual era tímidamente correspondido. Se estimaba a Ayuso como joven aventajado que, a fin de cuentas, honraba a la comarca; pero aquel su ardiente idealismo, aquel su ímpetu generoso y batallador, se juzgaba inoportuno, peligroso, insensato. Los más íntimos censurábanle su desinterés. Siendo Ayuso hijo de una de las familias más distinguidas y acomodadas de Soria, juzgábase incomprensible que renunciase al caudal de autoridad, de influencia y de respetabilidad que por herencia le correspondía. Se pensaba que Ayuso había nacido, en suma, para cacique de la comarca, y que, por una extraña locura, se dedicaba a combatir el caciquismo en pro de los humildes. Dentro de la mentalidad provinciana, todo idealismo cae siempre al margen de la cordura. Yo tampoco – lo confieso – podía comprender cómo este hombre culto, fino, artista, se complacía en agitar ante las multitudes la bandera mustia y descolorida del jacobinismo español. Nada, en verdad, más lamentable, desde el punto de vista estético y – hasta como ahora se dice – cultural, que los tópicos de ordenanzas con que los oradores políticos suelen obsequiar a las masas republicanas. Pero en los discursos de Ayuso había un donquijostismo resuelto, un idealismo ferviente y esa impermeabilidad para el ridículo, que es el distintivo de los caracteres enérgicos. Todo hombre razonable – y Ayuso lo era – sabe lo que tantas veces oímos de labios del maestro Sales: que el medio es necesariamente más fuerte que el individuo. Pero hay hombres – y Ayuso es uno de ellos – capaces de escuchar voces más hondas que los dictados de su corazón. Con ellos se va nuestra simpatía, porque sospechamos que estos hombres inquietos, descontentos, sistemáticamente incomprensivos de la realidad superficial, tienen intuición de una realidad más honda, y que ellos son, en todas partes, el elemento propulsor, progresivo, y que sin ellos la vida de los resignados, de los adaptados, se ahogaría en la rutina, en el automatismo y en la inercia. Nuestra simpatía hacia los que el vulgo llama locos, es como nuestro amor hacia los niños: simpatía y amor hacia lo nuevo, porque sólo una nueva conciencia o una nueva forma de conciencia, pueden añadir algo a nuestro universo. Siempre que he visto a un hombre solo, o seguido de menguada hueste, luchar contra el medio en que vive, he sentido el orgullo de pertenecer a la especie humana.
         Ayuso, en Soria, se me agigantaba; y no, ciertamente, porque aquella comarca sea tierra estéril para el espíritu. No. Aquella altiplanicie numantina ha sido fecunda madre de místicos, de poetas, de pensadores. Por allí debí nacer el juglar anónimo que compuso la Gesta de Myo Cid; de aquella tierra fue el padre Laynez, a quien debe la Compañía de Jesús su formidable organización política y eclesiástica; de allí, sor María, la monja de Agreda, que gobernó en España con el IV Felipe; y todo el movimiento filosófico moderno español, al margen de la escolástica, arranca de un pensador ilustre, hijo de la tierra soriana, de don Julián Sanz del Río, a quien deben su verticalidad – según frase del maestro Giner – la mitad, por lo menos, de los españoles que andan hoy en dos pies. Pero, en la época a que me refiero, Soria dormía a la sombra de su vieja colegiata; Soria, la ciudad mística, tan noble y tan bella, parecía encantada entre sus piedras venerables. Había muerto don Antonio Pérez de la Mata, aquel clérigo inquieto y batallador, maestro de Psicología, uno de los vástagos más robustos del krausismo español, cuyos libros son tan estimados en Alemania como ignorados en España. No quedaba ningún inquietador de espíritus, y Soria se echó a dormir. Todos sabemos lo que es una ciudad dormida – tal es el caso de casi todas las urbes españolas -; una ciudad donde se piensa que nuestra vida es algo hecho de una vez para siempre; un coche, más o menos flamante, más o menos destartalado, que arrastran pencos matalones o fogosos corceles, que conduce un diestro auriga o un cochero borracho, que podrá llegar no importa adonde, o estrellarse en la cuneta del camino, y que nada de esto interesa ni debe preocupar a nadie; lo importante e toma asiento en el vehículo y acomodarse en él lo mejor que se pueda. Soria dormida –corta siesta, en verdad -, y Manuel Ayuso, por amor de sus paisanos, se aprestó a despertarla.
Han pasado algunos años, y hoy amanece por aquellas tierras un ansia de conciencia y de porvenir que dará sus frutos. Al tiempo, Manuel Ayuso, en tanto, peregrina y guerrea por tierras de Andalucía.
Y éste es el hombre que hoy os ofrece una colección de sus poesías. El hombre, digo, y no el poeta, porque poeta llamamos hoy a mucho profesional de la rima. Pero al deciros que es un hombre el que os ofrece sus versos, claro digo que estos versos son poesía, porque ellos han de revelar un alma capaz de pensamiento y de pasión.
En un soberbio autorretrato, dice Ayuso de sí:

Aunque soy ateniense por mi fe y por mis bríos,
nací en la Hesperia triste...

         Nació en efecto, Ayuso, en la Hesperia triste, pero buscaréis en vano la tristeza de Ayuso. Ayuso no es triste. ¿Cómo ha de selo quien se siente creador? Pero ¿acaso es triste la tierra de Ayuso? Mejor diríamos que padece tristeza. Del helenismo de Ayuso, de su gran amor a Helena, la belleza inmortal, tampoco dudo.

Y, en fin, tras de un esfuerzo de diez y nueve cursos,
llegué a ser viajante en meetinsg y discursos.

         Bien se que a Ayuso no le basta rendir culto a la belleza y a la sabiduría. Este viajante, en meetings y en discursos, y este doble doctor, piensa, acaso, que la conciencia y la justicia no son un privilegio de casta, y busca a los pobres, a los desheredados, y les revela con palabras de fuego toda la iniquidad que padecen. Por eso viaja Ayuso con sus diecinueve cursos a cuestas. ¿Veis al hombre del libro? He aquí lo que yo quisiera mostraros. Ayuso supera su propio helenismo para ver en cada hombre a un prójimo, objeto de amor, capaz de conciencia, de dignidad, de libertad, en suma.
Manuel Ayuso hace política y poesía. Ambas cosas son perfectamente compatibles. Me atreveré a decir más: ha sido casi siempre la poesía el arte que no puede convertise en actividad única, en profesión. Un hombre consagrado a la veterinaria, a la esgrima o a la crematística, me parece muy bien; un hombre consagrado a la poesía paréceme que no será nunca un poeta. Porque el poeta no sacará nunca la poesía de la poesía misma. Crear es sacar una cosa de otra, convertir una cosa en otra, y la materia sobre la cual se opera, no puede ser la obra misma. Así, una abeja consagrada a la miel – y no a las flores – será más bien un zángano, y un hombre consagrado a la poesía y no a las mil realidades de su vida, será el más grave enemigo de las musas.
         Hemos definido lo bello como algo opuesto a lo útil, y lo útil como algo que se opone a lo desinteresado. De este modo jugamos torpemente con las palabras. Gentes hay capaces de afirmar que una balada de Goethe no sirve para nada, y otras, no menos bárbaras, que niegan toda dignidad a un puchero porque en él se cuecen garbanzos. Desdeñar una porcelana de Sèvres cuando se necesita un cántaro con agua es, tal vez, más disculpable que desdeñar el vaso en que se bebe cuando está saciada la sed. Sin embargo, yo pregunto: ¿sabéis vosotros para qué sirve el vaso en que se bebe? Si me decís que sirve para beber; nada me respondéis, porque yo seguiré preguntando: ¿para qué sirve el beber? Y si me replicáis que el beber sirve para vivir, yo os responderé que vosotros no sabéis para qué sirve el vivir. Ni vosotros ni yo. Pero si no sois absolutamente bárbaros ante el vaso en que se bebe, respetaréis algo del misterio mismo de la vida, y si pensáis que la vida pudiera tener un alto y noble fin, no podréis despreciar el vaso en que se bebe para vivir, y si creéis que la vida es un mal, acaso un crimen, el vaso en que se bebe será para vosotros un objeto trágico. Ahora bien, yo sigo preguntando: ¿cuál es el vaso del poeta? ¿El vaso en que se bebe, el vaso misterioso que llamáis útil y que, en verdad, no sabemos para qué sirve? ¿O el vaso con que se adorna el rincón de una estancia, ese que ya sabemos que no sirve para nada?
Pudiera no satisfacernos el arte ornamental y decorativo por no estar suficientemente emancipado de la utilidad; pudiera también desagradarnos por todo lo contrario, porque el objeto decorativo, conservando una forma utilitaria, nos recuerde la relación vital que a él nos unía y que hemos roto torpemente a cambio de un deleite mezquino. Dios anda en los pucheros – dijo Santa Teresa de Jesús -, pero se refería a los pucheros en que se cuecen garbanzos.
         Y con este rodeo voy, no obstante, a lo que iba. Si un hombre dedicado a pintar flores en una cafetera – o a esculpir quimeras en una copa – nos parece un artista disminuido, el hombre que cultiva el arte por el arte nos parece alto tan fantástico y absurdo, como una mosca que pretendiera cazarse a sí misma. Por lo demás, erigir el arte en fin, no es ennoblecerlo, sino degradarlo. Ni el reino de los fines, ni el reino de Dios, son de este mundo. El arte podrá ser, cuando más, una escalera para llegar a Dios; pero una escalera será siempre un medio para subir; si pretendemos divinizarla, caeremos en idolatría, en fetichismo, en superstición.
         Manuel Ayuso no es profesional. De la política, de la filosofía, de su contacto con el pueblo, de su alma y de su vida, en suma, saca Ayuso la materia que transforma en poesía. De esa vida, rica y fecunda, de esta  noble vida de hombre, no de poeta – porque una vida de poeta no es absolutamente nada -, ha salido, entre otras cosas, el hermoso libro que tendréis la fortuna de leer.
         Claro es que este libro se escribió al margen de la vida política y militante de Manuel Ayuso, y más como una reacción contra ella que con el propósito de expresarla. No importa. Al margen de su vida de soldados, Jorge Manrique escribió sus coplas inmortales, y Garcilaso, sus bellas églogas. Pero si Garcilaso ni don Jorge se dedicaron a la lírica, sino a la guerra. Cuando se cierre el ciclo, próximo a fenecer, de la barbarie erudita, se explicará a Garcilaso y, sobre todo, al inmenso Manrique, por su vida de soldados y no por las influencias literarias que ambos padecieron.
         Insisto, pues, en señalaros al hombre de ese libro, de  este hermoso libro de poesía, lleno de gracia, de elegancia, de cultura, de helenismo y de algo que vale mucho más que todo esto: de pensamiento y de pasión.








[1] El Porvenir Castellano, 30 de noviembre y 3 de diciembre de 1914
[2] Manuel Hilario Ayuso Iglesias (El Burgo de Osma, 1880 – Madrid, 1944). 


D. FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS[1]


A D. Francisco Giner de los Ríos,
                                                                    El Porvenir Castellano, 4 de marzo de 1915


         Los párvulos aguardábamos, jugando en el jardín de la Institución, al maestro querido. Cuando aparecía D. Francisco, corríamos a él con infantil algazara y lo llevábamos en volandas hasta la puerta de la clase. Hoy, al tener noticia de su muerte, he recordado al maestro de hace treinta años. Yo era entonces un niño; él tenía ya la barba el cabello blanco.
         En su clase de párvulos, como en su cátedra universitaria, Don Francisco se sentaba siempre entre sus alumnos y trabajaba con ellos familiar y amorosamente. El respeto lo ponían los niños o los hombres que congregaba el maestro en torno suyo. Su modo de enseñar era el socrático, el diálogo sencillo y persuasivo. Estimulaba el alma de sus discípulos - de los hombres o de los niños – para que la ciencia fuese pensada, vivida por ellos mismos. Muchos profesores piensan haber dicho bastante contra la enseñanza rutinaria y dogmática, recomendando a sus alumnos que no aprendan las palabras, sino los conceptos de textos o de conferencias. Ignoran que hay muy poca diferencia entre aprender palabras y recitar conceptos. Son dos operaciones casi igualmente mecánicas. Lo que importa es aprender a pensar, a utilizar nuestros propios sesos para el uso a que están por naturaleza destinados y a calcar fielmente la línea sinuosa y siempre original de nuestro propio sentir, a ser nosotros mismos, para poner mañana el sello de nuestra alma en nuestra obra.
         Don Francisco Giner no creía que la ciencia es el fruto del árbol paradisíaco, el fruto colgado de una alta rama, maduro y dorado en espera de una mano atrevida y codiciosa; sino una semilla que ha de germinar y florecer y madurar en las almas. Porque pensaba así, hizo casi tantos maestros como discípulos tuvo.
         Desdeñaba D. Francisco Giner todo lo aparatoso, lo decorativo, lo solemne, lo ritual, el inerte y pintado caparazón que acompaña a las cosas del espíritu y que acaba siempre por ahogarlas. Cuando veía aparecer en sus clases del Doctorado – él tenía una pupila de lince para conocer a las gentes – a esos estudiantones hueros, que van a las aulas sin vocación alguna, pero ávidos de obtener a fin de año un papelito con una nota, para canjearlo más tarde por un diploma en papel vitela, sentía una profunda tristeza, una amargura que rara vez disimulaba. Llegaba hasta rogarles que se marchasen, que tomasen el programa H o el texto B, para que, a fin de curso, el señor X los examinase. Sabido es que el maestro de maestros no examinaba nunca.
         Era D. Francisco un hombre incapaz de mentir e incapaz de callar la verdad; pero su espíritu fino, delicado, no podía adoptar la forma tosca y violenta de la franqueza catalana derivada necesariamente hacia la ironía desconcertante y cáustica, con la cual no pretendió nunca herir o denigrar a su prójimo, sino mejorarle. Como todos los grandes andaluces, era don Francisco la viva antítesis del andaluz de pandereta, del andaluz mueble, jactancioso, hiperbolizante y amigo de lo que brilla y de lo que truena. Era sencillo, austero hasta la santidad, amigo de las proporciones justas y de las medidas cabales. Era un místico, pero no contemplativo y extático, sino laborioso y activo. Tenía el alma fundadora de Teresa de Ávila y de Iñigo de Loyola; pero él se adueñaba de los espíritus por la libertad y por el amor. Toda la España viva, joven y fecunda acabó por agruparse en torno al imán invisible de aquel alma tan fuerte y tan pura.
         Y hace unos días se nos marchó, no sabemos a dónde. Yo pienso que se fue hacia la luz. Jamás creeré en su muerte. Solo pasan para siempre los muertos y las sombras, los que no vivían la propia vida. Yo creo que solo mueren definitivamente – perdonadme esta fe un tanto herética – sin salvación posible, los malvados y los farsantes, esos hombres de presa que llamamos caciques, esos repugnantes cucañistas que se dicen políticos, los histriones de todos los escenarios, los fariseos de todos los cultos, y que muchos, cuyas estatuas de bronce enmohece el tiempo han muerto aquí y, probablemente allá, aunque sus nombres se conservan escritos en pedestales marmóreos.
         Bien harán, amigos y discípulos del maestro inmortal, en llevar su cuerpo a los montes de Guadarrama. Su cuerpo casto y noble, merece bien el salmo del viento en los pinares, el olor de las hierbas montaraces, la gracia alada de las mariposas de oro que juegan con el sol entre los tomillos. Allí, bajo las estrellas, en el corazón de la tierra española, reposarán un día los huesos del maestro. Su alma vendrá a nosotros en el sol matinal que alumbra los talleres, las moradas del pensamiento y del trabajo.


LA PRENSA DE PROVINCIAS[1]

La fundación de un periódico debe celebrarse por cuantos sienten amor a la letra impresa. Bien hacen ustedes, amigos redactores de EL PORVENIR CASTELLANO, en consagrar sus anhelos a esta publicación. Sí, la aparición de un periódico en una ciudad, es acontecimiento de mucha más trascendencia que la visita de un personaje o la fiesta onomástica de un cacique.
Desde hace algunos años, se acostumbra en España a hablar mal de la Prensa. Yo no me he sumado nunca a los maldicientes. Estoy plenamente convencido de que, en nuestra Patria, es el periódico el único órgano serio y eficaz de cultura popular. La Prensa contribuye a crear la vida ciudadana, es un espejo, acaso el más fiel, de la conciencia colectiva. Sin la Prensa, dada la constitución de las modernas sociedades, nuestra vida languidecería en un privatismo torpe, inmoral, egoísta. La ignorancia de cuanto atañe al interés de todos, consecuencia inmediata de la falta de Prensa, disolvería pronto las ciudades en cábilas. Sólo los personajes más o menos conscientes, más o menos disfrazados, de un retroceso a la barbarie, pueden ser enemigos del periódico.
En los pueblos donde más abundan los centros de enseñanza, las bibliotecas públicas y circulantes, donde los libros se venden por millares; es decir, en aquellos pueblos donde el periódico, la hoja diaria y volante cumple una misión secundaria desde el punto de vista educativo, es, no obstante, amado y respetado el periódico. En nuestra España, donde nadie lee apenas más libros que los obligados de texto, donde los centros docentes distan mucho de ser focos de potente irradiación cultural, no faltan malsines de la Prensa periódica, gentes que reciban toda nueva publicación de esta índole como a huésped importuno, como a intruso fisgoneador que viene a fiscalizar, a molestar, a sacar, tal vez, a la luz de la calle los trapos sucios de la casa. Ni falta quien invoque la alta cultura, la instrucción superior, para desdeñar la modesta labor del periodista. Es ésta una forma vanidosa que adoptan los espíritus beocios para disfrazar su odio a la letra de molde. Los hombres consagrados a los estudios más hondos y a las más graves disciplinas del saber son, por lo regular, grandes lectores de periódicos, no desdeñan la hoja volante que recoge la palpitación del día. Pero abundan los fariseos de la cultura que se jactan de no leer periódicos, dándonos a entender que, consagrados a la ciencia, no tienen vagar para lecturas superfluas. Desconfiad de ellos; suelen ser hombres a quienes estorba lo negro. El peor de los analfabetismos no es, ciertamente, el del siervo de la gleba, encorvado sobre el terruño de sol a sol para ganar el sustento; hay un analfabetismo con birrete y borlas de doctor infinitamente más lamentable.
Admiremos la gran Prensa, esos portentosos rotativos que nos aportan diariamente noticias de todos los rincones del planeta; pero amemos también y respetemos estos modestos periódicos provincianos que cumplen humildemente y, a veces, a costa de grandes sacrificios, una misión santa: la de mantener vivo el amor a la letra impresa y de velar por los intereses comunes a cuantos vivimos, apartados de las grandes urbes, por estos rincones de la patria española.
Mi más cordial enhorabuena en este día y, con ella, la expresión de mi afecto y de mi simpatía.

***

DISCURSO

Con motivo de su nombramiento, por el Ayuntamiento, de Hijo Adoptivo de Soria, El Porvenir Castellano, 1 de octubre de 1932

Con su plena luna amoratada sobre la plomiza sierra de Santana, en una tarde de septiembre de 1907, se alza en mi recuerdo la pequeña y alta Soria. Soria pura, dice su blasón, y ¡qué bien le va ese adjetivo!.
         Toledo es, ciertamente, imperial, un gran expolio de imperios. Avila, a del perfecto muro torreado es en verdad mística y guerrera, o acaso mejor como dice el pueblo, ciudad de cantos y de santos. Burgos conserva todavía la gracia juvenil de Rodrigo y la varonía de su guante mallado, su ceño hacia León y su sonrisa hacia la aventura de Valencia. Segovia con sus arcos de piedra, guarda las vértebras de Roma.
         Soria, sobre un paisaje mineral, planetario, telúrico. Soria, la del viento redondo con nieve menuda que siempre nos da en la cara, junto al Duero adolescente, casi niño, es pura... y nada más.
         Soria es una ciudad para poetas. Porque la lengua de Castilla, la lengua imperial de todas las españas, parece tener su propio y más limpio manantial. Gustavo Adolfo Becquer, aquel poeta sin retórica, aquel puro lírico, debió amarla tanto como a su natal Sevilla; acaso más, que a su admirable Toledo. Un poeta de las Asturias, de Santillana, Gerardo Diego, rompió a cantar en romance nuevo a las puertas de Soria:

“Río Duero, río Duero
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua”.

Y hombres de otras tierras que cruzaron sus páramos no han podido olvidarla. Soria es, acaso, lo más espiritual de esa espiritual Castilla, espíritu a su vez, de España entera. Nada hay en ella que asombre o que brille y truene. Todo es sencillo, modesto, llano. Contra el espíritu redundante y barroco que sólo aspira a exhibición y a efecto, buen antídoto es Soria, maestra de castellanía, que siempre nos invita a ser lo que somos y nada más. ¿No es esto bastante?. Hay un breve aforismo castellano; yo lo oí en Soria por primera vez, que dice así: “nadie es más que nadie”.
Cuando recuerdo las tierras de Soria olvido algunas veces a Numancia, pesadilla de Roma y a Mío cid Campeador, que las cruzó en su destierro y al glorioso juglar de la sublime gesta que bien pudo nacer en ellas, pero nunca olvido al viejo pastor de cuyos labios oí ese magnífico proverbio donde a mi juicio se condensa todo el alma de Castilla; su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el sentido imperial de su pobreza. Esa magnífica frase que yo me complazco en traducir así: “por mucho que valga un hombre nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre”. Soria es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad.

Por estas y otras muchas razones, queridos amigos, con toda el alma agradezco a ustedes su iniciativa y el altísimo honor que recibo de esta querida ciudad. Nada me debe Soria, creo yo. Y si algo me debiera, sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir a Castilla que es la manera más directa y mejor de sentir a España. Para aceptar tan desmedido homenaje sólo me anima esta consideración: el hijo adoptivo de vuestra ciudad hace muchos años que ha adoptado Soria como patria ideal. Perdónenme si ahora sólo puedo decirles ¡gracias de todo corazón!

LA VOZ DE SORIA 1922

DE MI CARTERA 

Artículos publicados en La Voz de Soria por Antonio Machado.


Nº 20. La Voz de Soria, 8 de agosto de 1922


Nº 21. La Voz de Soria, 11 de agosto de 1922

Nº 27. La Voz de Soria, 1 de septiembre de 1922

Nº 29. La Voz de Soria, 8 de septiembre de 1922


Nº 31. La Voz de Soria, 15 de septiembre de 1922


Nº 35. La Voz de Soria, 29 de septiembre de 1922


Nº 50. La Voz de Soria, 21 de noviembre de 1922





[1] El Porvenir Castellano, 4 de octubre de 1915.





[1] El Porvenir Castellano, 4 de Marzo de 1915




[1] El Porvenir Castellano, 1 de julio de 1912.
[2] Para situar el contexto histórico y político de este artículo, ver Prosas Dispersas (1893-1936) de Jordi Doménech.  En la página 291 de ese mismo libro, su autor da una explicación del seudónimo Mireno, que nosotros reproducimos integramente: “Respecto al seudónimo del artículo, Mireno es uno de los pastores de El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina, autor éste entre los preferidos por Machado del teatro clásico español. Este artículo fue dado a conocer por Molinero (1993: 149-62), aunque Carpintero (1989: 89) había dado ya anteriormente la referencia de su publicación en El Porvenir Castellano.”